Láinez golpea el timón

El Zaragoza sacó tres puntos vitales de Elche, pero sobre todo apuntó un posible nuevo rumbo. El cambio de entrenador tuvo un impacto veloz y el equipo exhibió renovadas formas y valores.

César Láinez, durante el entrenamiento de ayer del Real Zaragoza.
Láinez golpea el timón
Oliver Duch

La única mala noticia para César Láinez que dejó el Real Zaragoza en Elche fue, paradójicamente, la incontestable fisonomía de la victoria. Un 0-3 tan inesperado como autoritario que reforzó la renovada puesta en escena del equipo y alivió sus penas, pero que también fija un listón elevado de cara al futuro. De cómo se gestione dentro y fuera del equipo la expectativa de este primer triunfo dependerá el verdadero éxito no solo del partido de Elche, sino del nuevo Zaragoza. De si alguna vez podrá decirse que el golpe de timón del Martínez Valero significó o no el punto de inflexión real de una temporada peligrosamente envenenada.

De momento, si los ojos son los espejos del alma de un equipo, ayer en el entrenamiento de la Ciudad Deportiva casi todos brillaban de felicidad. Es inobjetable que Láinez ha conseguido en una semana lo esencial: regenerar el estado emocional del equipo. Hacía ese punto debían conducirse los esfuerzos más urgentes porque el tiempo apenas permitía profundizar el bisturí en otras cuestiones de naturaleza más técnica o táctica. Por este lado, empezó el Zaragoza a reconstruirse y forjar la versión que exhibió en Elche.

El equipo manifestó una dosis extraordinaria de confianza, como si el pasado reciente de 8 puntos en 33 que zanjó la experiencia de Raúl Agné en el Zaragoza solo fuera un mal recuerdo. No hubo rastro del conjunto depresivo de 2017. Debajo de la epidermis de la victoria del Elche, surge la verdadera ganancia más allá del impacto matemático en una clasificación ahora más relajada: la tranquilidad. Un Zaragoza perseguido por las urgencias, que vive al día desde hace cuatro años, precisa de un ambiente reposado desde el que levantar su fútbol. Solo las victorias pueden construir ese suelo. El triunfo de Elche permitirá a Láinez trabajar en un paisaje de paz y estabilidad de cara al tramo más decisivo de la temporada.

En las próximas cuatro jornadas, el Zaragoza no puede bajar a Segunda B, pero sí certificar la permanencia virtual. Después de recibir en La Romareda al Valladolid, se enfrenta a un tríptico clave: Almería-Mallorca-Mirandés. En 20 días, se jugará la salvación contra los tres últimos clasificados. No habrá en todo el curso ya otra oportunidad mejor para dejar de mirar hacia el abismo.

De momento, el Zaragoza ganó en Elche pequeñas cosas que juntas componen un mucho sustancial. De entrada, Láinez revolucionó el equipo con nuevos nombres. Gente como Ratón, Edu Bedia, Isaac, Pombo o Barrera, descatalogados por Agné, tuvieron presencia en el partido. Fue un modo de ampliar la plantilla, incorporarle al equipo soluciones en lugar de problemas, involucrar a más gente y, también, fomentar la competencia interna. El vestuario se le había escurrido entre las manos a Agné, y Láinez aplicó cirugía humana en sus primeras decisiones.

También el juego del equipo presentó otras intenciones. Al menos, de momento, como el comienzo de algo diferente. Tácticamente, Láinez redibujó el sistema (un 4-3-3 en fase ofensiva mudable a 4-1-4-1 en fase ofensiva) que contuvo la principal clave futbolística: el Zaragoza se organizó con otros modales con la pelota. Esto le permitió a su vez defender mejor, más arriba, más cerca de las zonas de peligro. El orden desde el balón creció y así la distribución de pases mejoró. Si con Agné el objetivo era llegar cuanto antes a Ángel, con Láinez se apreció la voluntad de llegar mejor. El Zaragoza fue menos directo y primitivo. También mejoró su interpretación del rival y del partido, su actitud... y los detalles. El tiempo dirá si todo eso se quedó en Elche o si se convirtió en un nuevo Zaragoza

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