La estabilidad pasa por ganar de una vez

El Real Zaragoza afronta el quinto partido en La Romareda de 2017. En los cuatro anteriores, tres derrotas y un empate. No hace falta decir más.

Raúl Agné, entrenador del Real Zaragoza, y los futbolistas en segundo plano al inicio del entrenamiento de este sábado en la Ciudad Deportiva.
Raúl Agné, entrenador del Real Zaragoza, y los futbolistas en segundo plano al inicio del entrenamiento de este sábado en la Ciudad Deportiva.
Aránzazu Navarro

La estabilidad pasa por ganar de una vez. Frase corta, concisa. Ocho palabras. No hace falta más para describir el mandato que tienen ante sí los jugadores y el entrenador del Real Zaragoza este fin de semana en La Romareda frente al Numancia, el visitante de turno en la jornada 28ª de Segunda División.

Tiene un aire imperativo, cierto es. Porque la situación lo merece. Son las obligaciones de un Zaragoza apurado como nunca en los últimos 70 años, ahí abajo en la tabla de la división de plata.

Y el objetivo es, por el momento, únicamente la estabilización de las constantes vitales porque, en lo que va de año, el equipo de Raúl Agné ha brindado en serie a su afición cuatro disgustos de hondo calado. En La Romareda, los cuatro partidos de 2017, los cuatro últimos, dirimidos todos tras el ilusionante parón navideño, se han saldado con tres derrotas y un empate. Un solo punto sumado de 12 en disputa. Terrible balance. Cifras que tampoco admiten más literatura para explicar en dónde se halla actualmente el grado de zozobra de los muchachos que adiestra el preparador de Mequinenza.

De una vez, de una vez por todas, frente al Numancia ha de llegar la victoria en La Romareda. Sería, ya pisando marzo, la primera del año en casa. Porque se han tirado a la papelera enero y febrero. En Zaragoza ganaron el Girona (0-2), el Levante (0-1) y, la semana pasada, el vicecolista, el Nástic de Tarragona (1-2). Y el Lugo, el cuarto huésped, se llevó in extremis el empate (1-1). Como a esta racha perniciosa los de Agné han acompañado fuera de casa más derrotas -en Tenerife (1-0), en Murcia ante el UCAM (1-0)- y un empate agónico en Alcorcón (1-1), la dinámica desde Año Nuevo es marrón oscura. Impide que sea negra del todo el único triunfo que se pudo celebrar entre el zaragocismo después de las uvas: el 2-3 en la piscina de El Alcoraz en el duelo regional ante el Huesca.

La clasificación no va a aguantar más a flote al Real Zaragoza de no mediar la perentoria victoria frente al Numancia. Si no llegase y, por ende, se alargase aún más este rosario de malos resultados, los puestos de descenso a Segunda B se aproximarán irremediablemente. Sí, la Segunda B. Ese tabú que parece pecado nombrar. Como si por callarlo se anularan las carencias, se despistara a los rivales o alguien regalara bonus y bolas extra al cuadro blanquillo.

El Real Zaragoza está lleno de urgencias. Y conviene asumirlas, no regatearlas. La evasión no es terapia útil cuando no hay más remedio que responder con solvencia, soluciones y resultados a una dificultad mayor.

Quedan 15 partidos para acabar la liga. Y el equipo aragonés, según las estimaciones que dicta la jurisprudencia, tiene que sumar alrededor de la mitad de puntos para evitar caer en el cepo del peor destino. Cuanto más tarde en reaccionar, más quebrado será su camino y, por derivación, peor el medio ambiente que tendrá que respirar. Nada se descubre con esta aseveración. Es la ley de fútbol. Aquí, allá y acullá.

Llega Agné vivo a la Cincomarzada porque se han dado una serie de circunstancias extraordinarias que así lo han aconsejado. Una conjunción astral poco habitual que, sin embargo, esta vez sujeta en el cargo de entrenador del Real Zaragoza a un titular que presenta unos datos numéricos que, en otro momento ordinario, habría desembocado hace días en su relevo. Lo sabe él, lo saben los futbolistas y es vox pópuli. También desde ese prisma, que se estudiará en la historia posterior del zaragocismo por su condición de caso atípico, Agné tiene ante sí un reto personal lleno de alicientes personales, de amor propio, de orgullo, de carácter, de revertir a medio plazo lo que es un descarrilamiento en toda regla desde finales de diciembre, con él al frente de la locomotora.

Y los futbolistas, por supuesto, como principales actores de la película, tienen ante ellos la posibilidad de cambiar el tono de la temporada en los últimos tres meses del torneo liguero: acabar con aire amable (no de comedia) lo que ahora es un 'thriller' lleno de suspense y que puede acabar en drama si no son capaces de empezar a ganar los puntos necesarios para salir del atolladero en el que han metido a todo el zaragocismo.

Desde el vestuario se busca la unión, la comunión general. Se propugna la calma, se ruega que no se cambie de técnico, que no se introduzcan nuevos elementos que pueden traer distorsiones perjudiciales en un momento cumbre del curso. Probablemente, esa sea la postura más cabal y positiva a estas alturas. Y, como los más veteranos del equipo observarán, el terreno está propicio en 2017 para este tipo de cuitas. Hay tempero. Este no es el Real Zaragoza de hace siete u ocho años. Ni el de hace catorce o quince. El grado de comprensión y de control de emociones que existe fuera del toldo del vestuario es muy superior al de tiempos pretéritos.

La gente, en su mayoría, entiende la difícil situación de la SAD, es consciente de que el trabajo de reflotamiento de esta entidad que estaba muerta hace un poco más de dos años y medio es tarea ardua que no tendría sentido si se tratara al enfermo como a un sano. Pero, en el ámbito deportivo, el Real Zaragoza debe sustentar, al menos, el estatus actual de cara al año que viene. Y, en los 15 partidos que restan, una vez que la pelea por el ascenso (vía promoción, claro) se ha escapado de las manos por la negativa y ya innegable marcha del equipo, ahora la misión prioritaria es lograr cuanto antes la estabilidad emocional y, paso a paso, sumar los puntos que hacen falta para alejar el peligro de caerse a Segunda B, que es sinónimo de fatalidad irremediable.

Como todo está dicho hace tiempo, como la realidad es la que todo el mundo puede apreciar con sus propios ojos y tocar con sus propias manos, nada más hay que añadir ante este partido del Real Zaragoza contra el Numancia en La Romareda. Es una final. Una finalísima, como lo serán todos los que vienen en adelante de aquí al 11 de junio hasta que los blanquillos no cierren la puerta del montacargas que baja a la cola de la clasificación y lo manden sin ellos dentro hacia abajo.

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