El más allá de la jugada fatal

Las manos blandas de Irureta en un remate parable de Roger a 6 minutos del descanso desmontaron la versión más brillante del Real Zaragoza y lo llevaron a un chasco inmerecido. Un peaje muy caro, como lo son todos los errores de los porteros.

A Irureta le resulta imposible volver hacia atrás y remendar el error
A Irureta le resulta imposible volver hacia atrás y remendar el error
Aránzazu Navarro

Nada se descubre cuando se afirma que el puesto de portero es, en el fútbol, el de mayor responsabilidad de un equipo, con diferencia sobre todos los demás. Es una máxima, un adagio universal. Porque, sabido es y asumido está por todos, también por los propios guardametas, que un error garrafal suyo es, en un 99 por ciento de los casos, un gol seguro del rival. Son los últimos ante la portería, no tienen ángel de la guarda detrás, sus yerros suelen ser letales, groseros, irreversibles. En el caso que concurre en el Real Zaragoza a mitad de febrero de 2017, con Xabi Irureta como protagonista, no se trata de acudir al catón del balompié para contar una cuestión puntual o cuyuntural que tuvo lugar ayer en La Romareda ante el Levante. No es eso.

En este caso, a lo que las circunstancias obligan es a redundar, a reiterar, a repetir por enésima vez una monumental pifia del cancerbero vizcaíno que, además, cuesta puntos al equipo. Se trata de una nueva cuenta del rosario. El soniquete ¿último? de una letanía que duele. Tal vez porque lo de Irureta, Agné y la portería del Real Zaragoza se haya convertido en los últimos meses en un misterio doloroso.

El jugador tiene su parte de culpa: la de no estar cuajando una temporada admisible como portero del Real Zaragoza. La otra parte, que con el paso del tiempo y la repetición de los marros se ha hecho mucho más grande que la que porta en su mochila el propio Irureta, la tiene quien lo pone. Esta tesis es, también, sentido común de aplicación en todas las cuestiones de la vida. Cada vez que este tipo de pifias sacuden la figura de Irureta, retumba en la bóveda del zaragocismo aquella frase de Agné en la que anunciaba que "Irureta jugará salvo que se rompa una pierna", dicha antes de ir a Tenerife tras una de las diversas broncas que se ha llevado el arquero en La Romareda, por su actitud en el 0-1 del Girona, otro gallito que ganó en Zaragoza a través de un boquete negro patrocinado por Irureta.

La historia del fútbol está llena de jugadores que no han enraizado convenientemente en un lugar determinado. Delanteros, defensas, medios... y porteros. Hay de todo. Cuando la cosa está de que no, no hay humano que la enderece. Y lo de Irureta con el Real Zaragoza, después de más de cinco meses de efecto ametralladora en su repertorio de errores fatales bajo los palos del equipo aragonés, es uno de esos paradigmas que, hace días, anuncia complicada reparación, si no imposible.

Ni él tiene el acierto de reconducir su mala praxis en su delicado puesto en el equipo, ni le beneficia hacia el exterior la obcecación con la que Agné lo defiende, dejando en mala situación a los otros porteros del equipo. Primero Ratón, ahora Ratón y Saja. Sobre lo primero, no podrá quejarse nunca Irureta en el futuro de no haber tenido oportunidades para reconducir su torcido episodio en el Real Zaragoza. Le han dado más que a nadie en su posición en la historia del club. Y, sobre lo segundo, la reincidencia del entrenador en optar por su titularidad pese a tantas máculas en su rendimiento –con efectos secundarios gravosos para el colectivo, porque así son las cosas para los porteros si el equipo no gana a causa de sus fallos– acaba poniendo en una situación insostenible a los dos. A uno, porque juega sin mostrar los méritos que requiere un lugar preponderante en un equipo de fútbol profesional (la portería). Y a otro, porque le acaba salpicando y rebotando la responsabilidad de esos errores por no buscar soluciones en el armario, donde hay más herramientas útiles con las que hallar una salida positiva al problema, que no es pequeño.

Irureta, según han ido pasando las semanas, ha ido introduciéndose con espiral de tornillo en un nocivo agujero del que es muy difícil que salga. Es una pena, porque es un chico excelente, porque tiene una voluntad y una profesionalidad de hierro, porque llegó al Real Zaragoza ilusionado por repetir aquel gran año en el Eibar donde fue el menos goleador de Segunda y ganó el trofeo Zamora. Pero su modo de actuar, siempre revolucionado, intentando cubrir mucha área, arriesgando más de lo debido en balones fáciles e, incluso, inocuos, se ha encontrado con una defensa, con un equipo, donde ese estilo es funambulismo sin red para él. El Real Zaragoza que montó Juliá no es el Eibar. Si alguien puede dar fe de ello es, curiosamente, el propio Irureta, receptor de buena parte del carro de goles que lleva encima el equipo blanquillo desde que la liga arrancó.

El de ayer es el peor de los fallos de Irureta. Porque ese gol que se comió arruinó el mejor partido, con diferencia, del Real Zaragoza en lo que va de curso. Y esto aumenta la repercusión. Tanto como que ya no se trata de algo aislado, sino de un eslabón más de una larga y lamentable cadena. Por eso la disculpa no se contempla.

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