El momento del estirón

El Real Zaragoza recibe al Mirandés con el propósito de no alejarse de su progresión y volver a la zona noble.

Raúl Agné, con su plantilla al fondo, al trote, durante un entrenamiento en La Romareda.
Raúl Agné, con su plantilla al fondo, al trote, durante un entrenamiento en La Romareda.
Aránzazu Navarro

El Zaragoza está a tiro de piedra de todo: de lanzársela a los demás o de pegarse la pedrada a sí mismo. Esta clasificación de Segunda nunca cierra las puertas a nadie y el equipo aragonés recibe al Mirandés con la clara intención de pegar el estirón. Después de dos partidos con Agné -el técnico ha cumplido ya su sanción y la banda de su banquillo será suya por fin-, el Zaragoza ha descrito una línea de progresión, aunque aún tímida y discontinua. Es normal. Sí ha recibido la terapia de choque propia de un relevo de este calibre: ha elevado su autoestima, se ha recargado la ambición y el equipo ha digerido con naturalidad los paulatinos ajustes tácticos del nuevo entrenador. Pero le falta un paso más. Crecer para creerse crecido. La tarde de hoy es de esos momentos para coger vuelo, elevar la estatura y comenzar a sentirse como un organismo vigoroso y capaz.


Ante tal misión, Raúl Agné -que no decidirá la lista de convocados hasta esta mañana- prevé recuperar la versión de equipo en la que más cree, aquella que reúne, concilia y habilita a las mejores vetas de calidad del plantel. Se lo permite la vuelta de Manu Lanzarote y Cani, dos futbolistas que, cuando se han encontrado en el césped, le han dado al Zaragoza frescura, inspiración y soluciones. Son lo que son: calidad en el desierto de Segunda. Cani, en observación física toda la semana, se ejercitó ayer con normalidad y hambre, como si fuera la primera vez que jugaba al fútbol.


Por lo demás, sobre ese 4-4-2 de Agné, no se presumen más novedades. Javi Ros se ha fijado al once con pegamento, pero sobre todo con un fútbol enérgico y territorial. Algo que encaja mejor con Zapater. La defensa mantendrá su forma, en un día, precisamente, en el que los laterales, unos crecientes José Enrique y Fran, se presentan vitales. Armas clave. ¿Por qué?


Porque el rival es el Mirandés. Un equipo con una personalidad táctica muy concreta desde que Carlos Terrazas, un académico de la Segunda División, perfiló un sistema inusual como ese 3-3-3-1 apenas expuesto en el fútbol español, con aroma a Marcelo Bielsa y que ahora Jorge Sampaoli está explotando también en su nuevo Sevilla. El ofensivo Mirandés tiende a concentrar su juego por dentro, acumulando jugadores y proponiendo con la pelota, eso abre fisuras en el andamiaje: los carriles exteriores. Por ahí puede desequilibrarse la batalla: un Zaragoza agrupando gente interior y lanzando dentelladas por fuera. Es una posibilidad del guión.


El Mirandés acude a La Romareda con un vagón de disgustos. Encadena cuatro derrotas consecutivas, las mismas que sufre sin marcar gol. Durante las nueve primeras jornadas, permaneció invicto, pero, desde entonces, su caída es imparable. Terrazas, con una plantilla extensa y compensada en cuanto a nivel entre unos y otros, ha probado soluciones. Este hombre es una paradoja viviente: bajo su apariencia de personaje de la posguerra, emerge un enfoque moderno del fútbol, alguien que arriesga y abre vías.


Al Mirandés le ha dado estabilidad como club profesional. Además, Terrazas conoce la Segunda División y a Agné hasta en latín. Y al Zaragoza, a quien le ha abofeteado con el equipo burgalés siempre en La Romareda. Ahora pierden mucho, pero es un equipo con mimbres: Néstor Salinas (aspiración de la dirección deportiva del Zaragoza), Guarrotxena, Sangalli… casi todos ellos de la mina vasca, más otros como Pedro Martín, Javi Hervás o Bustos configuran un equipo con cierto atractivo para un club como es el Mirandés. Por eso, la alerta es lo primero que no tiene que perder el Zaragoza.

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