89 minutos en ventaja fuera de casa para casi nada

El Real Zaragoza ha estado ganando durante una hora y media en sus partidos como visitante, pero no ha sabido atar el triunfo final en ninguno.

Raúl Agné y el cuerpo técnico, en la charla previa al entrenamiento del pasado domingo al regreso de Mallorca, en la Ciudad Deportiva.
89 minutos en ventaja fuera de casa para casi nada
Oliver Duch

¿Se puede estar ganando durante una hora y media a lo largo de siete partidos fuera de casa y no ser capaces de vencer finalmente en ninguno de ellos? El Real Zaragoza 2016-17 contesta afirmativamente a esta cuestión: sí. Le ha pasado a él. De hecho, como la racha, dinámica o patología aún no ha concluido, cabe decir que "le está pasando". Porque el mal reiniciará su discurrir dentro de 12 días en la octava salida, la de Getafe. Y así hasta que algún día se halle una solución.


Mallorca sigue agrandando los síntomas de incapacidad (es de desear que sea transitoria y no total) del actual Real Zaragoza para ganar un partido como visitante en la actual temporada. Era la séptima salida del equipo, la primera con Raúl Agné como entrenador tras el relevo de Luis Milla. Y, tal y como ya sucedió con el turolense en Lugo, Soria y Sevilla en días precedentes, al recién llegado, el de Mequinenza, el equipo le mostró en cuerpo presente sus problemas para administrar convenientemente las ventajas que es capaz de adquirir en el marcador en los trabados e igualados partidos de Segunda División. 


Durante 29 minutos, media hora, un tercio del partido, el Real Zaragoza estuvo en ventaja en Son Moix. Pero no ganó al final. Se adelantó en el marcador dos veces. Entre el 0-1 de Juan Muñoz (minuto 38) y el 1-1 de Culio (minuto 61), los blanquillos estuvieron por delante 23 minutos de juego. Después, entre el 1-2 de José Enrique y el 2-2 de Lekic, la ventaja aragonesa se dio durante otros 6 minutos más. Nunca anduvo por detrás, jamás fue a remolque del rival. Pero no tuvo los suficientes argumentos ni mañas para atar la victoria definitiva y se tuvo que quedar con un escaso empate a dos.


Llovía sobre mojado en Palma. Era la cuarta vez que le sucedía algo así al Real Zaragoza de gelatina cuando se presenta fuera de casa. Un bloque que tiembla de responsabilidad cuando se acerca la recta final de un partido en el que gana, que se estremece de hipertensión por el estrés que le genera la obligación de conservar la mano y las rentas en su rol de viajero. Antes, con Milla, éste había sido su principal mal, esos vértigos que lo acabaron tumbando en el suelo en el Anxo Carro, en Los Pajaritos y el Sánchez Pizjuán. Ahora, como el problema viene de fábrica, los indicios y síntomas siguen activos.


En Sevilla, ante el filial sevillista, se había dado el anterior caso de pérdida de una ventaja preciosa. Allí, con otro gol inicial de Juan Muñoz, el Real Zaragoza estuvo por delante 7 minutos, hasta que llegó el empate de Ivi. Aquella noche sabatina, no hubo más reacción zaragocista y, al contrario, lo que llegó al final fue el 2-1 para los locales. El equipo pasó de tener los 3 puntos en la mano a quedarse sin ninguno.


Una película gemela a la protagonizada por el Real Zaragoza dos semanas antes ante el Numancia. En campo soriano, de nuevo Juan Muñoz puso el 0-1 a favor de los aragoneses. Pero la buena nueva apenas estuvo vigente otros 7 minutos cuando, Manu del Moral, empató al borde del descanso. Lejos de reanimarse, el Zaragoza se hundió en sus disfunciones mentales y acabó derrotado 2-1.


Y el cuarto episodio, primero cronológicamente, fue el más paradigmático, el más rotundo en la sintomatología nociva que sufre el actual equipo zaragozano. Aquel partido de Lugo en el que el Real Zaragoza echó a perder un botín de dos goles (1-3), premio que se esfumó cuando faltaban solo 20 minutos del choque. En campo gallego, el equipo aragonés fue ganando más de la mitad del tiempo: 46 minutos. Entre el 0-1 de Lanzarote y el 1-1 de Pedraza pasaron 24 minutos. Y entre el 1-2 de Ángel y el 3-3 final de Campillo, otros 22. En total, 46 minutos con el mando en el marcador, 15 de ellos con dos tantos de diferencia favorable. Tremendo no saber ganar aquel partido.

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Esto, después de tres meses de competición, ya no cabe evaluarlo como casualidad. No es solo fruto del azar, ni mucho menos. Hay un componente matricial que tiene que ver con las hechuras del equipo. Algo para lo que Milla no encontró apaño. Y algo que Agné debe reparar si el Real Zaragoza quiere acabar instalándose, a medio plazo, en la cabeza de la clasificación. Sin victorias fuera de casa, esto es imposible. Se trata de una evidencia. El nuevo entrenador (revolución futura de enero al margen) confía en reeducar las formas del equipo fuera de La Romareda para que lograr triunfos como visitante no sea ni un imposible, ni algo frenético, ni una tarea inhumana para muchos de los futbolistas que componen el vestuario actual.


De momento, la asignatura está sin aprobar. Suspendida. No se alcanza el grado de mínimos necesario para ser declarados aptos en esta disciplina del triunfo como forasteros. Y, como consecuencia de ello, las aspiraciones de pelear por el ansiado ascenso están bajo mínimos. Solo ganando en casa no salen las cuentas. Y, a base de empates -de vez en cuando- en los desplazamientos, tampoco da de sí.


Estar 89 minutos ganando durante cuatro de los siete partidos fuera de casa para acabar obteniendo solo 2 puntos de rédito es un esfuerzo descompensado en negativo. En el mejor de los casos, con un acierto pleno, el Zaragoza podría haber sumado los 12 puntos de esos choques. Pero, sin acudir a la excelencia máxima, simplemente considerando como normal que el Real Zaragoza debería y podría haber adquirido 8 o 9 de ellos con una aplicación normal y razonable en un equipo de su caché en Segunda... la clasificación sería otra bien distinta. Porque, si se le añaden al actual posicionamiento (11º con 17 puntos) 6 o 7 más -descontando los 2 que realmente se lograron con los empates de Lugo y Mallorca-, el Real Zaragoza sería 2º, con 23 o 24 puntos, destacado de los perseguidores y a rebufo del líder, el Levante. Esta es la diferencia entre saber y poder ganar fuera de casa o no tener argumentos para hacerlo.




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