Solo tres supervivientes una temporada después

El Llagostera-Real Zaragoza de la pasada liga en Palamós solo lo jugaron, de la actual plantilla de Carreras, Rubén, Cabrera y Dorca.

Cabrera, Dorca, Mario y Willian José, en una acción defensiva durante el Llagostera-Real Zaragoza de la liga pasada jugado en Palamós, que ganaron los aragoneses por 0-1.
Solo tres supervivientes una temporada después
Marc Martí/Diari de Girona

Lean esta alineación del Real Zaragoza: Whalley; Fernández, Mario, Rubén, Cabrera; Dorca, Ruiz de Galarreta (Basha, 64); Álamo (Lolo, 89), Eldin Hadzic (Tato, 90); Willian José y Borja Bastón. Es la que afrontó con la camiseta zaragocista el partido Llagostera-Real Zaragoza de la pasada liga en el estadio de Palamós-Costa Brava, el reciente y único antecedente del que va a ser el último choque del actual campeonato regular y que tendrá lugar el sábado a las 20.30 en el mismo escenario. Salta a la vista que solo tres de esos jugadores siguen en la plantilla que dirige actualmente Lluís Carreras: Rubén, Cabrera y Dorca. Únicamente tres de catorce de aquellos protagonistas van a repetir acontecimiento en una campaña consecutiva. 


Whalley está en el Huesca. Fernández ha jugado en el Oviedo. Mario se fue a Thailandia. Ruiz de Galarreta está a punto de subir a Primera con el Leganés. Álamo es jugador del Girona. Eldin Hadzic anda por Elche tras salir rebotado del Almería en enero. Willian José ha goleado en la élite con Las Palmas. Borja Bastón ha sido una de las revelaciones de la liga española de Primera con el Eibar. Basha está en la Ponferradina. Lolo en el Elche. Y Tato en el Atlético Tetuán de Marruecos. Un éxodo casi total de aquellos protagonistas que, hace 20 meses (finales de septiembre de 2014), ganaron 0-1 en Palamós en la primera visita histórica del Real Zaragoza al Llagostera.


Este es un claro y oportuno ejemplo del torbellino en el que se ha convertido el fútbol profesional en la última década y media. Un efecto tornado que es bien conocido en Zaragoza. Pocos clubes como el zaragocista han recibido, utilizado y desechado tantos jugadores y con tan poco tiempo de estancia en la entidad como el de La Romareda. En las dos últimas temporadas, tras el cambio de propiedad, la espiral continúa. No por los mismos motivos que en el decenio anterior, sino como consecuencia de los efectos nocivos -casi letales- que heredaron del modus operandi previo.


La urgente operación de salvación de la SAD y la búsqueda de la estabilidad a medio plazo se vieron entremezcladas en el tiempo con las secuelas del viejo vicio de mutar la plantilla de año en año por cuestiones comerciales. Los patronos de la Fundación Zaragoza 2032 se encontrarón en julio y principios de agosto de 2014 un vestuario prácticamente vacío y, en un tiempo récord de apenas 18 días tuvieron que partir de cero y montar una plantilla con la que poder competir. No pudieron pararse a pensar ninguna planificación más concreta y cimentada, lo que ha derivado en esta imagen que ahora se percibe al hacer este ejercicio restrospectivo. Estamos ante un Real Zaragoza sin solera, sin bases firmes, al que le va a costar aún varios años armar un suelo sobre el que proyectarse hacia la normalidad y la calma.


No es casualidad que el Zaragoza que este sábado va a jugar en Palamós apenas tenga tres leves hilos en común con el que visitó ese mismo campo el año pasado. El cambio ha sido radical en pocos meses. Muchos de los que vinieron el año pasado, a toda prisa, tenían vuelo corto en la entidad. Se sabía de antemano. Varios de los que se quedaron o volvieron de tiempos pretéritos -cesiones por imposibilidad de pagarles los contratos heredados- no cabían por segundo año consecutivo en el presupuesto. Los que llegaron a préstamo, más de los aconsejables pero forzados por la situación de máxima emergencia, se daba por descontado que, normalmente, no iban a repetir.


Ante este panorama, la plantilla del segundo año de la nueva era estaba abocada por principios a ser casi nueva. Si a esta premisa se añade la obligada revolución invernal que llevaron a cabo los dirigentes al destituir al director deportivo, Ángel Martín González (denunciado en su deficiente hacer por las máculas del equipo vistas hasta Navidad), y traer en su sustitución a Narciso Juliá, que derivó en seis salidas y tres llegadas -nueve cambios- en los últimos días de enero, se completa el maremoto que ha vivido el vestuario zaragocista del año pasado a este que ya está en su recta final.


La cuestión tiende a repetirse con el paso de los próximos cien días. Por supuesto, será realidad si el Real Zaragoza es capaz de subir a Primera por la vía de la promoción. En este supuesto, el equipo, a partir del verano, será nuevo en gran medida, por fuerza y con el sostén de la multiplicación por diez del presupuesto general de la entidad. Y, si al final no se logra el fin perseguido y el club ha de acometer una cuarta temporada seguida en Segunda, la base que quede de un año para otro no será muy sustancial fruto de esa herencia del pasado reciente.


Son dos campañas concatenadas, enlazadas y vinculadas por cercanía: la 2014-15 y la 2015-16. Pero son dos mundos diferentes. Dos equipos radicalmente distintos. No cabe unirlos en un análisis común por la disparidad global que presentan sus estructuras y protagonistas. No hay hilazón apenas. Tampoco en el banquillo (Víctor Muñoz-Ranko Popovic fue el dúo que dirigió al equipo el año pasado en los 10 meses de liga, Ranko Popovic-Lluís Carreras es el que ha regido este año en las dos partes diferenciadas de la temporada).


Este cotejo de protagonistas entre el Llagostera-Real Zaragoza, versión 0.1 y el Llagostera-Real Zaragoza 0.2 que aguarda en las próximas horas es una prueba empírica que, sin más palabras que analizar los nombres de la alineación, explica la incertidumbre, la sensación de zozobra y bamboleo que se aprecia entre el zaragocismo cada fin de semana cuando los partidos sacan al escenario al equipo blanquillo. La época que está tocando vivir no es sencilla. Al contrario, viene cargada de venenos y peligros alrededor de la SAD. En el terreno deportivo, la imposibilidad de contar con un núcleo duro en el vestuario que dote de personalidad al equipo es causa de muchos de los defectos y males que experimenta el Real Zaragoza a lo largo de la competición. 


Para entender lo que sería ideal en estos momentos, en relación a lo que sucedió el año pasado, basta con retomar la alineación del principio, la que jugó con los colores zaragocistas en Palamós. Si el club hubiera estado en disposición de sujetar al 75 por ciento de aquellos jugadores como estructura básica de la plantilla, con los correspondientes refuerzos puntuales en las posiciones más necesitadas, probablemente el presente sería más firme y brillante. Sin embargo, este sábado en Llagostera, solo estarán el 20 por ciento de los que jugaron ahí la liga anterior: tres de catorce. 


De este análisis parte una evaluación que, paralelamente a los problemas que denuncia el modus vivendi del actual Real Zaragoza víctima de su pasado próximo, habla bien del trabajo hecho en coordenadas tan precarias: lograr que pueda jugarse una segunda fase de ascenso después de una metamorfosis tan brutal en el equipo de un año para otro, no deja de tener un mérito a reconocer.

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