Sin goles no hay paraíso

El Real Zaragoza jugó ayer mejor que el Valladolid, pero careció de acierto. Un gol en propia puerta y un penalti inexistente mataron al equipo aragonés.

Manu del Moral, que se lanza al suelo, corta un avance por la banda de Isaac, durante el partido de ayer.
Manu del Moral, que se lanza al suelo, corta un avance por la banda de Isaac, durante el partido de ayer.
guillermo mestre

Pedro, que se supone que disfruta de un buen toque, lanzó ayer incontables saques desde las esquinas; pero de ninguno de esos balones colgados sobre el área rival supo sacar provecho el Real Zaragoza. Fueron globos o pelotas cortas, jugadas en las que la defensa del Valladolid siempre encontró ventaja para despejar o dejar en nada el peligro naciente. En el punto debido apenas cayó alguna pelota. Por su parte, Isaac e Hinestroza, en varias de sus internadas, intentaron servir los llamados balones de la muerte, mas ese lance tampoco se interpretó de modo adecuado.


Las pretendidas asistencias no llegaron a destino. Se perdieron en el limbo de las oportunidades anunciadas y, sin embargo, ‘non natas’. De Ángel y Ortuño -a decir verdad- apenas hubo noticias relevantes cuando pisaron el área contraria. Ambos se convirtieron en una vanguardia chata, carente de instinto. Anduvieron por los alrededores de los dominios de Iricíbar, joven portero vallisoletano; pero nunca encontraron el espacio del delantero determinante, del hombre que resuelve y culmina. Con sus solos argumentos, tampoco fueron capaces de más. Por aquí, por este tipo de situaciones, comenzó a urdirse la derrota del Real Zaragoza en la mañana de ayer.


Después de una primera mitad de fútbol más o menos aseado, quedó claro dónde estaba ubicado el problema. No se hallaba en el tanto que se introdujo en propia puerta Leandro Cabrera nada más arrancar la contienda, sino en las antípodas, en el otro extremo. Al Valladolid se le concedieron varios perdones, de forma sucesiva.


En un saque de esquina estudiado y lanzado por abajo, para que Isaac pegara de modo duro y seco desde dentro del área, se hicieron bien los movimientos de arrastre, para fallar al final, en la suerte definitiva. Al lateral derecho se le hizo un nudo en los pies cuando disponía de todo a su favor. Le pudo la tensión. O le faltó temple.


El Real Zaragoza no igualó la contienda en ese primer periodo porque murió en su propia ineficacia en los últimos metros, una dolencia que empieza a formar parte de las preocupaciones serias. Ya son dos jornadas seguidas de negación ante el gol, de autonegación cabría afirmar. El dato constituye una señal, a la que conviene prestar la debida atención.


A nadie mínimamente advertido de cómo funciona el fútbol escapa que sin gol en las botas propias es prácticamente imposible sostenerse en pie a lo largo de un partido, y mucho menos aspirar a cotas elevadas. Camino del paréntesis que supone el descanso, Ranko Popovic comenzó a rumiar el problema: el equipo se estaba comportando bien en bastantes registros del juego; pero no despertaba el olfato de los delanteros.


Como la paciencia suele interpretarse como una virtud, Popovic quiso dar continuidad a la línea argumental de fondo que había mostrado el equipo, serio atrás, ordenado en sus líneas y con capacidad para crear oportunidades. Dio la sensación de que el técnico serbio estaba en la creencia de que tarde o temprano aparecería la luz, el momento de inspiración de alguno de sus hombres más avanzados y el ansiado gol del empate.


Sin embargo, tan pronto como se reanudó el partido se encontró con una decisión arbitraria y letal para los intereses aragoneses. Ais Reig, un colegiado de esperpento y pintura surrealista, juzgó penalti un toque suave del balón por parte de Olaortúa, quien ayer debutó en liga de manera prometedora. Manu del Moral ejecutó la pena máxima y abrió una distancia insalvable para el Real Zaragoza. El conjunto de Miguel Ángel Portugal todavía se cerró más, con la mera meta de incomodar el acoso del rival.


A la impotencia ya vista en la primera mitad para encontrar la portería de Iricíbar, se añadió la trama del segundo tiempo, donde hubo menos claridad, seguramente porque las prisas y las urgencias también ejercieron su influencia en la mente de los jugadores de Popovic. Entre el frío y la humedad fueron pasando los minutos, sin que sucediera nada que inquietara de verdad a la defensa castellana. En una internada de Jorge Díaz en el área, La Romareda pidió penalti; pero Ais Reig ni vio nada punible ni se dio por aludido.


En este contexto, el Real Valladolid entendió de manera diáfana que iba a dispensar al Real Zaragoza la derrota de todos los años, la capitulación en feudo propio que firma el equipo aragonés en este duelo desde hace cinco temporadas. Aun no estando sobre el terreno de juego Óscar, quien ha sido el mayor azote en este particular litigio, el Valladolid halló el camino del triunfo en un campo que se le da bien y en el que se reivindica como uno de los grandes conjuntos de la categoría. De este riesgo, ya advertía Ranko Popovic en las jornadas previas. El Real Zaragoza no sólo no pudo auparse ayer al liderato. También fue desplazado de la zona de ascenso directo.

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