Real Zaragoza

Auge y caída del último ídolo 'express' del zaragocismo

Con un descenso sobre sus espaldas, la continuidad de Manolo Jiménez parece imposible. Sin embargo, su no dimisión abre un proceso más complicado de lo esperado.

Manolo Jiménez, durante el partido que condenaba a Segunda al Real Zaragoza
El drama de La Romareda_5
A. NAVARRO/O. DUCH

Fracasado el proyecto 2012/13, el Real Zaragoza arranca un nuevo verano con la necesidad de volverse a reinventar casi por completo. Esta vez, eso sí, para competir en Segunda División. El escenario, además, encuentra un vacío mayor que nunca. Quizá, por primera vez, se encuentran amenazados todos y cada uno de los estamentos que forman el club. Producto de una crisis interminable que parece no tener fin.


Abierto está, desde luego, el debate sobre la propiedad de la entidad. Señalado por la masa social blanquilla, Agapito Iglesias se encuentra señalado por la opinión pública como principal culpable de un desastre continuado que coincide, prácticamente, con sus 7 años al frente de la institución. También queda expuesto Fernando Molinos, quien, como cabeza visible de la zona noble, aguantó estoicamente la pitada de La Romareda el pasado sábado, una vez que el descenso del equipo fue efectivo. Sin embargo, todo parece indicar que el presidente ejecutivo, a pesar de terminar contrato, posee la intención de continuar, al menos, un año más.


A estos frentes institucionales, de alguna forma arrastrados durante las últimas campañas, se suma además la problemática del entrenador. O, mejor dicho, de Manolo Jiménez. Pues el sevillano, durante el curso que acaba de terminar, fue mucho más que un mero preparador. Sobre el papel, el del Arahal ejerció la figura de 'general manager'. El hombre fuerte de una estructura ideada para tres años, pero que ha caído derruida al primero de ellos.


A diferencia de lo ocurrido en las últimas campañas, en las que el héroe del pasado curso comenzaba el siguiente fortalecido en el banquillo, véanse los casos de Marcelino, Gay, Aguirre o, incluso, el propio Jiménez, este año la lógica indica que el ciclo no se alimentará más. Pese a que el técnico andaluz no ha dimitido, “estaré dónde el Real Zaragoza quiera que esté”, se limitó a decir, es complicado pensar en su continuidad al frente del club blanquillo. Aunque sea por la ley no escrita del fútbol, por la que un entrenador que baja a su equipo difícilmente continúa al año que viene.


La de Jiménez es la última gran figura triturada por el Real Zaragoza de Agapito Iglesias. Quizá, el caso paradigmático del extraño fenómeno que lleva reproduciéndose en bucle durante el periodo de mandato del empresario soriano. Seguramente, el más exagerado. Agrandado por las condiciones extremas en las que se ha dado. A su llegada en el curso 2011/12, el conjunto aragonés era, de facto, un conjunto de Segunda División. Por mucho, el más firme candidato a perder la categoría. Pero, contra todo pronóstico, el técnico andaluz, valiente, directo y sin miedo, consiguió resucitar a una plantilla que parecía defenestrada.


Aquello se consideró un milagro deportivo y encumbró a su protagonista hasta los altares del zaragocismo. La salvación más complicada jamás contada. Tanto que, en días de euforia colectiva, el propio Jiménez terminó bailando la jota en la plaza del Pilar e, incluso, se sondeó su nombre como posible pregonero de las Fiestas patronales. Tal fue su arraigo que, a pesar del tira y afloja que existió para su renovación, nadie dudó de ésta en ningún momento. En el acuerdo, tres años de duración y plenos poderes para renovar la estructura del club. Siendo él, en todo momento, el pilar maestro del nuevo organigrama. Esquema que, sin embargo, nunca llegó a ser claro del todo. Seguramente, por la prisa acuciante de una nueva campaña que comenzaba pillando al Real Zaragoza sin haber hecho los deberes todavía.


La historia de esa temporada, la que acaba de finalizar, es de sobras conocida. Una primera vuelta más que satisfactoria y una segunda del todo vergonzante para terminar, esta vez sí, en la categoría de plata. A pesar de llegar a acumular 15 partidos consecutivos sin ganar, el crédito de Jiménez le llegó para finalizar al frente del equipo. Tiempo en el que, eso sí, su cuenta ha quedado a cero.


Cómo comenzar sin él es ahora el enigma. En el contrato pactado, existen cláusulas de desenganche para ambas partes. Sin embargo, Jiménez no la ha activado de momento y desde el club se quiere llegar a una solución que suponga el mínimo desembolso económico para la entidad. Claro que el socavón es mucho mayor que la mera marcha de un alineador. Sin el técnico, es lógico cuestionarse cuál es la validez de aquella comisión deportiva que nunca dio la sensación de haber sido completada del todo. Un órgano que, en realidad, no fue oficializado. En él, al menos sobre el papel, se han tomado de forma colegiada la mayoría de las decisiones deportivas llevadas a cabo este año. Por lo cual, es ilógico negarle su cuota de responsabilidad.


La destitución de Jiménez, o su marcha, o su salida de mutuo acuerdo, lo que se de finalmente, no es por tanto tema en el que procrastinar. Supone una reforma extremadamente profunda en el funcionamiento deportivo del equipo y, por lo tanto, un tema a zanjar en la menor brevedad.