Real Zaragoza

Un ánimo devastador

Encuentro entre el Real Zaragoza y el Atlético de Madrid
Partido entre el Zaragoza y el Atlético de Madrid_2
AGENCIAS

No hubo cuarto milagro. El cíclico deambular del Real Zaragoza por el alambre, sin ataduras ni red, ha finalizado con el descenso a Segunda División, apenas cuatro años después de que el equipo hubiera logrado el retorno a la élite, en junio de 2009. El equipo aragonés retorna al infierno de la categoría de plata, después de encadenar un ciclo deportivo terrible, en el que el equipo aragonés se había acostumbrado a salvar la categoría en el último suspiro y de forma casi milagrosa.


Esta campaña, sin embargo, la escuadra aragonesa se precipita después de deambular durante quince jornadas sin ganar y tras una segunda vuelta tremenda, en la solo los errores de los rivales mantuvo al equipo con vida hasta el final. Pero su lamentable línea ha acabado por pasarle factura. El proyecto del Real Zaragoza fracasa de forma estrepitosa; sin criterio, sin juego, sin argumentos deportivos, la formación blanquilla deberá afrontar un comprometido futuro en Segunda División.


Su alianza permanente con la ruleta rusa ha condenado por fin al equipo aragonés. El Real Zaragoza desemboca en Segunda de forma casi natural, después de una trayectoria jalonada por los débitos, por los fallos y los errores que han condenado al Real Zaragoza de una forma casi irremisible.


No es fácil aislar los problemas que han condenado a un equipo que ofrecía una indiscutible solvencia deportiva poco antes de darle la vuelta al Campeonato, en la pasada Navidad. Sin embargo, el fracaso del equipo no es, ni mucho menos, un hecho aislado: forma parte de un concepto mucho más global. Que arranca desde el momento en el que el Gobierno de Aragón de Marcelino Iglesias –echando mano entonces de una figura ornamental, Agapito Iglesias- tomó el mando del Real Zaragoza para destruir la esencia de lo que había sido una institución admirada y respetada y convertirla lo que es hoy la escuadra: un club desprestigiado y sin reputación en el orden institucional, y fracasado en lo deportivo.


La gestión de Agapito Iglesias deja una estela terrible, dolorosísima para el Real Zaragoza y el zaragocismo. Una herencia que hoy pasa factura y cumple su tarea en el descenso del equipo a Segunda División.


La falta de planificación, el desorden deportivo, el desacierto en la elección de los elementos claves de la plantilla y también una tensión añadida que muchos jugadores no estaban preparados para soportar han sido también decisivos en el gran fracaso del Real Zaragoza esta campaña.


Además, en el orden institucional ha vuelto a echarse de menos la presencia de una figura representativa capaz de aglutinar a un zaragocismo siempre entregado a favor del equipo. Ha dado la impresión de que el presidente, Fernando Molinos, no sujetaba por completo las riendas de la entidad. Y aunque ha sido evidente el paso atrás de Agapito Iglesias, se ha notado un vacío de poder que ha pasado también factura al equipo.


Precisamente esa ausencia de una figura institucional de referencia ha quemado la figura y el ánimo de otras personas que han intentado tapar vías de agua que no les correspondían; y que han sufrido un notable desgaste. Es el caso principal del entrenador, Manolo Jiménez, al que se le ha notado una erosión que también ha repercutido en el equipo. O de algunos jugadores, que han dado la cara en momentos muy delicados, lo que también les ha pasado factura.


El Real Zaragoza de Agapito Iglesias devora todo aquello que se le acerca. Su ánimo devastador queda claro a lo largo de los siete años que ha dirigido la entidad. El ánimo motivador de los técnicos ha conseguido, siempre en el último instante, salvar situaciones comprometidísimas. Hoy eso ya no es posible. Porque los milagros han de ser sólo excepcionales y nadie puede echar mano de ellos, como lo ha hecho el Real Zaragoza, con la cotidianeidad de la que ha hecho uso el club.


Esta temporada amarga nos vuelve a dejar, a cambio, el sentimiento de un zaragocismo que exige el regreso a la identidad, a la esencia del club. La afición del Real Zaragoza, que es su patrimonio principal, no se ha separado del equipo. Lo ha acunado, lo ha arropado, lo ha levantado en los momentos más delicados. Y esa fortaleza debe ser tenida en cuenta de una vez. La afición exige el respeto de un cambio imprescindible.


El Real Zaragoza se purificará en Segunda División. Pero debe subir de nuevo a la élite renovado, cambiado por completo, con nuevos dirigentes que abanderen un proyecto que de verdad ilusione. Sólo entonces merecerá la pena, de verdad, regresar al lugar del que nunca debió haber salido. Que sea cuanto antes.