Opinión

Son malos

La actual generación de colegiados no está a la altura -física, técnica, anímica...- de lo que demanda el fútbol español. Y el Real Zaragoza lo sufre de una manera especial.

No me atrevo a dudar de su buena voluntad, ni de su disposición para cumplir de la mejor manera posible con su tarea. No dudo de que pongan ilusión y empeño; y buen espíritu y entrega. Suelen ser presumidos y algunos también se creen guapos. Pero la característica común, aquella en la que la mayoría coinciden es que son malos. Ya se lo dijo el zaragocista Álvaro al colegiado Teixeira Vitienes, a José Antonio, y le costó dos partidos de sanción. Pero acertó.


La mayor parte de los árbitros de Primera División –exceptuando apenas un puñado- no está a la altura de lo que demanda hoy el fútbol. No tienen las condiciones –técnicas, anímicas, físicas…- que exige la dirección de un partido. El fútbol echa hoy de menos a los grandes árbitros.


La cadena de errores que protagonizan por los campos –por todos los campos- no se debe a una leve cuestión de apreciación; hace referencia a la misma esencia de aquello que se va a juzgar. Las jugadas son muy claras y muchos de los errores, garrafales. Como el hecho de no querer dar un gol sin saber por qué o no atreverse a sacar la tarjeta que una acción merece. Sin dudas.


¿Es un problema que solo atañe al Real Zaragoza? No. Pero el Real Zaragoza lo sufre de una manera directa. La sempiterna duda en la que viven los colegiados les conduce a tomar decisiones extrañas en determinados momentos. Y el conjunto aragonés –que ha sufrido un desprestigio en los últimos años- lo paga de forma singular. Lo que los árbitros nunca serían capaces de hacer a escuadras de postín –o sólo de cierto postín- se animan a hacérselo al cuadro blanquillo. En un alarde de valentía que oculta un desconcierto y una duda profunda.


Un camino que, en una singular paradoja, ha convertido a los jueces en motores de una alargada y profunda injusticia.