Opinión

Debates baldíos

El zaragocismo sufrió un serio varapalo el miércoles en el Pizjuán. Había tantas ilusiones puestas en la cita copera ante el Sevilla que la goleada supuso una puñalada en el alma. El aficionado necesita resarcirse de ese deambular por la nada por el que ha discurrido el equipo en los últimos años; y la Copa era un asidero hacia la esperanza. Un agarre al que asirse para intentar recuperar el tiempo perdido desde el asalto político a la entidad y la terrible gestión de Agapito Iglesias, bajo el paraguas del Gobierno de Marcelino Iglesias.


Ofrecía el torneo del K.O. una vía hacia la luz, un camino por el que se atisbaban los perfiles del Real Zaragoza de verdad, el de siempre, el que ha merecido el respeto de sus rivales y del fútbol español.


Jugaba el Real Zaragoza sus bazas. La eliminatoria estaba al cincuenta por ciento –lo había explicado el propio Jiménez- y existían opciones reales de encontrar acomodo en las semifinales.


Todo se vino abajo cuando se fueron encadenando los goles de un Sevilla que vio allanado su camino hacia la antesala de la final. Jiménez jugó sus cartas, las que le ofrece su plantilla –que para eso la tiene-. Y el equipo respondió hasta que el árbitro -esta generación de colegiados no están a la altura de lo que exige el máximo nivel del fútbol- optó por cambiar la decoración del partido.


En inferioridad, golpeado también por la lesión de Javi Álamo, y con el duelo ya desequilibrado hacia el Sevilla, al Real Zaragoza se le hizo terriblemente largo un partido que trituró la ilusión zaragocista.


La derrota, sin embargo, no empaña el meritorio camino copero; y, sobre todo, no puede obstaculizar la trayectoria de la escuadra blanquilla en la Liga. En donde se le exige una reacción que tiene a mano.


El Real Zaragoza afronta este sábado un partido fundamental –“importantísimo”, diría el técnico- frente al Espanyol de Javier Aguirre. Y la obligación de Manolo Jiménez es recuperar a su escuadra y pelear por esa victoria imprescindible en La Romareda. Lo demás suena a debate baldío.