muere maradona

Un dios pasó por Zaragoza

Diego Maradona visitó La Romareda como jugador del Boca Juniors y del Barça. Su único gol al conjunto aragonés lo anotó, ya en su crepúsculo, como futbolista del Sevilla.

Real Zaragoza
Valdano y Maradona, dos campeones del mundo sobre el campo de La Romareda.
Heraldo

Los futbolistas se podrían clasificar como los cantantes. Hay cantantes del momento y cantantes de todo momento. Estos últimos serán los primeros, como reza el evangelio de Mateo (Mt 19, 23-30). Maradona, el dios del fútbol, ascendió ayer a los cielos, pero desde hace décadas era venerado en los exclusivos altares del balompié. También en Zaragoza. En La Romareda jugó con el Boca Juniors y con el Barça. Su último careo con el Real Zaragoza, ya en su crepúsculo, fue como futbolista del Sevilla, cita en la que anotó el único gol que le hizo al conjunto aragonés.

El dios del fútbol visitó por primera vez Zaragoza el 3 de septiembre de 1981. Maradona pisó La Romareda como jugador del Boca Juniors. Después de explotar en el Argentinos Juniors, Maradona había brincado al Boca, referente del fútbol argentino. En un conjunto en el que también militaba el mítico Loco Gatti como arquero, la visita del astro emergente del fútbol mundial reunió una gran expectación. El Zaragoza, que venció con holgura (2-0), con goles de Raúl Amarilla y Jorge Valdano, comenzaba a enseñar el extraordinario fútbol que desarrollaría con Leo Beenhakker, con peloteros que educaron nuestra sensibilidad y forman parte de nuestro patrimonio sentimental, como Casuco o Señor, y una delantera de fábula con Pichi Alonso, Amarilla y Valdano. A Maradona se le apreciaron un par de detalles en este bolo de verano. Oñaederra, un perro de presa que para sí querría tener el Zaragoza actual, fue la sombra de Maradona en el primer tiempo. En la segunda mitad, Güerri, otro portento físico, tampoco le dejó rascar bola.

Después de pifiarla en el Mundial de España 82, donde Argentina fue abducida por Brasil e Italia, Maradona firmó por el Barça de José Luis Núñez. El 25 de septiembre de 1982, el Zaragoza visitó el Camp Nou. Con Maradona en el campo, el conjunto aragonés arrancó un empate (1-1) y mereció ganar. El conjunto de Beenhakker crecía, tenía la pelota, la cuidaba, la mimaba, con el también argentino Beto Barbas como cerebro de esa maravillosa retahíla de jugadores antes enumerada. Reyes sin corona en las ligas ganadas en el arranque de los 80 por la Real Sociedad (2) y el Athletic de Bilbao (2), pero cómo la tocada el Zaragoza de Beenhakker... De flipar. Regresemos al 1-1 del Camp Nou. Pichi Alonso, que había fichado por el Barça, marcó para los azulgrana. Por el Zaragoza anotó Jorge Valdano. En la vuelta, el 23 de enero de 1983, otro empate (2-2), en un careo en el que el Zaragoza puso todo el fútbol, con goles de Amarilla y Valdano, y el Barça lo bordó a la contra, con tantos de Schuster y Lobo Carrasco. En este mismo curso, también en La Romareda, Maradona conquistaría la final de la Copa del Rey ante el Real Madrid (2-1). Dio el pase del primer gol al aragonés Víctor Muñoz. Empató Santillana, marcando el tanto de la victoria Marcos Alonso. En el ejercicio liguero 83-84, el Zaragoza empató sin goles en el Camp Nou, choque en el que no jugó Maradona. Si compareció en La Romareda, donde venció el Barça (0-1), con gol de Lobo Carrasco.

Maradona, entre Trobbiani y Casuco, en La Romareda antes de un partido Real Zaragoza-Boca Juniors, el 9/11/2001.
Maradona, entre Trobbiani y Casuco, en La Romareda antes de un partido Real Zaragoza-Boca Juniors, el 9/11/2001.
Heraldo

Ya no regresaría Diego Maradona a Zaragoza. Saltaría del Barça al Nápoles para que un club del sur de Italia consiguiera por fin el Scudetto. En el Mundial de 1986, en México, igual que con el Nápoles, lograría elevar exponencialmente la capacidad de la rácana Argentina de Bilardo, a la que hizo campeona. Fue, sin duda, el Mundial de Maradona, no solo por el título, sino como autor de episodios esenciales en la historia del fútbol, como la victoria ante Inglaterra (2-1). La mano del Dios del cielo marcó el primer gol. El segundo gol, el más precioso gol jamás elaborado en un Mundial, lo marcó el dios de la Tierra: Diego Armando Maradona. Aún brillaría en el Mundial de Italia 90, donde Argentina fue subcampeona. Regresó a España, al Sevilla, conjunto con el que le marcó un gol al Zaragoza (1-0), el único que le metió en su carrera al conjunto aragonés. Fue en el estadio Sanchez Pizjuán el 7 de octubre de 1992, con la transformación de un penalti sobre el portal que cuidaba Andoni Cedrún. En la vuelta, no compareció en el triunfo del conjunto que entonces entrenaba Víctor Fernández (2-1).

Después, Maradona se perdió. Porque Maradona nunca perdió, sino que se perdió, que parece lo mismo pero no es igual. Aún continúo alimentando la esperanza de Argentina en el Mundial de 1994, hasta que un positivo lo retiró de la cita mundialista. Su adiós también significó el adiós de Argentina, impotente tras la pérdida de su líder. Su extravío posterior, con etapas que anunciaban el final ayer consumado desde hace más de dos décadas, jamás arrebatará el inmenso legado futbolístico de Maradona. El paso del tiempo, cruel con tantos ídolos, no ha erosionado ni un gramo la entidad futbolística de un referente eterno del fútbol al que solo podrían aproximarse Di Stéfano, Pelé, Cruyff o Messi. Porque nada se puede censurar a los genios. Solo llorar cuando desaparecen.

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