Este equipo tiene sangre y orgullo

Arizmendi disputa un balón con el peruano Acasiete, el capitán del Almería.
Este equipo tiene sangre y orgullo
j.m. marco/j.c. arcos

zaragoza. La victoria fue ayer una gran noticia para el zaragocismo. Por necesaria, por balsámica, por indispensable para evitar histerias peligrosas. Pero, en las circunstancias que concurrían en este partido ante el Almería, ese triunfo merecido por 2-1 no fue lo más dulce que dejó la cita en La Romareda. Hubo un postre especial que agrandó, si cabe, la importancia de este reecuentro con el éxito tras más de un mes de sequía.

Por encima de los tres puntos, vitales para respirar hondo y salir del borde de la caldera, quedó la imagen de orgullo, implicación, casta e interés por salir del bache que demostraron todos y cada uno de los jugadores del Real Zaragoza. Algo que, después de los dos años que lleva sufridos el zaragocismo con muchos jugadores que han ido pasando por este vestuario, no es asunto menor. Ni mucho menos.

Todos los que ayer pisaron el césped (y, con seguridad, los que por unos u otros motivos se quedaron sin hacerlo), gritaron con su actitud un canto al empeño por hacer las cosas bien, por ganarse el respeto de la grada, de los técnicos, de los dirigentes y de cualquier otro tipo de analista a considerar. Cada uno, con sus condiciones futbolísticas particulares, dejaron patente sobre la hierba que por sus venas corre sangre y no horchata; que tienen vergüenza torera y que son de los que van a intentar siempre justificar su presencia en este club a base de trabajo y aplicación. Sin esconderse, sin jugar sucio.

Los aplausos unánimes del público aragonés al término del choque no fueron gratuitos. Quien más y quien menos supo apreciar el empeño que, durante el choque de ayer ante los rocosos almerienses, puso en liza el equipo blanquillo.

Claro que se aprecian deficiencias. A nadie escapa que existe una gran dependencia del juego estático a balón parado, que cuesta una barbaridad combinar jugadas de peligro que concluyan felizmente. Es una evidencia que, con el balón en su poder, el actual Zaragoza tiene problemas de circulación y de posesión en varias fases de todos los partidos, en algunos casos flagrantes. La afición comenta sin recato que las hechuras futbolísticas de su equipo son, por ahora, más bien justitas y que va a tocar sufrir durante muchos compromisos. Se ven lagunas en todas las líneas, se echan en falta piezas de mayor prestancia en varios puestos de alto rango en el once inicial. Es el pan nuestro de cada día en los pasillos del estadio cuando llegan los descansos, en esas minitertulias improvisadas que surgen entre butacas y vomitorios.

Pero ayer, con todas estas pequeñas -o menos pequeñas- máculas que el equipo viene mostrando desde que arrancó la Liga en agosto, el aficionado medio, el analista medio, pudo aferrarse a valores positivos que alimentan la esperanza de cara al futuro. Los jugadores del Real Zaragoza, con su comportamiento en el campo, desactivaron nerviosismos y excitaciones que, de no haber sido así, podrían haber resultado tóxicos en fechas inmediatas (sabido era por todos que ayer no se podía fallar, que un nuevo traspié hubiera generado un incendio de incalculables dimensiones ulteriores).

Digna de reseñar fue la fortaleza mental del grupo para sobreponerse a un inicio de partido dubitativo, con un Almería mucho más calmado. Igualmente es motivo de loa la rasmia con la que, según se fueron produciendo las lesiones, el equipo se fue recomponiendo mediante las sustituciones y las consignas que Marcelino lanzaba desde el banquillo. Y, sobre todo, es obligado mencionar la tensión y el derroche de fuerzas que todos expandieron sobre el terreno de juego hasta el minuto 95 del segundo tiempo, cuando el árbitro dio por finalizado el encuentro. Esta vez no hubo desenchufe general en la energía de nadie a mitad de partido. Nadie se guardó un gramo de grasa. Todos acabaron extenuados. Era justo lo que requería la tarde.