El principio del fin

Las dos imágenes que ilustran esta página son dos fotocopias del fracaso zaragocista. Distintos jugadores con idénticos rostros de decepción. Dos situaciones separadas por más de dos años pero con un nexo común: el Nou Estadi. Un territorio nefasto para el club aragonés y sede de dos de las debacles más lamentables en la historia reciente de la entidad. El partido del próximo sábado asoma como una oportunidad para edulcorar este expediente tan agrio.


El equipo de Marcelino García Toral comparecerá en Tarragona con la obligación de abortar la mala racha nacida en Gerona y prolongada ante el Castellón y, sobre todo, desterrar las dudas que genera el juego colectivo. Una reválida a domicilio y con unos antecedentes nada sugerentes.


El anticuado Nou Estadi (ya está proyectada la construcción de un nuevo estadio) ha ejercido de notario del drama y las lágrimas blanquillas a lo largo del siglo XXI. Ambas visitas nacieron con unas esperanzas siderales y terminaron con sendos bofetones que difícilmente se borrarán de la memoria de la afición.


La primera decepción aconteció el 27 de octubre de 2004. Un Zaragoza entrenado por Víctor Muñoz se medía en la primera ronda de la Copa del Rey en clara superioridad. Los aragoneses ocupaban la cuarta posición en la Liga y seguían vivos en la Copa de la UEFA. Los catalanes agonizaban en los puestos de descenso en Segunda División. El técnico zaragozano no reservó nada y alineó a su once de gala, que incluía a David Villa, Luciano Galletti, Gaby Milito, Leo Ponzio o Alberto Zapater.


Bajo una intensísima lluvia, el Gimnástic aniquiló el sueño de revalidar el título conquistado en Montjuic. Un adiós rotundo e injustificado. El delantero Diego Torres vulgarizó al Mariscal y a Álvaro Maior, provocando sus expulsiones. Un 2-1 cuya única nota positiva fue el estreno goleador de Zapater. Ese tropiezo lastimó la salud del equipo, que cuatro jornadas ligueras después, pasó del cuarto al undécimo puesto.

El día que todo cambió


La más reciente herida tarraconense todavía no ha cicatrizado. Se produjo el 7 de abril de 2007. De nuevo, se enfrentaban dos rivales antagónicos. El Zaragoza de Víctor Fernández devoraba su momento más feliz. Venía de derrotar al Barcelona en La Romareda con un fino toque de Diego Milito. Cuarto en la tabla, en puestos de Liga de Campeones, con 50 puntos, únicamente a seis del líder. En el otro lado de la lona, un Gimnástic colista y desahuciado, a ocho puntos de la salvación.


El zaragocismo se desplazó en masa para asistir a un previsible éxito que encumbraría al primer proyecto de Agapito Iglesias. Los cánticos y las sonrisas se tornaron desesperación. Aimar, Diego, D'Alessandro, Gaby Milito, Sergio García, César y compañía doblaron la rodilla ante Bizarri, Pinilla, Chabaud, Generelo, Rubén Castro y Portillo, autor del gol. En el banquillo grana, un viejo conocido, Paco Flores.


Fue el inicio de un desplome sostenido (en las últimas 9 jornadas sólo se sumaron 10 puntos), que tuvo su infame epílogo el pasado ejercicio.