REAL ZARAGOZA

El desconcierto de Gay

Las últimas decisiones de Gay expresan un alto grado de desorientación (Pinter de la grada al once, Ponzio tres demarcaciones en tres partidos o el papel de Braulio) y advierten de un preocupante desgaste.

Gay pronuncia un discurso a sus futbolistas durante uno de los entrenamientos del Real Zaragoza en la Ciudad Deportiva.
El desconcierto de Gay
TONI GALáN/A PHOTO AGENCY

Al Real Zaragoza corajudo y esforzado, el del carácter, la intensidad, el sacrificio y el compromiso, se le han evaporado todos esos valores que sirvieron durante un tiempo, la pasada temporada y la actual, para camuflar sus carencias de talento y de fútbol. Con eso ha bastado para conformarse. Cuando eso ocurre, cuando se desvanecen esos valores, el Zaragoza es una dolorosa vulgaridad. Ahora es un equipo desalmado y sin líneas que lo construyan. Lo único creíble a estas alturas son las buenas intenciones de casi todos, desde el primer jugador al último componente del cuerpo técnico. Nada más. Su camino hacia la autodestrucción es imparable y en el capítulo de responsabilidades comienzan a añadirse líneas. Agapito, como contumaz presidente, encabeza el listado. Le siguen los arquitectos del desastre, Pedro Herrera y Antonio Prieto, padres deportivos de este Real Zaragoza. Sus desatinos han condicionado la plantilla puesta en manos de Gay, confiándole un grupo vacío de calidad, incompleto y amorfo. Este es el origen de la enfermedad y pocos lo discuten.

Gay asumió la situación por compromiso moral y cuestión profesional. Era su oportunidad. Nadie como él y Nayim han confiado tanto en la plantilla, pese a las limitaciones evidentes. Más si cabe que Prieto y Herrera. Durante la pretemporada, le pusieron dedicación extrema e ilusión, con el convencimiento de que sobre las bases tácticas del pasado el equipo se aglutinaría poco a poco.

Aunque la realidad actual es diferente. Gay, su discurso, conserva la confianza. Su compromiso no se quebranta. Pero los gestos, las decisiones, la imagen de un rostro en un banquillo o la recurrencia del mensaje esperanzador reflejan el desgaste del entrenador. El estado del equipo le ha martilleado.

La derrota de San Mamés le ha dejado tan al descubierto como a unos futbolistas permeables al desorden institucional del club. Toda la tormenta desatada hace dos semanas tras el partido ante el Sporting ha calado en el vestuario. Si alguien midió las posibles consecuencias de aquel oscuro episodio sobre el futuro del entrenador, seguro que no incluyó entre ellas la plantilla y su unidad.

También se debilitó Gay, a quien Agapito exigió reacciones inmediatas. Con el fiasco de Bilbao, el crédito del entrenador, pese a la pobreza de la plantilla, ha entrado en el descuento. Sus últimas decisiones siguen por el terreno del desconcierto y la impotencia. Gay concibió el partido de Bilbao de un modo que apenas tardó diez minutos en estallarle en las manos. Estudió el estilo percutor del rival, la influencia de Llorente como faro y la incandescencia del ritmo del Athletic, y cocinó el enfrentamiento durante toda la semana en base a esas premisas. Pero el desarrollo denunció que el plan era que no había plan. No es la primera vez que le ocurre a Gay. Pinter, el antídoto de centímetros contra el juego volador del Athletic, naufragó con un cuchillo entre las botas. Tampoco funcionó el espíritu, la intensidad. Esa relajación de la actitud y la inexplicable ausencia de motivación revela que el mensaje de Gay está también perdiendo energía y significado. Es evidente que hay futbolistas mejores de lo que juegan y a los que el técnico no consigue extraer todo su jugo.

Pero más allá de cualquier juicio futbolístico, una posible alternativa de sistema o una revolución que la propia confección de la plantilla deshabilita, están esos signos que advierten de un entrenador capaz de cualquier cosa. Cercano a una agobiante desorientación. Varias de las últimas decisiones de Gay ilustran esta confusión. El caso de la titularidad de Pinter es uno. El futbolista húngaro ha pasado, de una jornada a otra, de la grada a la formación inicial. Esa veloz metamorfosis de rol es cuanto menos llamativa, por mucho que Gay lo repitiese la pasada campaña con Pablo Amo de protagonista. Que Pinter acabara fuera de la convocatoria ante el Sporting cuando Edmilson -el otro futbolista de similar perfil de la plantilla- no estaba disponible y fuera titular contra el Athletic, con el brasileño ya activo; no entra dentro de lo ordinario, salvo que en el trasfondo de la decisión se hallen otras causas o divergencias internas.

También Ponzio ha protagonizado un episodio peculiar desde su recuperación. Reapareció ante el Atlético y Gay lo alistó en la banda derecha del centro del campo, una zona excepcional para el argentino. A la semana, contra el Sporting, Ponzio fue titular en el pivote. Y una jornada después, en San Mamés, operó de lateral izquierdo. Tres posiciones distintas en tres partidos cuando no había causas forzosas de por medio.

Otro de los ejemplos es la situación de Braulio. Durante la pretemporada, el futbolista no contaba en los planes del técnico. La evolución del verano y los constantes resbalones de Prieto y Herrera para contratar delanteros de cierta distinción transformaron su escenario. Cogió billete en un equipo con apenas dos delanteros en nómina, pero pronto Gay lo puso en el vagón de cola, confirmándole que, de entrar, jugaría en la banda derecha o como enganche. El transcurso de la temporada y la necesidad de soluciones empujaron a Gay a subirle galones a Braulio hasta ponerlo de titular en Bilbao por la banda derecha, una demarcación inusual para el futbolista.

Resulta evidente que estas situaciones tienen su reverso: Obradovic o Lafita, por ejemplo. Catalogados por el club junto a Ander Herrera como fuente de ingresos principal, ambos -llamados a gozar de un peso importante en el equipo- se deslizaron al banquillo en San Mamés. Han perdido pie y eso siempre provoca una factura anímica.

Como se ve, Gay toca teclas. Tiene el mérito de estar probando casi todo, tratando de explotar una plantilla seca de soluciones. Sin embargo, la reacción no surge. Y Gay queda expuesto al viento desgarrador que soplan siete partidos sin vencer y el peor comienzo de Liga en cuarenta años. De eso, es complicado escapar.