RETROSPECTIVA

Donde Agapito dijo...

En cuatro años de mandato, el soriano ha dilapidado su credibilidad con sus comparecencias.

Agapito Iglesias no ha sido un personaje de excesivas palabras en público a lo largo de sus cuatro años como máximo accionista del Real Zaragoza. Sus entrevistas y ruedas de prensa se pueden contar con los dedos de una mano. Parapetado tras Eduardo Bandrés hasta que el ex Consejero de Economía abandonó la presidencia, el empresario soriano ha dosificado enormemente sus intervenciones. Un hecho que no ha evitado que haya regalado diversas 'perlas' que, transcurrido un tiempo (breve o largo), desconciertan o despiertan la sonrisa. Rara vez las ha plasmado con hechos. Incluso, en ocasiones, ha actuado de la forma contraria a la anunciada.


Por eso, cuando hoy comparezca ante los medios de comunicación para explicar sus planes de presente y futuro al frente de la entidad, lo hará con un interrogante adosado a sus espaldas. Una credibilidad que ha ido dilapidando y que ansía recuperar por el bien de la entidad y de sí mismo.


Arrancó su era con una rotunda declaración de intenciones: "Es nuestra intención hacer algo nuevo. Todo con el objetivo de colocar al equipo en un corto espacio de tiempo en el escalafón que corresponde a la quinta ciudad del país". Salvo en la temporada inaugural, que alcanzó in extremis la sexta plaza, el resto del balance es tremendamente negativo: un descenso, una campaña en Segunda y una permanencia sufridísima.


Los aires de grandeza le duraron incluso cuando se produjo la dolorosa caída a la categoría de plata. En una multitudinaria comparecencia llegó a presumir de chequera ("Y la garantía económica es personal: mi gente, mi empresa, los 1.500 trabajadores del grupo Codesport y sus más de 500 millones de facturación") y a jactarse de que no vendería a ninguna estrella ("El Zaragoza no tiene por qué vender a nadie para jugar en Segunda. Quien piense eso, se equivoca o no tiene ni idea de fútbol. Seguramente se dirá que estoy loco"). Dos meses después marchaba Diego Milito al Genoa por 8 millones de euros, además de Pablo Aimar, Sergio García o Matuzalem. En invierno emigró Ricardo Oliveira.


Empeñó su palabra en apoyar a Manolo Villanova ("No se quedará tirado porque yo nunca dejo tirado a nadie") y prescindió de él un año después. Responsabilizó a Alberto Zapater de su fichaje por el Genoa ("Un jugador no se va si no se quiere ir") y prometió una reestruturación en la secretaría técnica "aprendiendo del fútbol moderno, del inglés o el italiano", que se quedó en fuegos de artificio.


Son unas pinceladas de una trayectoria desconcertante. Aunque atendiendo a lo manifestado por el interesado el pasado domingo, "he cumplido todo lo prometido".