REAL ZARAGOZA 0 - 2 FC BARCELONA

Con dos basta

El fútbol de Iniesta y la pegada de Messi fueron los argumentos fundamentales del Barcelona para derrotar en La Romareda al Real Zaragoza. El equipo aragonés no da señales de vida

En términos generales, la derrota ante el Barcelona era un hecho con el que se contaba. A día de hoy se da tanta diferencia entre el conjunto de Gay y el de Pep Guardiola que sólo la ilusión que se renueva cada semana animaba alguna esperanza de que ocurriera un imprevisto. De esta parte, no había más a qué agarrarse. La razón, la estadística, la historia más reciente y el nivel futbolístico del Barcelona avisaban muy de antemano de lo que era más probable. Y así fue. Acaso se esperaba alguna señal de vida del conjunto aragonés dentro de la adversidad. Pero ni siquiera eso se produjo. Los registros vitales del Real Zaragoza siguen siendo planos.Como siempre, perdió la iniciativa en el partido. Como muchas otras veces, se quedó con diez jugadores sobre el terreno de juego (por expulsión esta vez de Leo Ponzio). Como en cada encuentro, dejó patentes sus carencias en ataque (por el clamoroso fallo de Braulio ante Víctor Valdés). Como es frecuente, la defensa cometió un error de bulto (por ir tres defensas a tapar a Villa y dejar suelto a Messi). Como sucede desde que arrancó esta Liga, el centro del campo carece de fuerza y gobierno. Crear algo de juego es una labor imposible. El balón parece un objeto de complejo dominio en las botas de muchos futbolistas. De este modo, resulta una quimera ganar a nadie en Primera División. A nadie. Mucho menos, al Fútbol Club Barcelona, por más que se levante una muralla con tres centrales y se coloquen en los flancos dos defensas carrileros. Como quedó demostrado, Contini, Jarosik, Lanzaro, Diogo y Obradovic no significaron suficiente muro de contención.

Cabe aceptar la idea de Gay desde un punto de vista teórico, como debate de laboratorio. Pero algún día tendremos que caer en la cuenta de que los sistemas no hacen buenos a los jugadores, sino que son estos los que hacen buenos a los sistemas. Guardiola también cambió el modo de disponer a sus futbolistas sobre el terreno de juego en La Romareda, y no por eso el Barcelona fue ni mejor ni peor. Siguió siendo un conjunto situado a años luz del presente Zaragoza.

En las filas azulgranas bastaron el fútbol de Andrés Iniesta y la pegada de Leo Messi para desintegrar cualquier afán aragonés. La cerrada ovación que dedicó La Romareda al fino centrocampista de Fuentealbilla fue un reconocimiento a su genio, a su talento, a su manera proverbial de entender el juego. Se las vio de manera directa con Carlos Diogo, un lateral duro e infinitamente más poderoso desde un punto de vista físico. Pero Iniesta sacó la magia y lo deshizo, a la vez que abría el partido descaradamente hacia una victoria de su equipo. Messi fue el encargado de concretar la superioridad catalana. En dos apariciones muy determinadas liquidó cualquier debate de fondo. Al Barcelona, en realidad, no le hacía ninguna falta la ayuda graciosa de Pérez Lasa, colegiado inepto que cosió a tarjetas y faltas al débil. Su arbitrario modo de pitar se ganó la justa y severa crítica de la grada, de la misma manera que merecería un destino menos brillante del que tiene.

Cuando Leo Ponzio se autoexpulsó en los inicios del segundo periodo, nada quedaba por ver. El Barcelona jugó muchas veces metido en terreno del Real Zaragoza con todos sus hombres, a excepción del guardameta, Víctor Valdés. Si perdía el control del balón, la presión que ejercía le daba el esférico de nuevo en segundos. Los tiempos de posesión durante ese periodo fueron un escándalo. La pelota sólo perteneció a uno, de modo que se abrió un largo monólogo con el único fin de que David Villa viera puerta. Al Guaje se lo negaron el infortunio y el destino a pesar de estar siempre rodeado por Jarosik, Contini y Lanzaro. Al final del encuentro, el Barcelona había dispuesto casi de una veintena de oportunidades de gol, por una sola del equipo de José Aurelio Gay.

Pedro Herrera pensó que Ander Herrera podía ser el líder natural de este equipo sobre el terreno de juego y el resultado de la apuesta principal va camino de convertirse en una catástrofe deportiva de tamaño bárbaro, para la que es complicado encontrar parangón en la historia del club. Gay podrá decir si lo estima conveniente para sus intereses que este discurso obedece a simple animadversión. Pero mientras el fútbol no demuestre otra cosa, también es fútbol, sin más. El Zaragoza que han construido Pedro Herrera y Antonio Prieto, y que él ha aceptado en aras de disponer de una oportunidad como entrenador de Primera División desde un origen, ha sumado tres puntos de veinticuatro posibles, registro indecoroso e impropio para esta ciudad y esta región, que tienen al Real Zaragoza por bandera y símbolo.

Hoy día, el equipo no sólo es el último clasificado en la tabla. También puede juzgársele como un cuerpo inerte que vaga por los campos según lo hacen los espectros. La imagen resulta al mismo tiempo desoladora y dolorosa, en una mezcla en todo caso insufrible. Los partidos hace tiempo que dejaron de ser aquí un lugar para disfrutar. Son un punto donde sufrir calladamente, en silencio. La Romareda va adquiriendo poco a poco los rasgos de un funeral. Únicamente a los fondos de la grada les queda alma para protestar contra los autores del desastre. Cunde la resignación, un sentir cada vez más extendido.

En este contexto, José Aurelio Gay ha dejado de contar con razones para sustentarse al frente de la nada, y si hay algo que lo sujeta es que tampoco se le puede responsabilizar de las deficiencias con las que debe afrontar cada choque. En todo caso, está apuntado por el fútbol, por ser el entrenador de un equipo que no sabe cuál es el camino para conseguir la victoria después de ocho jornadas.