REAL ZARAGOZA

Castigo al mínimo esfuerzo (2-3)

>> El Real Zaragoza se fue del partido en la segunda parte y pagó su ausencia futbolística con una derrota en La Romareda, la primera en casa>> De nada valieron los goles anotados por Oliveira y Ewerthon, que volvieron a fomar la vanguardia del equipo

Un desorganizado Zaragoza fue incapaz de mantener su ventaja de 2-1 en el descanso y el Rayo dio la vuelta al marcador
Castigo al mínimo esfuerzo (2-3)
CARLOS MONCÍN/ PEDRO ETURA

Concluyó el Real Zaragoza la primera vuelta con una derrota en casa y fuera de los puestos de ascenso a Primera. Quizá obedezca esta somera descripción de la situación a una circunstancia cualquiera y adversa. Puede ser. Además, en ocasiones, el devenir del fútbol convierte en anécdota aquello que en un momento concreto, como puede ser éste, semeja una pequeña tragedia. Pero aun atendiendo a estas certezas que brinda la experiencia, también es preciso advertir que resultan legítimas las lecturas revisionistas. Razones sobradas se ven o se adivinan para pensar que al equipo de Marcelino le falta el sustento necesario para gobernar en los partidos y ser más o menos dueño de la propia suerte, del propio destino.


La sospecha, en verdad, siempre ha flotado en el ambiente. Unas veces se ha hecho más palpable. Otras, ha quedado un tanto oculta por la pegada de Oliveira y Ewerthon; es decir, por el resultado o por el mero avanzar posiciones en la tabla clasificatoria. Sin embargo, el presente Zaragoza nunca ha logrado sacudirse de encima la sombra de duda de fondo que le persigue. En estas horas de adversidad, como es natural, menos aún. Pocas son las evidencias a las que cabe agarrarse, se mire al campo o a la tabla clasificatoria. Después de la derrota sufrida ayer ante el Rayo Vallecano, se han apagado las pocas luces que se apreciaban en el cuadro de mandos.


A mitad del encuentro que ponía fin a la primera vuelta de esta liga, se detuvo el Real Zaragoza, como si hubiera terminado el careo deportivo ante el equipo de Teresa Rivero o como si todo estuviera resuelto una vez que se había remontado el gol de Pachón. Acercarse a otras hipótesis que no sean el aire de suficiencia con la que se vive, y se mira a los demás, en este club produce vértigo. Digamos que sin aparente motivo se pararon las máquinas. Las piernas de los jugadores se declararon en huelga, el corazón dejó de bombear sangre y la voluntad desapareció. El brillante fogonazo de Ewerthon en el inicio del segundo periodo fue la última noticia del equipo. Luego desapareció. Se fue a ninguna parte. Estaba en el campo y se había ido del partido. Dejó todo el frente abierto para que sucediera lo que pasó: que el Rayo Vallecano se adueñara del hilo argumental y terminara por asestar dos golpes tremendos, los propinados por Aganzo y Sousa con sus goles. Ellos fueron heraldos que anunciaron que algo no funciona de modo correcto en este lado.


Marcelino rehuyó al término del partido la elaboración de un diagnóstico diáfano acerca de los males que provocaron la insuficiencia colectiva. Cuando un equipo se para de este modo, todos quedan señalados. Ninguno se libra de responsabilidades. Cada uno a su medida, tiene parte en el asunto, que, por otro lado, no se juzga menor. Da la impresión de que el Real Zaragoza ha entrado en una fase de declive que amenaza con deteriorar las bases del necesario regreso a Primera.


El hecho de no sumar un solo punto en las dos últimas jornadas avisa del peligro serio ante el que se halla el equipo. No se supo ganar hace siete días a un conjunto que ocupa posiciones de descenso, el Córdoba, y ayer se perdió la condición de invicto en casa, en La Romareda, lugar donde el denominado miedo escénico casi vence por sí solo a los rivales. En este instante, ni siquiera sirven los goles de Oliveira y Ewerthon.


Los brasileños acudieron a su cometido. Marcaron el uno y el otro tras pasar por el banquillo de la suplencia. Pero ni aun así se amarró el triunfo. La denuncia que formula el propio fútbol es palmaria. Situados en ventaja al filo del descanso merced al gol anotado por Ewerthon, solo restaba por llevar a cabo una de las tareas más sencillas que se presentan en el juego: arroparse, defender bien, mantener el orden, presionar con corrección, dejar el peso del encuentro a quien lo quiera o pueda tomar y aprovechar los espacios libres. Nada de eso se ejecutó, en una omisión incomprensible. El Rayo cogió el mando de las operaciones porque se le invitó a ello de modo abierto. Si eso no eran concesiones suficientes, el Real Zaragoza añadió otro horror en su discurso. Hizo del insoportable e inadmisible pelotazo algo más que un recurso de urgencia cuando apura la vanguardia rival. Se erigió en una especie de religión, de modo que el equipo se quedó sin balón que tratar, sin espacios que ocupar o en que desplegarse, sin manejo de los tiempos, sin contenido ofensivo o defensivo en el que sujetarse. Construyó el canal más directo a la derrota por no jugar a nada, a absolutamente nada. Aquello que se vio en Córdoba no era el camino del ascenso. Este último tampoco. El Real Zaragoza, en verdad, lo ha perdido. No se lo han quitado. No. Lo ha perdido por motivos de orden interno. Antes de alcanzar el parón de Navidad se apreciaba una lógica, una normalidad, que se ha esfumado.