REAL ZARAGOZA

Carné de salvador

Como ya hiciera en su etapa de futbolista y como entrenador, vuelve Víctor Muñoz al Real Zaragoza con un cometido de urgencia: evitar el descalabro en forma de descenso con su perfil de hombre esforzado en el trabajo, obsesivo, ambicioso y de aguda personalidad.

Vengo a aglutinar, a ganar partidos y también a tener en cuenta el gusto de la afición". No son palabras de ayer, hoy o mañana. Podrían encuadrarse en el áspero y apurado contexto del Real Zaragoza actual, pero Víctor Muñoz (Zaragoza, 1957) utilizó ese mensaje para aclararle hace casi cinco años al zaragocismo la altura de su compromiso y responsabilidad en un escenario rodeado de llamas, azufre y ceniza como el que amenaza hoy al club. Víctor salió entonces abrazado al éxito. Salvó a un equipo recién ascendido como éste y que Paco Flores había dejado desorientado y en alarmante depresión. Ayudado de los refuerzos de Movilla y Dani, impulsó al Zaragoza a la permanencia a la vez que completaba el objetivo con aquella noche inolvidable y mágica de Montjuic. Aquel gol rabioso de Galletti que tumbó al Real Madrid de los primeros Galácticos y que brindó al zaragocismo su Copa del Rey más heroica. Luego, vendría la primera Supercopa de España.

El salvador fiel

Víctor reanimó a aquel grupo como se espera que haga con éste. Se ayudó para conseguirlo de su exhaustivo y científico método, su aguda personalidad, ganadora, seria y firme en el trabajo, y del conocimiento del medio que pisaba. Estas claves justifican, de nuevo, la decisión del Real Zaragoza para recuperarlo en situación de alarma. No es la primera ni la segunda vez que Víctor acude al rescate. La ocasión original se correspondió con los últimos alientos de aquel futbolista de tronco ensanchado, pulso incansable y "bravo, bravo, bravo como nadie en España", según definición de Vujadin Boskov. Fue en la temporada 90/91, cuando el club lo llamó a Escocia (St. Mirren), donde remataba su fútbol, para implicarlo en aquella salvación que solo se abrochó en la agónica promoción de descenso frente al Real Murcia. En la vuelta, acabó expulsado pero fuertemente ovacionado por La Romareda, la misma grada que en sus inicios en el Zaragoza le perdonó pocas veces su inacabado perfil técnico. Fue su último servicio como futbolista. Colgó las botas y, enriquecido por sus estudios sobre la actividad física y la gestión empresarial, decidió asumir la gerencia del Real Zaragoza. Su colisión con varios de los despachos del club apenas le sujetó media temporada en el cargo. Pero aquellos episodios nunca erosionaron su zaragocismo. Aunque afincado en Barcelona, donde conoció a su mujer e instaló su residencia habitual, y muy identificado con el Barça; siempre subrayó su sentimiento aragonés y zaragocista.

Su última etapa en el Zaragoza se agotó coincidiendo con la llegada de Agapito Iglesias, en mayo de 2006. Su salida estaba decidida ya por Alfonso Soláns tras una temporada en la que el equipo rozó una nueva Copa del Rey en el Santiago Bernabéu. Se perdió aquella final ante el Espanyol, aunque el imborrable camino seguido para alcanzarla, con Atlético, Barça y Real Madrid (y el 6-1) como víctimas, produjo varios de los mejores momentos futbolísticos del Real Zaragoza en los últimos tiempos.

Comenzaría para Víctor Muñoz tras abandonar el Real Zaragoza un periodo de tres años saldados con tres destituciones. Salió disparado de Panathinaikos, Recreativo de Huelva y Getafe. Ahora Agapito Iglesias lo contrata (ya negoció con él cuando se firmó a Marcelino) con la salvación en la hoja de trabajo. Víctor deberá, como en su último cometido similar en Zaragoza, "aglutinar, ganar partidos y tener en cuenta el gusto de la afición". De todo ello, la última parte parece la más sencilla en un club afectado por una quiebra social y en absoluto declive de juego y resultados. Víctor sabe dónde pisa, de las apetencias y modos de pensar zaragocistas, pero, por el contrario, poco queda del funcionamiento de aquel club que dejó la última vez. Eso debería conocerlo también.