baloncesto

El Casademont Zaragoza, un volcán en erupción

La eliminación de la Europe Cup ha erosionado la figura del entrenador, del director deportivo y de los jugadores. 

Matt Mobley, escolta del Casademont Zaragoza.
Matt Mobley, escolta del Casademont Zaragoza.
Toni Galán

El proyecto continental del Casademont Zaragoza se desmoronó el pasado miércoles, de manera inesperada, con su prematura –y sonrojante– eliminación de la FIBA Europe Cup. Un fracaso considerable, de muy difícil justificación, que irremediablemente tendrá consecuencias en diferentes ámbitos de la entidad. El club aragonés vive actualmente instalado sobre un volcán enfurecido, que ya amenaza con cobrarse un reguero de víctimas si no se produce una inmediata reacción. De hecho, el rendimiento del equipo está erosionando peligrosamente la figura del director deportivo, Pep Cargol; del entrenador, Jaume Ponsarnau; y también de algunos jugadores de la plantilla, ahora bajo sospecha por su apatía, su dejadez, su indolente actitud y su falta de compromiso colectivo.

En este sentido, ninguno de los estamentos deportivos del Casademont está respondiendo a las expectativas generadas, ni se hallan a altura de un club que, aciertos y desaciertos al margen, al menos sigue mostrando ambición para intentar modificar la trayectoria del equipo. Lo hizo el pasado curso, con las incorporaciones de Sergio Hernández, Luis Casimiro, Elias Harris, Jacob Wiley, Luka Rupnik o TJ Bray; y ahora, pese a sus limitaciones presupuestarias, también ha tratado de enderezar la presente temporada contratando a Adam Waczynski, Kenan Sipahi y Deon Thompson para suplir a los lesionados Santi Yusta, Jamel McLean y Omar Cook.

En cualquier caso, hay valores –o la ausencia de ellos– que son responsabilidad de los propios jugadores: la voluntad, el hambre, el sacrificio, el carácter, el orgullo, la intensidad, la constancia, la dedicación, la profesionalidad... Y la desconfianza en la dirección deportiva, ya palpable tras el diseño en verano de una plantilla descompensada, se ha acentuado ahora con la llegada de Deon Thompson, quien se ha presentado en Zaragoza con sobrepeso, fuera de forma, cuando el equipo necesitaba un pívot que rindiera con inmediatez.

Lejos de mejorar con el discurrir de las jornadas, el Casademont ha protagonizado una sorprendente involución en su juego, que ya se ha traducido en la abrupta salida de la FIBA Europe Cup, y que compromete también el recorrido de los zaragozanos en la Liga Endesa.

Los argumentos de la plantilla no acaban de forjar un grupo sólido, competitivo y solvente, donde el aspecto colectivo prime sobre las individualidades. Por ello, la entidad tiene previsto realizar otros dos movimientos en los próximos días: negocia actualmente la rescisión del contrato de Jamel McLean, para después acometer el fichaje de un base anotador. La salida del pívot liberaría una plaza de jugador extracomunitario, lo que facilitaría la incorporación del nuevo refuerzo que desde hace semanas persigue la entidad. Se trata de base que, al margen de su capacidad para dirigir y generar juego, se distinga también por su facilidad anotadora y su puntería desde el perímetro.

Los desequilibrios de la plantilla, muy evidentes, se agravan aún más por el juego anárquico y descontrolado que ejecutan los jugadores. En la pintura faltan envergadura y determinación, al margen de que ninguno de los ala-pívots, ni Dino Radoncic ni Valwijn, representan una amenaza desde más allá del arco. Tampoco los bases se caracterizan, precisamente, por su facilidad para anotar, mientras el equipo practica un juego lento, plano y previsible, sin la fluidez y la velocidad suficientes para generar ventajas y obtener lanzamientos liberados. Asimismo, Ponsarnau ha reducido considerablemente las rotaciones, relegando incomprensiblemente a un papel secundario a jugadores válidos como Javi García, Ramón Vilá y Aleix Font. El proceso de devastación sigue sin detenerse.

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