Baloncesto

Okoye y Hlinason, canción de fuego y hielo

La incandescencia anotadora de Okoye y la imponente frialdad de Hlinason galvanizan una victoria que se tambaleó en el último cuarto e hizo temer lo peor al Casademont

Hlinason tapona a un rival ante la mirada de Okoye.
Hlinason tapona a un rival ante la mirada de Okoye.
ACB Photo/EstherCasas

Tryggvi Hlinason elevó su torre de hielo y comenzó a sacudir tapones, a intimidar a quien por allí se asomara y a dominar cualquier acción cerca de su aro, congelando la pintura de Casademont e inmovilizando a Breogán cuando el partido se estiró entre el primer y el segundo cuarto. El pívot islandés, defendiendo allá donde se siente cómodo, protegió así, con su baloncesto impasible y frío, a su equipo, mientras Stan Okoye encendía el brasero de sus muñecas para romper el partido cuando debió hacerse.

En el segundo cuarto, Casademont Zaragoza destrizó a Breogán y abrió el camino de un triunfo tan necesario como sufrido, sudado más de la cuenta, pues los gallegos, en el último cuarto, abrieron en el Príncipe Felipe las ventanas a los fantasmas, recortando 15 puntos en un pestañeo, mientras Casademont entraba en una de esas fases depresivas que tanto le arruinan las cosas. Pero no.

El triunfo llegó, y se impulsó sobre el fuego anotador de Okoye, con 15 minutos arrolladores, de llama viva, un volcán de acierto y puntos (7 en el segundo cuarto y 12 en el tercero), y sobre la imponente frialdad de Hlinason, providencial guardián defensivo, con otra tarde de 5 tapones después de que el miércoles firmara idéntico registro frente al Hapoel Gilboa. Parece que sí, que esta vez sí, que Tryggvi crece como debe. O eso creemos ver.

Es el islandés un jugador desconcertante, gélido para lo bueno y para lo malo, aún inconcluso en su terminación. Resulta poderoso, flemático y sólido cuando vive debajo de su aro, pero indeciso y leve muchas veces cuando se arrima al contrario, donde las manos se le derriten conforme más las acerca al metal. Su compostura defensiva, no obstante, fue una de las palancas del triunfo zaragozano contra Breogán. No firmó una cartilla estadística de grandes números globales (9 puntos, 5 rebotes, 5 tapones y 10 de valoración), pero se pegó con todo y con todos, a destajo, acabando eliminado por faltas y llenándose los brazos de rozaduras.

Si Hlinason blindó a Casademont, Okoye lo lanzó. El nigeriano entró en erupción cuando dormitaba por el partido. Pero ya se sabe con este tipo de jugadores: se le prendió el talento, se le calentó la mano y avivó un baloncesto pleno de registros y recursos. Tiró, penetró, machacó…

Su tercer cuarto sirvió para sujetarle la ventaja a su equipo con una actuación portentosa, con 17 de valoración: 12 puntos, 2 rebotes, 2 asistencias y 2 faltas recibidas. En un momento, Okoye pasó a ser el Okoye de 2018 y 2019. Zaragoza lo volvió a reconocer como aquel compulsivo anotador, un versátil encestador, indescifrable para los defensores: Breogán no encontró antídoto alguno mientras la diferencia aragonesa se ensanchaba hasta los 16 puntos.

La ventaja lucía bien y Casademont entró en los suspiros finales atacando con 15 arriba, pero Sipahi se tiró al monte, regaló el último ataque a los gallegos, encestaron… Y entraron, después, al último cuarto como un vendaval que consumió todo el rédito aragonés. Los cronistas ya se veían triturando líneas en sus escritos porque el asunto se puso negro, con Breogán por delante, pero Casademont se agarró a la victoria. Menos mal. Y, así, Hlinason y Okoye se fundieron en un abrazo, porque el fuego y el hielo también pueden hacerlo.

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