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Gigantes que no tienen techo

Las faltas de Justiz convirtieron a Hlinason en un protagonista inesperado. El islandés sumó su buen hacer al de un equipo solvente, que en poco más de un mes ha doblegado al Madrid y al Barcelona.

Los jugadores se arremolinan en torno a Tryggvi Hlinason al finalizar el partido.
Los jugadores se arremolinan en torno a Tryggvi Hlinason al finalizar el partido.
Toni Galán

Cuentan que en Islandia es tradición dejar los cochecitos de bebé (niño incluido) en el balcón aunque esté haciendo un frío de mil demonios. Creen que así el muchacho crecerá sano y fuerte. No sabemos si Tryggvi Hlinason pasó muchos de sus días de infancia con una mantita a la intemperie, pero ayer demostró que es un mozo robusto, gallardo y vigoroso, incluso, cuando se convierte en protagonista inesperado.

El pívot islandés del Casademont Zaragoza no era, a priori, una de las bazas principales para buscar la victoria contra el Real Madrid de Laso. Sin embargo, concluyó con unos números de aúpa y con las felicitaciones de su entrenador, Porfirio Fisac, que no acostumbra a singularizar méritos ni a señalar a nadie en concreto. El Casademont es un equipo tan coral y tan bien empastado, que ni siquiera ganando de veinte al Madrid se puede destacar a un héroe de la gesta: ayer sumaron todos y hay números de Radovic, Alocén o Brussino merecedores de ovación. Sin embargo, en esa retorcida estadística que señala la (a veces callada) aportación al equipo mientras se está en pista, eso que llaman ‘el más-menos’, el impronunciable Tryggvi pulverizó los récords (+31).

Y no tenía una papeleta cómoda, pues su concurso se hizo imprescindible demasiado temprano por la baja de Fran Vázquez y la torpeza con las faltas de Javier Justiz. El cubano apenas jugó cinco minutos y el islandés lo hizo más de veinticinco. El órdago, además, era de cuidado porque sus 216 centímetros se enfrentaban a los 221 del temible Walter Tavares. Y aunque en los primeros compases Hlinason se llevó unos cuantos tapones –se ve que la falta de abrigo en la gélida Islandia no granjea rasmia aragonesa–, poco a poco fue sumando hasta convertirse en el más valorado del equipo.

Es posible que el partido tuviera un antes y un después de la expulsión del gigantón caboverdiano, pero no lo es menos que para entonces ya se estaba produciendo el colapso blanco y que el marcador del Madrid se había quedado estancado en ese escueto 47, número que hoy debería agotarse en las administraciones de lotería zaragozanas.

No estuvo solo el jovencísimo pívot llegado del frío (22 añitos tiene la criatura), pues en la segunda mitad la determinación de Radovic le acompañó con solvencia: los 14 puntos del montenegrino llegaron tras la reanudación. También Ennis protagonizó electrizantes jugadas de las que conectan con la grada y –lo que es mejor– regaló enormes sonrisas y abrazos sinceros cada vez que San Miguel o Alocén hacía alguna de las suyas.

Que el Madrid perdiera tantos balones (hasta 17) habla muy bien de las artes defensivas mañas. Estar vivos, meter una y mil manos, tirarse al suelo por un balón dividido. Esta entrega tiene su premio y se evidencia en una estadística apabullante, donde se encuentra otra de las claves de la victoria: 2 puntos blancos al contraataque por 24 rojillos. Qué gusto da verles correr. Qué empuje tiene el Felipe cuando los planes salen bien. Por primera vez, y en poco más de un mes, se ha ganado en Zaragoza en la misma temporada al Real Madrid y al Barcelona.

Ayer, tras la locura del final del tercer cuarto, la grada se entregaba a un Casademont totalmente despeinado. Solo había caras de preocupación en Pablo Laso y en algunos periodistas, que ya no encuentran más sinónimos para ‘gesta’, ‘hazaña’, ‘heróica’... Dicen que alguno, incluso, rebuscó en manuales de pediatría vikinga para escudriñar las claves de la victoria.

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