Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

La hora de Messi, el caminante, el estilita que atraviesa el desierto

Los dos capitanes de Países Bajos y Argentina: Van Dijk y Leo Messi.
Los dos capitanes de Países Bajos y Argentina: Van Dijk y Leo Messi.
DPA

BRASIL-CROACIA

El Mundial ya entra en plena emoción. Esta Brasil es favorita, y parece sólida, más por su eficacia y su seriedad que por su buen juego, aunque tiene muchos recursos. Se enfrenta hoy a uno de los equipos rocosos, dirigidos por Luka Modric, por quien no pasan los años. Ya fue hace cuatro años el mejor futbolista del Mundial de 2018 (en pugna con Mbappé y Griezmann), y sigue dando lecciones de buen fútbol, de dirección, pausa y disparo, asistido por Kovacic y Brozovic. Modric es uno de esos centrocampistas de los que se aprende siempre: lástima que España no tuviese un centrocampista así, seguro de toque, de su impacto, de la ascendencia sobre sus compañeros. Es, además, un deportista ejemplar, de esos que deslumbran porque su sencillez en el juego está llena de hechizo y de constante inspiración.

Croacia parece por debajo de Brasil, a la que se ha reincorporado un Neymar especialmente motivado. Tiene tantos recursos el combinado de Tite que la estrella del PSG casi es una presencia extraña. Esta vez sí parece más centrado, como si tuviera la intención y la sensatez de competir no por narcisismo sino por su país. Brasil es espectacular desde Allyson hasta Vinícius; la defensa es poderosa por arriba y por abajo, los medios Casemiro y Paquetá corren y defienden hasta la extenuación, y arriba todos resultan peligrosos, artísticos y dignos de la escuela carioca. Richarlison sigue ahí, largo y portentoso, dispuesto a amenazar al goleador Mbappé. Brasil parece tenerlo más fácil, pero los croatas son muy trabajadores y ordenados. Y a veces a la ‘canarinha’ se atasca como le ha pasado en este mismo campeonato a pesar de las cifras goleadoras.

ARGENTINA-PAÍSES BAJOS

Se ha dicho una y mil veces. Desde hace mucho tiempo. El fútbol le debe un título a Holanda o Países Bajos. Pudo haber ganado en 1974 con la Naranja Mecánica de Cruyff y Neeskens pero se encontraron con Beckenbauer, Breitner y Müller; fue mejor que Argentina-1978 durante muchos minutos sin ‘El Holandés volador’, pero al final el ‘Matador’ Kempes hizo de las suyas y marcó dos goles, uno de ellos a trompicones. Fue un campeonato extraño y con cosas sucias de la dictadura militar de Videla y otros, pero los hados estuvieron con Daniel Pasarella, Osvaldo Ardiles y Kempes, las estrellas albicelestes. Y en Sudáfrica-2010, antes del gol para la eternidad del ángel de Fuentealbilla, Iniesta, Íker Casillas realizó uno de sus milagros de arquero inspirado. Aquella tarde-noche podría haber sucedido de todo, pero ganó el juego primoroso, refinado, de pura hermosura estética de España al fútbol total, de nuevo, de Holanda.

El equipo de los Países Bajos de ahora no se parece en nada de nada a aquellos tres, ni a alguno intermedio con Gullit, Rijkaard, Vanenburg y Van Basten por ejemplo. Lo dirige un viejo amigo de España, o de Barcelona, Louis van Gaal, transformado dicen en un hombre entrañable, simpático y hondamente paternal con sus futbolistas. El juego es más bien feo: destacan Van Dijk, uno de los mejores centrales del planeta y del Mundial, De Jong, el creador de juego, y dos delanteros: el goleador Memphis Depay y el goleador Gakpo. Bueno, hay algo más, bastante más, pero el fútbol no es preciosista ni brillante, si acaso justito de luz y pragmático, pero también dicen que están muy liberados. Tranquilos, sin urgencia histórica. Nadie esperaba nada de ellos, y tumbar a Argentina no es un delirio.

La selección de Scaloni sonaba en las quinielas iniciales. Por tradición, más bien. Su juego aburre a las ovejas, a los perros al acecho y a los niños de la calle, o de los potreros, como dicen por allá. Tienen un bloque laborioso que se afana pero no enamora a nadie. Un bloque que sigue fielmente las consignas y los pasos de su caminante fantástico: Leo Messi, que apenas corre ya, pero piensa más que nunca en los otros. Y es hábil, listo y buen director al trote. Piensa en el bloque: en Julián Álvarez, un delantero en el que confía Pep Guardiola, y en Enzo Fernández. Y Rodrigo de Paul. Parece un tanto imposible que este equipo pueda llegar a la final y vencer, pero el planeta también ‘le debe’ un título a Messi: en su mejor partido en 2014, ganó Alemania. Aquel día, vomitando a cada instante, Messi jugó su mejor partido y estuvo a punto de ganar el título. Argentina, en mi recuerdo, estuvo por encima de una Alemania tediosa. Gödze, otro ángel desterrado en el césped, goleó y 'campeonó' para los teutones.

Hoy puede pasar de todo. Países Bajos y Argentina son dos equipos de mediano perfil, serios sí, pero un tanto insípidos. Quizá la genialidad siempre imprevisible de Messi pueda hacer su aparición definitiva. ¿Quién lo sabe? Lo cierto es que este Messi, menos carismático que Maradona, significa casi lo mismo para el país y sus propios compañeros en estas circunstancias. Es el dios de 35 años que tiene un sueño: ganar el Mundial. Si lo lograse, nadie volvería a discutir su inmenso talento y su país lo sentaría de corazón al lado de Maradona, aquel ‘barrilete cósmico’ que dejó un reguero de genialidad a su paso, en dirección al marco de Peter Shilton, en la jugada más inverosímil de todos los tiempos.

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