Ante Japón, de menos a casi nada

Unai Simón tiene mucha confianza en su juego de pies, pero a veces se embolica.
Unai Simón tiene mucha confianza en su juego de pies, pero a veces se embolica.
Rodrigo Jiménez/Efe.

Parecía que España y Alemania habían librado la batalla de los límites. No era para tanto, y a los dos les faltó profundidad, ambición y partitura de grandeza. Los alemanes habían caído ante Japón, tras una primera parte esperanzadora, y España lo hizo ayer en un choque para el olvido, idéntico; Luis Enrique seguramente no dio la victoria por segura, pero no calibró en su justa medida la respuesta nipona. Ayer España jugó el partido de la impotencia en todas las líneas, y no se habla aquí solo del resultado. 

Empecemos por la defensa: una cosa es sacar la pelota jugada, avanzar en combinación, perfeccionar una estilosa triangulación (que debiera ser más rápida, inteligente y precisa), y otra es decirle al rival lo que vamos a hacer: pase al portero, una vez, y dos, y tres, hasta veinte veces, siempre con algún riesgo, hasta el punto de que el arquero, Unai Simón, por ejemplo, se acabe sintiendo un central gambeteador y use y abuse del regate o amago que parece una aleación de frivolidad, burla y suficiencia. ¿No se podrían ensayar dos o tres modelos para sacar de portería, un balón escorado a la banda, un balón al jugador más adelantado u otra estrategia, para no resultar tan previsibles y no abonarse al suicidio en el campo y al infarto en la grada?

La línea medular se conforma con una retórica despaciosa, un poco desganada, en la que nadie halla huecos. Y arriba, no hay estiletes, nadie que busque la línea de fondo en pos de un centro; de uno de ellos, del lateral Azpilicueta y desde el costado, llegó el gol de Morata, que persiguió algún tanto más y fue el más incisivo. La primera parte fue un lujo inútil: los nuestros cayeron en la trampa de creer que los rivales habían desaparecido, y faltó casi todo: cuerpeo, contundencia, velocidad, decisión, imaginación y creación, y el profundo respeto que se debe a un rival, que fingió ser incapaz. En la segunda mitad, España despreció la trascendencia del partido y se jugó su destino. En algún momento estuvo fuera del Mundial.

A lo mejor sí hay que alarmarse, aunque el azar haya jugado a favor de Luis Enrique en las próximas rondas. Lo que sucedió ayer, la explosión del asombro con la debacle de la Roja, es habitual en este juego. Lo que ya no lo es tanto es que la selección se haya sentido tan cómoda en ese limbo donde no tuvo ni luces ni personalidad ni moral de combate.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión