Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

El Madrid venga el 0-4 con un triunfo estelar e incontestable

Vinicius Junior y Koundé se la vieron en el área del Barcelona en varias ocasiones.
Vinicius Junior y Jules Koundé se la vieron en el área del Barcelona en varias ocasiones.
EP

El Bernabéu era, como ante los grandes partidos, una auténtica olla a presión. Y había sed de venganza ante un nuevo clásico, que podía dar ventaja a los blancos. El Barcelona, desahuciado en la Champions, venía bajo el signo de la duda y la depresión: pese a los fichajes, al talonario inesperado y al brillo constante de Lewandowski, el equipo culé había dado varias muestras de inseguridad y de fragilidad. Ganó con suerte, con mucha suerte y por la mínima, al Mallorca y al Celta, y se derrumbó, aunque tuvo gestos de leve heroísmo, ante el Inter fuera y en casa, y hasta Xavi Hernández, llamado a la reconversión y a la preparación de un futuro glorioso de nuevo, estaba cuestionado. Él parecía haber recuperado las esencias del juego de base, del toque Barça, del estilo académico y elegante de la Masía, pero se atraganta en defensa, y el centro del campo -pese a las apariciones rutilantes del fogoso Gavi y el artista Pedri– no crea como debiera. No crea ni carbura, y cuando lo hace no logra mantenerlo durante los 90 o 100 minutos. Y arriba, otros, como Dembelé, con sobreabundancia de talento y posibilidades, necesitan alguien que les enseñe a jugar, a buscar al compañero, a no aturullarse en regates y más regates que acaban siendo inútiles y a la vez insolidarios, de chupón. En cambio, el Madrid sigue siendo un equipo sólido, bien armado, con un bloque titular muy poderoso y con recambios que pueden modificar el signo de un choque.

Así saltaron al campo. El Madrid, bien colocado, seguro, ordenado en la medular, compacto y correoso en la zaga, y con el equipo estelar, salvo la ausencia de Courtois. Salía dispuesto a correr, no solo con el expreso Vinicius, sino con Fede Valverde; ambos siempre hallan el remate, el desborde y la inteligencia de Benzema, esa presencia tutelar. El Madrid marcó pronto, quizá demasiado pronto, en otro alarde de bisoñez defensiva barcelonista, que parece confiar más en los presuntos fallos del rival (que no siempre se dan) que en su propia fortaleza. 

El Madrid, sin despeinarse en exceso, pero sólido y trabajador, era más incisivo, y el Barcelona se conformaba con la triangulación rutinaria e intrascendente. Así llegó el primer gol de Benzema: la defensa azulgrana se desarmaba sola por su lentitud, sus despistes y su languidez. Y su incapaz de correr hacia atrás. De ese modo también, aunque Lewandowski desperdició el posible empate, llegó el segundo gol: el Madrid husmea el peligro, ensaya el contragolpe y no falla. Entre una muralla de piernas, Valverde volvió a marcar. 2-0. Antes del descanso. Parecía que todo estaba solventado. La venganza al 0-4 de la anterior campaña, se servía fría, gozosamente y con claro dominio.

Entonces el Barcelona, castigado por su candor reiterado, se armó de coraje. Xavi esta vez sí acertó con los cambios: devolvió a Gavi al campo, a Alba, a Ferran, y algo más tarde a Ansu Fati, que sigue irreconocible y da un poco de pena porque era, hasta su lesión, un delantero distinto, veloz y con ángel. Los cambios le dieron un plus de intensidad, de disputa, de amor propio, y entonces llegó el gol de Ferran, que hacía el partido más vibrante. Y ahí estaba la batalla, en un toma y daca, más peligroso por fin el Barcelona, cuando el VAR, ese invento tan atrabiliario como extraño al juego, descubrió eso que ahora se ha bautizado como el ‘penaltito’ de cada domingo. Si lo dice el VAR será cierto, era penalti, ese sí mereció revisión pero no uno algo dudoso al menos a favor del Barcelona. El VAR tiende a convertir en determinantes situaciones que en el juego son insignificantes.

Llama la atención, y casi escandaliza, que a menudo cueste tanto dirimir, con la moviola y la patrulla de árbitros virtuales, si algo es falta, fuera de juego, penalti o lo que sea. Y casi cuesta entender porque unas veces se acude a revisión y otras, bastante similares, no. Rodrygo Goes, que está llamado a ser un futbolista fantástico, de selección, sentenció el partido. Por una vez, los últimos minutos volvieron a ser los minutos de la basura: los de la felicidad de los vengadores. El Madrid era justo ganador, por efectivo, y por más empaque y orden en el juego, y el Barcelona prolongaba esa fase incierta que se denomina “equipo en construcción”.

El Madrid husmea el peligro, ensaya el contragolpe y no falla. Entre una muralla de piernas, Valverde volvió a marcar. 2-0. Antes del descanso. Parecía que todo estaba solventado.

Queda mucha Liga. Y quedan unas cuantas lecciones y conclusiones en el ambiente. O mejor dicho en el ambientazo. Este Real Madrid es un conjunto sólido, con muchos recursos y con calidad a espuertas: la tiene atrás, juegue o no juegue la ‘Roca’ Rüdiger; posee una nómina de centrocampistas de postín (Kroos, Modric, Valverde, que tiene alma de maratoniano, etc.) que no echan en falta ni a Casemiro, y cuentan además con un auténtico barredor solidario de la zona ancha, como Tchoauméni, ejemplo de pulmón sacrificado y de calidad; arriba tiene pistoleros por todas partes. De los más veloces del Oeste. 

El Barcelona, que había empezado en el torneo de la regularidad en apariencia entonado y que llegó líder, se desdibuja solo, a pesar de tener un fantástico portero como Ter Stegen, recuperado de la sombra que fue el año pasado. El entrenador tiene un leve mareo de laterales y de centrales, lo tiene más allá de las lesiones, que también miden su audacia; la media, con Busquets o sin él, genera poco juego, Pedri es bueno sí, pero tiende a las desapariciones y aún es muy niño para llevar la manija de la fantasía y la creatividad durante los 90 minutos, y en punta, hay mucho que perfeccionar, tanto con Rafinha como con Dembelé, que a veces confunde el fútbol, la armonía y la profundidad con el correcalles de barrio. De Lewandowski poco malo hay que decir; si acaso, cabe recordar que es magnífico pero no infalible.

Dos notas más: Carlo Ancelotti, por ahora, es un entrenador más solvente y sosegado que Xavi, que tiene en la cabeza un fútbol ideal de posiciones y ventajas, de estricto control, que a veces abotarga a sus futbolistas. Lo que para él, tan exquisito en el trato del balón en sus días de gloria, es elocuencia, avasallamiento y ambición de belleza, para ellos resulta pura confusión.

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