Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

La doble aventura de un atleta portentoso, Violeta, aroma de leyenda

José Luis Violeta y Nino Arrúa discuten con el colegiado.
José Luis Violeta y Nino Arrúa discuten con el colegiado.
Xordica/Monge.

Manolo Fontenla era uno de los mejores amigos de José Luis Violeta. Tímido como él, tranquilo, se encontraban a diario para pasear, para jugar tras el café al guiñote y para conversar de fútbol y de las pequeñas cosas de la vida. Más temeroso que arrogante ante las menudencias y las complejidades del mundo, lejos del estadio, Violeta era más bien hipocondríaco, con cierta inclinación a la fatalidad, pero también radicalmente sencillo, educado y afable. En el campo fue todo lo contrario: un hombre seguro, confiado, con carisma, encorajinado, capaz de lanzar un grito por los aires para llamar a rebato, capaz de exigir esfuerzo, entrega o una lucha sin cuartel.

Dice Manolo Fontenla: «José Luis, en el campo, era un portento. Un deportista impresionante. Un modelo de atleta. Parecía invencible. Y fuera también lo hacía muy bien: jugaba al guiñote, al dominó, antes había jugado de maravilla al tenis y al golf». Fontenla, con el corazón cruzado de recuerdos y de pena negra, recordaba que jugó con él en la media, donde antes lo habían hecho Santiago Isasi o Antonio Pais, donde lo harían Molinos, Planas o Pepe González, entre otros, y que mostraba su orgullo, su pundonor, su valentía permanente, su vocación de liderazgo. Con la camiseta blanquilla experimentaba el sortilegio de una transformación.

«José Luis no era mitómano. No pertenecía a esos futbolistas que tienen maestros o referencias. No. Si los tenía no los decía. Recordaba con mucho cariño a Carlos Lapetra: había sido su maestro, su consejero y su amigo», explicaba Fontenla, que luego se fue al Granada y formó en aquella delantera blanquirroja que se clasificó quinta en la Liga: Lasa, Barrios, Porta, Fontenla y Vicente. Fontenla tuvo una lesión gravísima en un choque con Larrauri y se retiró joven. Volvió a Zaragoza. José Luis aún seguía jugando, había heredado el brazalete de capitán de Severino Reija, el correcaminos zurdo de pura seda y de ataque, y renovó sus años de gloria con aquel elenco que jugaba de memoria, con intuición, vehemencia y virtuosismo: los Zaraguayos.

A las órdenes de Luis Cid Carriega, con quien hablaba a menudo, y discutía si era necesario, el volante que se había hecho líbero y cómplice absoluto de Manolo González, Violeta alcanzó una nueva plenitud. Kubala había contado con él, como lo hicieron Villalonga y Balmanya, pero un lance infausto con Miguel Reina le cerró el camino para siempre en el combinado nacional, donde era respetado (jugó en catorce ocasiones), y se centró hasta su adiós, en 1977, en impartir lecciones de buen juego, de coraje, de compromiso constante con el equipo de su vida.

Los Zaraguayos se fueron desmantelando poco a poco por las lesiones de Planas, que dejó un gran vacío, y de Pablo García Castany, al que admiraba y quería mucho; se traspasó a Diarte al Valencia;no se entendieron Arrúa y Jordao, y al final el equipo se desmoronó. Violeta habría seguido una temporada más, la del retorno merced a los goles de Pichi Alonso y la sobriedad práctica del míster Arsenio Iglesias, pero celebró como el que más el retorno a Primera el 23 de abril de 1978.

Tras su retirada, recobró las amistades esenciales (me decía, en un correo privado: «Nunca me olvido de los amigos»), fue objeto de un partido homenaje y recibió varios galardones, entre ellos el de Deportista Legendario en 2004. Para todos era quizá el gran símbolo del club, todo corazón Violeta, purasangre Violeta, gladiador y aún organizador desde la zaga, el primer director de la orquesta, el León de Torrero.

Hace algo más de un año, decía: «Empecé de medio volante, de medio de ataque, y poco a poco retrasé la posición. Me convertí en defensa libre o medio defensivo, y siempre he tenido claro mi cometido. Si ganábamos no debía perder mi posición ni permitirme alegrías ni aventuras. Un defensa está para defender. Pero si el partido iba mal, si empatábamos o perdíamos, salía de mi zona, con toda la fuerza posible hacia el marco rival. He marcado unos cuantos goles [17]. Creo que en mi carrera, de 1963 a 1977, lo di todo. Sentía al equipo».

Manolo Fontenla confirmaba su penúltima decepción: ver al equipo en Segunda. Con serenidad y gratitud dijo a HERALDO:«El Zaragoza, el equipo de mi vida, en el que jugué catorce temporadas, me lo ha dado todo. Eso es la verdad. Soy lo que soy por el fútbol y el Real Zaragoza». Unos meses después, tras contemplar con Canario, con Belsué y con Alberto Zapater, el campo vacío, bellísimo, Violeta decía: «Deseo ver al equipo pronto en Primera División. Es donde tiene que estar». Más tarde o más temprano, oirá ese clamor decisivo y serán muchos los que digan y sientan: «Va por ti, imperial Violeta, fuego del estadio, aroma de leyenda».

«El Zaragoza, el equipo de mi vida, en el que jugué catorce temporadas, me lo ha dado todo. Eso es la verdad. Soy lo que soy por el fútbol y el Real Zaragoza», decía José Luis Violeta
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