Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

La España femenina, el Madrid y el Villarreal: la noche de los valientes

Luca Modric dio una lección de gran juego y de resistencia ante el poderío del Chelsea; ante él, otro coloso: Rüdiger.
Luca Modric dio una lección de gran juego y de resistencia ante el poderío del Chelsea; ante él, otro coloso: Rüdiger.
Rodrigo Jiménez/Efe.

Hay noches de fútbol que van más allá de la leyenda. Todo empezó con esa nueva pasión que es el fútbol femenino: España se medía a Escocia en busca de su tercer Mundial, que será el año que viene en Australia y Nueva Zelanda, y lo logró gracias a dos goles de Jenni Hermoso, uno de penalti y otro, por la escuadra, desde dentro del área. El conjunto de Jorge Vilda posee un equipo armonioso y solidario que ni cede ni rebla: corre todo el tiempo, combina y posee una determinación feroz arriba.

Si alguien no ha visto jugar a la aragonesa Mapi León hay que verla: es puro pundonor y colocación, y da igual por donde juega, ya sea en el centro de la defensa o escorada hacia la izquierda. Los movimientos de Alexia Putellas parecen los de una bailarina: combina, se desmarca para recibir con ventaja y organiza el ataque con plasticidad y belleza. Y arriba, a sus 32 años, Jenni Hermoso tiene olfato y determinación. La roja femenina tiene un método, corazón y clase. Ahí está ya, clasificada de manera incuestionable sin haber pasado auténtico peligro.

Soccer Football - FIFA Women's World Cup - UEFA Qualifiers - Group B - Scotland v Spain - Hampden Park, Glasgow, Scotland, Britain - April 12, 2022 Spain's Alexia Putellas celebrates qualifying for the World Cup after the match REUTERS/Russell Cheyne SOCCER-WORLDCUP-SCO-ESP/REPORT
Alexia Putellas jugó un espléndido partido: provocó el penalti y regaló un taconazo a la goleadora Jenni Hermoso.
RUSSELL CHEYNE

Su triunfo, nítido, avasallador en el juego en muchos lances del choque, fue un bello preámbulo para todo lo que iba a suceder en Múnich y en el Santiago Bernabéu, ese estadio abonado a las remontabas milagrosas: el Madrid estuvo fuera durante muchos minutos, se vio superado por un Chelsea poderoso, pura ebanistería física, pero como el Ave Fénix resurgió cuando todo parecía perdido. 

La esperanza surgió, cuando se besaba el abismo, del pase magistral, medido e inteligente, de ese gladiador señorial y minúsculo llamado Luca Modric, un cerebro que esconde el balón como si fuera un mago de lujo en el pozo de un sombrero insondable, y desde allí desempolva el prodigio. Perdió Golo Kanté un balón, uno de los pocos que cedió ese atleta incansable, la escoba que barre la noche entera sin perder la sonrisa, el Madrid recuperó el balón y el esférico llegó a la bota del jugador croata. Con la técnica precisa y preciosista del inolvidable John Cruyff (el maestro inmortal de ese toque), sirvió el balón al hueco, al único hueco que podía existir y que él inventó en un destello de audacia y allí apareció Rodrygo. Gol. Golazo impecable e inapelable.

Los amarillos del Chelsea no se lo creían. Todos se irían a la prórroga más muertos que vivos. Ellos, que habían muy superiores, entendieron las viejas consejas o los fantasmas universales que pueblan el estadio: aquello de los 90 o 120 minutos tan largos del Bernabéu, aquello de la remontadas heroicas, aquello de la fuerza del escudo y aquello sí, aquello de que el Madrid tiene más vidas que un gato en la Champions y ante su parroquia, y aquello de que hay días que el Real Madrid tiene vida más allá de la muerte. Vinícius, que apenas había comparecido, se armó de gallardía e hizo lo que mejor sabe hacer: envió otra rosquita letal hacia el goleador que siempre está, Karim Benzema, y este, que ya había enviado el balón al larguero en la única jugada de peligro de los blancos, no falló. 2-3 y el marcador ya no se movería.

El Real Madrid había vuelto, y parecía otro, con cambios, calambres, tirones, hasta con el fastidio inesperado de Kroos. Por aquí y por allá, Modric regalaba detalles y parecía proclamar, ante el desordenado afán del Chelsea y de su descompuesto entrenador Tuchel, que hay futbolistas cuya edad se mide por la experiencia de sus botas, la habilidad del regate, el corazón indomable de quien siente el juego como su etiqueta de identidad, el estandarte de su genio. El Real Madrid había vuelto a hacerlo: la historia y la fortuna se habían aliado, de nuevo, con una sed misteriosa de triunfo.

Munich (Germany), 12/04/2022.- Gerard Moreno of Villarreal celebrates after the UEFA Champions League quarter final, second leg soccer match between Bayern Munich and Villarreal CF in Munich, Germany, 12 April 2022. (Liga de Campeones, Alemania) EFE/EPA/FRIEDEMANN VOGEL
 GERMANY SOCCER UEFA CHAMPIONS LEAGUE
Gerard Moreno firmó un excelente partido ante el Bayern de Múnich.
FRIEDEMANN VOGEL

El partido de Múnich fue igual de emocionante. Todos, o casi todos, veían a los amarillos del Villarreal como las víctimas propiciatorias de uno de los grandes equipos de Europa. El Bayern Múnich, esa apisonadora de Lewandowski y Kimmich, sus estrellas. En la primera parte, los rojillos realizaron un juego más bien anodino, que se estrelló contra la muralla de oro. Tablas justas, o no del todo: Gerard Moreno rondó el tanto. La segunda parte fue la batalla de la supervivencia absoluta: los germanos repasaron en el vestuario la partitura, mejoraron el libreto, fueron más profundos y dominaron sin tregua con buen juego y esa fuerza teutona que mueve montañas y derriba castillos. Llegó un gol más o menos tempranero en la segunda parte e igualaron la eliminatoria, y siguieron en tromba en busca del segundo: lo olfatearon, lo tuvieron en la punta de la bota. 

El Madrid recuperó el balón y el esférico llegó a la bota del jugador croata. Con la técnica precisa y preciosista del inolvidable John Cruyff (el maestro inmortal de ese toque), sirvió el balón al hueco con el efecto exterior, al único hueco que podía existir y que él inventó en un destello de audacia

Pero el ‘submarino amarillo’ del Villarreal también sabía lo mucho que se jugaba. Y era consciente de cuánta cuánta guerra tenía que soportar. La soportó no se sabe si estoicamente o con el resorte bravío del heroísmo, con sacrificio y clase. Y cuanto todo empujaba hacia la prórroga sucedió ese río de asombro que puede ser a veces un contragolpe. La línea del centro del campo recuperó un balón, intervino Gerard Moreno y cedió a Samu Chukwueze, que marcó uno el gol que iba a tumbar al gigante alemán en el minuto 89. 1 a 1, y los amarillos hacían prevalecer la ventaja del gran partido en casa. Quizá esa diablura estaba en la cabeza Unai Emery, que concibió empalizadas, estrategias de cansancio, burlas y un coraje sobrehumano. Sabía, como paciente y avieso estratega, que hay un momento de desesperación en que el enemigo puede ser abatido con la inteligencia envolvente y casi suicida de la araña.

El Villarreal, que ama el buen fútbol y no se encoge ni ante el Bayern ni ante la Juventus, ha vuelto a semifinales. Por segunda ocasión. No es el Real Madrid, que ha llegado diez veces en los últimas doce temporadas, pero el triunfo de uno y del otro, casi simultáneos, sella una de las páginas más gloriosas del fútbol español en muchos años y explica por qué puede emocionar, estremecer y cautivar este invento de los ingleses. 

Ha sido una noche no solo hermosa o de gestas sino el elogio incondicional del fútbol (de ellos y de ellas, bendita seas Alexia Putellas), de la Champions y de una premisa: digan lo que digan Nagelsmann o Tuchel, no hay un vencedor de antemano y el combate lo libran valientes que quizá ni sospechan que puedan serlo tan radicalmente en algún momento.

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