Muere Óscar Mainer

El exjugador internacional de balonmano y exdirector deportivo del CAI Aragón falleció a las 17.00 de este viernes. Este sábado será enterrado en Torrero. Deja una huella indeleble en el deporte aragonés.

Aunque el calendario designe campeones de forma periódica, el panteón de la gloria es exclusivo. Solo lo ocupan aquellos que por su ejecutoria se hacen acreedores a él en vida. A las 17.00 horas de este viernes dejó de danzar por la esquina del 40x20 de balonmano y se marcó un ‘fly’ hacia el podio eterno Óscar Mainer Sanmartín (Zaragoza, 5 de abril de 1969). El funeral tendrá lugar este sábado a las 17.15 en Torrero. Sobran las razones para adjudicarle un sitio como inquilino de la eternidad del deporte aragonés. Pongamos que hablo del autor material de la Copa de Europa conquistada por el Portland San Antonio de Pamplona en el Palau Blaugrana de Barcelona (2001). Pongamos que hablo del autor intelectual del único proyecto deportivo de Aragón que ha disputado una final europea en el siglo XXI, el subcampeonato de la Copa EHF del CAI Aragón en Magdeburgo (2007). Pongamos que hablo del extremo zurdo que se supo hacer un lugar en la selección que en más ocasiones ha hecho sonar el himno nacional español en todos los rincones del planeta. Pongamos que hablo… de Mainer.

Importa el destino, los títulos logrados, los metales coleccionados. Pero también importa el camino, las maravillosas sensaciones que hizo y nos hizo disfrutar durante su travesía. El itinerario deportivo de Óscar Mainer nació en el patio del colegio de los Maristas de Zaragoza. Allí se matriculó un chaval del barrio de Las Fuentes. No conviene olvidar su origen. Incluso procede subrayarlo: se crió en una vivienda protegida del Grupo Girón. Era el cuarto hijo de un trabajador de los transportes urbanos de Zaragoza. Primero quiso jugar al fútbol en el Santo Domingo de Silos, pero al final se decidió por el balonmano en Maristas. Se perdió un extremo de casta para el balompié, pero el balonmano ganó un extremo de bandera.

Su vida cambió una mañana en que un entrenador, Eduardo Acón, se pasó por las aulas de Maristas para reclutar chavales y formar un equipo alevín. Se apuntaron Javier Cabello, Marito Cortés, Iñaki Lacámara, Ángel López-Coronado, José Pedro Barredo, Pedro Luis Domingo, Miguel Ángel Castellano, Sergio Lagasca, Roberto Martínez… y un renacuajo llamado Óscar y apellidado Mainer. No era el más rápido, no era el más fuerte, por supuesto no era el más alto. Tampoco era el mejor. Ni siquiera el mejor zurdo (Blas Aibar le daba mil vueltas con un año menos). Pero Óscar Mainer acabaría siendo el mejor porque se lo curró más que nadie para ser el mejor. Antes de correr en las mejores pistas del universo, Acón le enseñó a caminar dentro y fuera de la cancha. Tonterías, las justas, con Acón. Seriedad. Respetar y hacerse respetar. Competir. Ganar, ganar y volver a ganar. Ganar siempre en Zaragoza y hacer temblar al mismísimo Barça de David Barrufet y Óscar Grau en la final del Campeonato de España Juvenil. Sí, un equipo de colegio casi se merienda a todo un Barça en el que era internacional hasta el utillero... Para flipar.

Llegados aquí, en 1988, Mainer decidió entregarse al deporte. Entonces, como no se podía cursar en Zaragoza Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, decidió hacer las maletas y marcharse a Barcelona para estudiar el antiguo INEF. Algo tuvo que ver también en la decisión su hermana Manoli, profesora de Educación Física y entrenadora nacional de voleibol. Además, tras la decisión descansaba la opción de fichar por el Granollers. Helios ya había desaparecido de la División de Honor. Sin club de referencia en Zaragoza, el equipo catalán le abría la puerta de la élite en un conjunto que reunía a los mejores talentos de España destapados por el proyecto Objetivo 92 de los Juegos de Barcelona: los catalanes Enric Masip y Jordi Núñez, el navarro Mateo Garralda, el valenciano Ricardo Marín… y el aragonés Óscar Mainer.

Tras pasar por el Palautordera y el Helados Alacant, el año 1992 significó el inicio de una relación que guardaría hasta sus últimos días. Si en las últimas semanas han visto a Jordi Ribera por Zaragoza, si se han encontrado con él en las pistas del colegio Marianistas (centro donde estudian y juegan a balonmano los hijos de Óscar), es porque el actual seleccionador nacional, campeón de Europa en enero pasado, quería estar hasta el final junto a su preferido. Porque su preferido era el chaval valiente y listo que fichó en 1992 para el Gáldar. Cinco temporadas pasó Óscar junto al sabio con pinta de presbítero. Allí tutelaría Mainer a Iñaki Malumbres, mi querido Iñaki... Cogió Ribera a un extremo de proyección e hizo de él un extremo de vanguardia mundial. Por eso apostó por él Zupo Equísoain para el Portland San Antonio de Pamplona. Mainer lo ganó todo en Navarra junto a Alexandru Bulligan, Joseja Hombrados, Mijail Jakimovic, Oleg Kisselev, Jackson Richardson, Mateo Garralda, Xabier Mikel Errekondo, Josu Olalla, Ambros Martín… Nombres esenciales en el patrimonio sentimental del balonmano y de todos los que consideramos que en el deporte también se puede jugar y ganar con una camiseta distinta a la blanca o a la azulgrana.

También había ido a Pamplona para estar más cerca en los últimos años de vida de su padre. Y para darle una Copa de Europa al Portland San Antonio. En plena madurez personal y profesional, Mainer rubricó el partido de su vida el 28 de abril de 2001, el encuentro que cambiaría la historia del balonmano español de élite. El ‘Dream Team’ de Valero Rivera acumulaba cinco Copas de Europa consecutivas. En la ida habían vencido los navarros por 30-24. En la vuelta, con un Palau Blaugrana a reventar y con Su Majestad el rey Juan Carlos en el palco, el Barça se puso 25-20 a un minuto del final. Balón para el Portland. Si los navarros no marcaban, el Barça tendría bola para ser campeón. Xabier Mikel no puede hacerse un hueco en el pivote, mueve y mueve Kisselev, Jakimovic no se atreve a lanzar. Tic-tac, tic-tac, el tiempo se acaba. Tic-tac, tic-tac, los árbitros se miran, señal previa a levantar la mano y señalar pasivo. Tic-tac, tic-tac, Mainer le dice a Richardson desde la esquina dámela a mí. Cabeza fría cuando el corazón galopa. Y un par. El extremo zaragozano encara a Rafa Guijosa, entonces galardonado como mejor jugador del mundo en 2000. No tenía ángulo, no podía lanzar Mainer. Pero penetró y Guijosa mordió el anzuelo. Sí, el mejor jugador del mundo era un pardillo al lado de Mainer: penalti. El francotirador bielorruso Jakimovic tomó el fusil y ametralló a Svensson desde los siete metros. Con la final decidida, aún robaría otra bola Mainer y le diría métela a Josu Olalla en el gol que coronaría la conquista. El Portland San Antonio, abanderado por Mainer, había cambiado la historia del balonmano mundial. Álvaro Jáuregui levantó la Copa de Europa desde el balcón del Ayuntamiento de Pamplona, pero el promotor de ese título fue el zaragozano Óscar Mainer.

Tocar el cielo

Antes de tocar el cielo en Pamplona, Óscar Mainer ya había alcanzado la internacionalidad absoluta. Hay quien la alcanza con 18 años y luego vive del cuento, y hay quien se lo trabaja como Mainer. Se enfundó la camiseta de la selección española después de haberse roto los ligamentos cruzados de las dos rodillas. Lo hizo además en la posición en que reinaron dos jugadores extraordinarios, dos zurdos de leyenda: Tito Urdiales, el preferido de Juan de Dios Román, y Antonio Carlos Ortega, el preferido de Valero Rivera. La diferencia es que Óscar lo hizo sin padrinos, sin popes del balonmano español y mundial que lo respaldaran. Todo ganado a pulso por el chaval que un día dejó Eduardo Acón en la vieja estación del Portillo de Zaragoza con una bolsa de deporte y unas zapatillas. Unas zapatillas y sus manos…

Había pasado mucho tiempo. Venía por Zaragoza para ver a la familia; para traerle alguna camiseta a algún amigo pesado que quería presumir con la zamarra de Bogdan Wenta, de Nenad Perunicic o de Talant Djushebáev; para juntarse con su gente de siempre de Maristas. Pamplona se enamoró de él, y él en Pamplona se enamoró de Cristina, una chavala por la que se podía dejar todo, hasta de jugar al balonmano. Aún fichó por el Bidasoa de Irún, hasta retirarse en el Torrevieja, club en el que incluso ejerció de entrenador para salvar al equipo en la última jornada. Había pasado mucho tiempo, decía. Tras varios lustros en que en Zaragoza solo se veía balonmano de élite por la tele o en concentraciones del equipo nacional, el CAI Aragón brincó a la Liga Asobal en 2005. Carmelo Postigo, legendario exjugador aragonés del Teka de Santander, sugirió la idea de traer a Óscar Mainer como director deportivo. Regresaba a Zaragoza con el objetivo de integrar a la capital aragonesa en la élite. A fe que lo consiguió.

Salió bien, muy bien, demasiado bien. Todavía no se ha valorado en su justa medida lo conquistado por el único club que ha llevado el nombre de Aragón a una final europea en el siglo XXI. En la primera participación continental, el CAI Aragón se presentó en la gran final de la Copa EHF de 2007 en Magdeburgo. El cerebro de ese equipo entrenado por Veroljub Kosovac fue Óscar Mainer. El presidente Ricardo Arregui prefirió a Mainer antes por encima incluso de Valero Rivera, referente del balonmano mundial. No solo Arregui. Domingo Aguerri también lo hizo. Arregui, Aguerri… Estamos hablando de los años dorados del balonmano en Aragón. Zaky, Mariano Ortega, Arrhenius, Vatne, Doder, Stankovic, Amadeo… Hoy le mirarían a los ojos al Barça, seguro.

Pero llegó la crisis del ladrillo. Los patrocinadores comenzaron a escasear. Cada vez menos dinero. Mariano Ortega sustituyó a Kosovac en el banquillo. Con cuatro perras se consiguió continuar siendo competitivo. Ya no se fichaban ‘cracks’ mundiales, pero Mariano y Mainer siempre sacaban conejos de la chistera, algunos de ellos puntales del equipo nacional actual, como Jorge Maqueda o Álex Djushebáev. Sí, el deslumbrante Álex Djushebáev se hizo un hombre en Zaragoza. En situación límite, Mainer incluso tuvo que aceptar la presidencia del club para evitar su desaparición. El club era insostenible económicamente. Problemas y más problemas que pasaron factura a la entidad. Probablemente, también a Óscar. Eduardo Acón evitó a última hora la desaparición de la entidad junto a Vicente Gracia Forcén. Pero Acón falleció en agosto de 2015. El páncreas, el maldito páncreas que se llevó a Eduardo, el que se acaba de llevar a Óscar.

Mainer trabajó después para Zaragoza Deporte Municipal. Seguía practicando el deporte junto a los veteranos de Maristas, charraba con el mítico Paco Poblador, jugaba al pádel con Julio Rodríguez. Andaba embarcado en un proyecto precioso con Alberto Sainz, hasta que enfermó en febrero pasado. Qué bien se ha portado Alberto Sainz. Y Juan Calatayud. Y Jordi Ribera. Y Ángel López-Coronado. Y Juan Caamaño. Y Antonio Jerez. Y todos. Recientemente fue premiado como deportista aragonés de leyenda. Paco Blázquez también se desplazó a Zaragoza para entregarle la insignia de oro al mérito deportivo, máxima distinción del balonmano español. Con 49 años, había formado una familia en Zaragoza con Cristina. Nacieron Rafa, que ahora tiene 13 años, y Jorge, de 11. A ellos trasladó los valores insobornables que condujeron su vida, los valores que ahora mismo nos hacen llorar sin consuelo su pérdida a cuantas personas nos hizo dichosas por haber estado a su lado.

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