Nadal y Djokovic en Wimbledon

La espera y la esperanza de más de cinco horas de televisión en una grandiosa semifinal

Rafael Nadal se vació en una semifinal inolvidable ante Novak Djokovic, que ganaría el título ante Kevin Anderson.
Rafael Nadal se vació en una semifinal inolvidable ante Novak Djokovic, que ganaría el título ante Kevin Anderson.
Neil Hall/Efe

No sé si alguna vez habíamos pasado tantas horas ante el televisor viendo tenis. El viernes muchos aguantaron algunas de las seis interminables horas del Isner-Anderson, no tanto por ellos, que se comportaron como titanes de un material antiguo, sino porque queríamos ver qué pasaba entre Novak Djokovic y Rafa Nadal, en las semifinales de Wimbledon. Nadal había vivido un choque formidable, de cinco sets y más de cinco horas, con Juan Martín del Potro. ‘Delpo’ acabó tendido sobre la hierba tras uno de esos partidos que parecen inmejorables.

Sin embargo, hacia las nueve de la noche del viernes empezó otra jornada épica en la que Rafa y Djokovic encaraban su batalla número 52. Acabaron a las doce de la noche, hora española, con dos sets a uno para el serbio, que venció en el tercero en el ‘tie break’. Recomenzaron al día siguiente; Nadal se metió en el partido, de nuevo, pero cedió en un maratoniano definitivo quinto set.

Nadal, Djokovic y Federer (aquí, contra todo pronóstico, flaqueó ante Anderson) son y no son de este mundo. Son tenistas formidables que suman 50 Grand Slams. Rebasan los tres la treintena y han hecho de su oficio, de su juego, un constante más difícil todavía.

Si Nadal se reinventa en cada torneo, si fortalece aún más su mente y la velocidad de sus piernas o saca a pasear su volea y su coraje, Djokovic llevaba dos años errabundo, sin sitio, con rumores de infidelidad con una actriz, lesiones y crisis de identidad, tras ser padre.

La cita, en dos días, bajo techo, conmovió a sus seguidores, especialmente a sus compañeras, Xisca y Jelena. Rafa y Novak no dejaron nada al azar. Jugaron hasta el límite de sus fuerzas y de su acierto, y ofrecieron un instante sublime de recursos, de energía, de concentración y de honestidad. Luego, en el tenis, brilla la elegancia, el reconocimiento de la valía del rival. Quien vence a un grande con las armas de la excelencia es muy grande. Los aficionados vivieron el choque al borde del infarto. Aunque sea en la televisión, es fácil y hasta peligroso sentir el frenesí de los héroes.

Lástima que luego la final fuese casi descafeinada. Mejor la de Kerber-Williams.

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