Míchel Moreno, exguardameta y entrenador: "Levantarme todos los días ya es un triunfo"

Miguel Ángel Moreno Torres (Zaragoza, 1967) fue guardameta y ahora, pese a padecer cáncer, entrena a los porteros del Ebro de Segunda B.

Míchel Moreno, ayer en el campo del Ebro, al pie del cañón.
Míchel Moreno, ayer en el campo del Ebro, al pie del cañón.
G.Mestre

No es sencillo comenzar esta entrevista, viejo amigo...

A mí también me cuesta.

Vamos a intentar contar la historia del entrenador de porteros del Ebro de Segunda B, un hombre que padece cáncer de esófago y estómago desde hace dos años y medio, y ahí sigue, con las botas y los guantes puestos.

De la pregunta que me hace, es cierto que me extirparon el esófago y el estómago. Pero quien de verdad entrena a los porteros del Ebro se llama Alberto Monsalvo.

Pero el alma del equipo, el ejemplo de que hay que luchar por la vida todos los días es usted.

Me limito a poner cuatro conos y a animar el equipo cuando tengo fuerzas, que lamentablemente no es todos los días. Y, sobre todo, a disfrutar de la vida. Porque levantarme de la cama todos los días ya es un triunfo. Ni le cuento si además puedo vestirme de portero...

Dicen que los porteros tienen cierto punto de locura...

A mí me apasiona desde que empecé en el Santa Isabel. Me fichó el Real Zaragoza para sus categorías inferiores. Allí pasé unos años sensacionales. Recuerdo el año juvenil con Carlos Rojo. Teníamos un equipazo, con Villarroya y otros jugadores extraordinarios.

¿Es cierto que lo firmó Benito Floro para el Villarreal?

No. Es cierto que me entrenó Benito Floro en el Villarreal. El que me llevó allí fue ‘Lobo’ Diarte. Hace mucho tiempo de eso. Entonces el Villarreal estaba en Segunda B. Luego regresé a casa y jugué en el Gelsa, el Villanueva, el Fuentes con Ramón Lozano y el Montecarlo, hasta que pasé a entrenar a los porteros del Montecarlo con mi amigo Roberto Capilla.

Qué años más bonitos, Míchel...

¡Y tanto! Es maravilloso ver cómo un chaval que has entrenado con 14 años acaba en el Sevilla.

A ese lo conozco bien: Caballero, que lo fichó Caparrós.

Sí, Caballero, un porterazo. También monté una escuela de porteros en el San Gregorio con más de 60 chavales, hasta que Mikel Insausti me llamó para entrenar a los guardametas de la Ciudad Deportiva. Me hizo una ilusión enorme. También trabajé allí con los porteros del filial cuando lo entrenaban Larraz, Esnáider, Monserrate, Larraz otra vez y Láinez.

Todo era maravilloso hasta que un día...

Hasta que un día, comiendo con el filial antes de un partido contra el Hércules, empecé a devolver todo lo que tragaba. Fui al médico y me dijo que padecía un cáncer agresivo de esófago y estómago. Por aquel mismo tiempo me marché con Larraz al Ebro.

¡Lo fichó padeciendo cáncer!

A Larraz le van los retos; y a mí, también. Y qué mejor reto que luchar todos los días por la supervivencia en el campo y en la misma vida. Recuerdo que comenzamos a entrenar y yo iba con la bolsita de la quimioterapia debajo del chándal.

Dios mío...

Había que reducir el tumor para extirparlo. Los médicos lo consiguieron reducir y finalmente me intervinieron.

Menos mal...

No. Aún fue peor la cosa, pues cogí un virus en el quirófano. Estuve 23 días en la uci. Hubo dos veces en que estuve más allí que aquí. Incluso le dijeron a mi hijo Diego que no se fuera a Londres para Navidad, que podía pasar lo peor. Mi mujer, Eva, y mis hijos, Diego y Raúl, me animan a vivir. Perdí treinta kilogramos, pero a los meses volví con el equipo. Ya me han puesto cuatro prótesis para intentar comer. Y ahí sigo...

Dicen que usted sintetiza las virtudes que aglutina el milagro de la permanencia del Ebro en Segunda División B.

Yo, desde luego, estoy vivo de milagro. Y que el Ebro se salve por tercer año consecutivo también es un milagro. Estamos jugando ante clubes profesionales, como el Mallorca o el Elche, y el equipo da la cara todos los días. Eso es mérito de unos jugadores involucrados y del mejor entrenador que conozco, que es Emilio Larraz. Ellos, el fútbol y mi familia son mi vida.

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