Aquel primer viaje a Francia

El Real Zaragoza de baloncesto en el que militaba José Luis López Zubero protagonizó en 1949 una minigira por el sur de Francia que descubrió un nuevo mundo a sus integrantes y que abrió el camino a otros clubes de la ciudad.

El Real Zaragoza en el que jugaba Zubero posa antes de comenzar el partido que disputó en 1949 contra el Oloronais y que se llevaron los aragoneses por 27-15.
Aquel primer viaje a Francia

Hay experiencias que se incrustan a perpetuidad en el disco duro vital de sus protagonistas. Sus efectos inspiradores se propagan con asombrosa naturalidad e iluminan todos los pasos posteriores. Es el caso de los siete baloncestistas del Real Zaragoza que en octubre de 1949 efectuaron una breve pero intensa gira por Francia, en la que combinaron los partidos con el descubrimiento de un país bien diferente de aquella España sumida en una dictadura. Un viaje iniciático y pionero que fue seguido posteriormente por otros equipos de la ciudad, como el Cerbuna o el Helios.

José Luis López Zubero, padre de los medallistas olímpicos en natación David y Martín, fue uno de los integrantes de una expedición en la que también figuraban Vizcarra, Lis, Querol, Bruñén II, Jesús Ruiz o Moreno, el técnico. A sus 85 años, este afamado oftalmólogo, recuerda pormenorizadamente aquel primer periplo hacia lo desconocido.

"Salimos en tren desde la desaparecida Estación del Norte. Era un vehículo muy lento y sucio porque iba a carbón. Tardamos unas horas en llegar a Canfranc, donde paramos para comer y posteriormente hicimos la conexión con un tren francés que nos llevó a Pau. Y allí nos subimos a otro convoy hacia nuestro destino final, Oloron-Sainte-Marie", rescata con su prodigiosa memoria.

En esta localidad de poco más de 10.000 habitantes, situada a los pies de los Pirineos, les aguardaba un recibimiento especial. "Nos vino a buscar la secretaria del Ayuntamiento y nos hizo de guía. Ganamos el partido contra el Oloronais por un tanteo muy bajo (27-15) y por la noche nos agasajaron con una fiesta con canapés y baile. El día siguiente visitamos el santuario de Lourdes, que ya estaba muy explotado comercialmente en aquellos tiempos. Acostumbrado a la fe en la Virgen del Pilar de los aragoneses, aquello era otra cosa muy diferente", rememora.

Un mundo radicalmente opuesto al que estaban acostumbrados. "Era 1949 y, pese a que Francia todavía estaba destrozada por la Segunda Guerra Mundial, cuyas cicatrices eran latentes, los franceses nos llevaban mucha ventaja en casi todo. Su concepto de libertad nos resultaba totalmente apasionante y novedoso. En España estaba todo prohibido", revela.

Tal fue la impronta que dejó el país vecino en Zubero (regresó posteriormente con el Cerbuna, con el Helios y con una selección universitaria), que no vacila en pronunciar esta rotunda afirmación. "En gran medida soy lo que soy por aquellas giras por Francia. Mi vida cambió a través de Francia. Recuerdo la primera vez que fuimos a París. Compré libros que estaban terminantemente prohibidos en las librerías españolas. Pero, sobre todo, me contagié de las ideas y asumí un irrefrenable deseo de aprender que me acompaña hasta la actualidad", prosigue.

Y en aquel París seductor, aconteció otra revelación fundamental en su existencia. "Tras acabar un partido, charlé con un jugador americano. Le conté que quería dedicarme a la Medicina y me dijo que no lo dudara, que marchara a su país para formarme y para que se me abrieran infinidad de oportunidades. Seguí aquel consejo y le estaré eternamente agradecido por aquellas palabras", asevera.

En este mapa deportivo-sentimental figuran diversas escalas en suelo galo. A las incursiones iniciales en Oloron-Sainte-Marie y Pau, se sumaron partidos en Toulon, Marsella, Limoges, Nantes, París...

Uno de los factores que ayudó a Zubero en este proceso de absorción y transformación personal fue su dominio de la lengua francesa gracias a las lecciones que recibió de adolescente en las aulas del Instituto Goya. "En el Bachillerato teníamos un profesor valenciano, llamado Ferrándiz, que nos enseñaba a hablar y, sobre todo, a pensar en francés. Nos inculcó que, siempre que no hiciéramos daño a nadie, debíamos ejercitarnos libremente. Fue un maestro que también me marcó", asegura con extrema gratitud.

Pese a los farragosos desplazamientos en aquellos trenes ennegrecidos, aquel primer desembarco en Francia fue un pequeño paso en lo físico, pero un gran paso en lo humano para Zubero y sus compañeros de fatigas. "Nos cambió la vida y nos abrió la mente. Imposible olvidarlo", repite.

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