El milagro de San Fermín

El aragonés Sergio Ruiz Antorán es el catalizador de un proyecto que da esperanza e inculca valores del baloncesto a más de 150 niños de un golpeado barrio de Madrid.

El zaragozano Sergio Ruiz Antorán, junto a algunos de los niños que entrena en la Caja Mágica de Madrid.
El milagro de San Fermín
Enrique Cidoncha

El deporte es capaz de extraer la peor y la mejor faceta de los seres humanos. Una dualidad que, de la mano del zaragozano Sergio Ruiz Antorán, ha emprendido la senda más bondadosa como catalizador del Club Baloncesto San Fermín de Madrid. Una entidad que desde 2011 ha proporcionado alicientes e ilusión a decenas de niños procedentes de uno de los barrios más golpeados de la capital española. Un sexenio mágico en el que, a través del esfuerzo y el sacrificio, las buenas intenciones se han tornado en una admirable realidad.


"Es una experiencia que me ha cambiado la vida. Soy una persona que amo profundamente el baloncesto y creo en su influencia más allá de lo deportivo, en su poder para educar y transmitir valores. Y, humildemente, es lo que estamos consiguiendo en el San Fermín", pronuncia con una indisimulable emoción.


Una historia que arranca cuando este periodista, con fecundo recorrido por Aragón, se instala en Madrid tras hacer una escala en Málaga. "Un amigo me llamó para que entrenara durante 15 días en la escuela de Estudiantes. Y lo que comenzó como algo provisional, terminó por convertirse en permanente en el San Fermín", relata.


Ruiz desembarcó en esta barriada perteneciente al distrito de Usera con pocas certezas y un presente desconcertante. "Es un barrio obrero, de clase baja y con un alto porcentaje de inmigrantes, con muchas carencias en todos los sentidos. La Asociación de Vecinos de San Fermín había puesto en marcha un proyecto para animar a los chicos a jugar al  baloncesto. Comenzó en 2008 con 15 chavales que no tenían ni pista para entrenar, y que solían ejercitarse en el parque Lineal del Manzanares. Cuando llegué en 2011 la mayoría de los chicos iban a los entrenamientos por obligación. Hoy somos más de 150 jugadores desde los 5 hasta los 15 años, distribuidos en 11 equipos y con una pista magnífica", detalla con orgullo.


Un camino virtuoso que no ha estado exento de espinas. "Hemos superado trabas todos juntos, desde las familias que se han implicado al máximo hasta los colectivos vecinales. Hemos ido todos a una y hemos demostrado que la unión consigue grandes progresos", asegura mientras recuerda las movilizaciones que se hicieron en la zona para reclamar una cancha fija y que dieron sus frutos hace dos años cuando el Ayuntamiento les concedió un ‘trocito’ de la Caja Mágica, la colosal instalación que se levantó en este barrio. "De esta forma se acabaron los problemas de entrenar en los parques, como que se hiciera de noche o puntuales trifulcas con algunas personas poco educadas", celebra.


Las reglas que Ruiz y sus colaboradores han instaurado se escapan de las habituales en otras entidades. "Lo importante no es ganar partidos, sino ganar valores. No miramos nunca el resultado de los partidos, sino el comportamiento de los niños. Muchos vienen de familias desestructuradas, desahuciadas o con malos tratos. Y la canasta es una forma de integrarles y devolverles una identidad. Tienen órdenes de parar de jugar si un rival ha caído o se ha lesionado. En el banquillo todos animan y, si golpean o empujan a un contrincante, en seguida le piden perdón", desgrana.


Aragón ha sido, indefectiblemente, un punto de referencia habitual en el crecimiento del Club Baloncesto San Fermín. Hace dos años una de sus escuadras se desplazó a Zaragoza –tras ingeniárselas para recaudar fondos para el viaje– para enfrentarse al Basket Lupus y al Tío Jorge. Y la empresa aragonesa MHL Sports invitó en 2015 a las chicas del benjamín a un torneo en Marina d’Or. "La mayoría no durmió de los nervios en la primera noche. Y a las 7 de la mañana despertaron al monitor para que las llevara a la playa. Nunca habían visto el mar", rescata. La próxima cita será en junio de 2017 en el Torneo El Valle Escondido en Benasque, gracias al guiño del Club Alta Ribagorza.

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