Aquellos maravillosos años en la Base Americana

La presencia de los militares estadounidenses durante cuatro décadas fue crucial para la implantación y desarrollo del baloncesto
en Zaragoza y Aragón.

Jorge Guillén lanza un gancho ante un combinado de la Base.
Aquellos maravillosos años en la Base Americana
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La presencia militar estadounidense en la Base Aérea de Zaragoza se prolongó durante cuatro décadas, desde 1953 –cuando un centenar de soldados desembarcaron en el antiguo aeródromo militar Valenzuela– hasta septiembre de 1992 –cuando el último grupo de militares de Estados Unidos marchó y puso fin a 39 años de estancia ininterrumpida en tierras aragonesas–. Al margen de las connotaciones militares y políticas, aquel vínculo produjo un profundo aporte en dos campos teóricamente alejados de su cometido: la música y el baloncesto.


Sin los discos y los hits que escuchaban los reclutas, muy probablemente no hubiera existido Rocky Kan, pionero zaragozano del rock, ni se hubiera cincelado el gusto musical de muchos zaragozanos, en un país autárquico y entregado a la copla.


Y también resulta innegable que el alma baloncestística de la ciudad, que pervive en nuestros días, fue potenciada por aquellos ‘yankis’ que transmitieron desde finales de los 50 la pasión por un deporte ‘made in USA’ al cien por cien.


Pese a que la implantación del básket en Zaragoza se fecha en el verano de 1933, cuando el venezolano Nicolás Cotchicó inoculó entre algunos jóvenes socios del Helios el redentor veneno de un deporte que se llamaba ‘basket-ball’, no fue hasta más de dos décadas después que vivió una primera explosión, con la rivalidad entre el Iberia y el Helios como máxima expresión. Tiempos de precariedades y aprendizaje que fueron aliviadas por la irrupción del ‘amigo americano’.


"Los militares de la Base Americana fueron decisivos para que diéramos un salto de calidad en todos los aspectos. Como es elemental, nos llevaban muchísima ventaja tanto en la técnica como en la forma de jugar. Y la compartieron con nosotros con la máxima generosidad", rememora Jorge Guillén. Este histórico pívot, el primer aragonés olímpico en los Juegos de Roma de 1960, fue actor y testigo directo de aquella eclosión.


Durante su periplo como estandarte del Iberia de 1958 a 1960, Guillén compartió acción y confidencias con los refuerzos norteamericanos. "Cuando sus obligaciones se lo permitían, entrenaban y jugaban con nosotros militares como el teniente Francis Stone, que era prodigioso con el tiro, o Tyson, Grover Powell, Skinner o Douglas Mullins. Fueron una escuela para todos nosotros", prosigue.


Esta convivencia les abrió la puerta a una nueva dimensión: la Base Americana. "Nos invitaban a visitarles. Aquello era otro mundo mucho más moderno que el nuestro. Nos regalaban discos, tomábamos unas Coca Colas y hablábamos como podíamos. Yo me defendía con el inglés. Era muy impactante. Recuerdo que una vez el teniente Stone nos invitó a cenar en el Club de Oficiales y todos ellos iban vestidos con el traje militar por si tenían que salir precipitadamente a una misión", comparte.


Unos imprevistos que se desencadenaban sin previo aviso. "Stone tuvo que marcharse en el transcurso de un partido por una alerta de seguridad. Tuvo que volver a la Base y coger un caza con destino desconocido", revela.


El impacto no terminó aquí. "Nosotros jugábamos a la intemperie en pistas de cemento, con unos balones bastante rústicos. En la Base las instalaciones eran increíbles, con un material de primera calidad. La cancha era bajo techo y tenía un parqué de gran calidad y unas pequeñas gradas, con una iluminación formidable. Nada que ver con la pista del Iberia en el Real Zaragoza Club de Tenis, a la vera del Huerva. O la del Helios junto al Ebro", rescata el que fue durante 45 años el médico del Joventut de Badalona.


Las innovaciones se plasmaban en detalles más prosaicos, como las ‘majorettes’. Las primeras animadoras en la Comunidad vieron la luz en aquel pabellón que todavía hoy sigue en pie, aunque sin el uso de antaño.


Incluso, en la década de los 80, era habitual ver a los jugadores americanos del Helios Skol y después del CAI Zaragoza, como Hollis Copeland, acudir a la Base.

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