Lanzarote y la leyenda de Primo

El gol olímpico de Manu Lanzarote desempolva la historia de Primitivo Villacampa, el zurdo de los Alifantes en los años 30 y 40 que hizo del córner directo su jugada de autor.

Lanzarote se dispone a tirar una falta.
Lanzarote y la leyenda de Primo
Guillermo Mestre

El gol olímpico representa la búsqueda del unicornio en el fútbol. Un desafío de proporciones fabulosas, envuelto de tanta extrañeza y utopía que cuando alguien marca uno así se le eleva a la categoría de un artista. Manu Lanzarote perseguía desde hace tiempo esta quimera combada. Contra el Alcorcón, la encontró abajo, poniéndole un balón envenenado en las narices al portero Dmitrovic con su zurda de pata negra. Pero, desde su llegada al Zaragoza en enero, siempre ha husmeado ese gol directo y bien telegrafiado desde el córner. Una suerte de firma de autor: es imposible pensar a Lanzarote sin ese intento, el saque de esquina desde la derecha, comprimido y cerrado, con todas las malas intenciones del mundo. Hace 70 años, el Zaragoza ya tuvo a su Lanzarote. Su nombre era Primitivo Villacampa Viscasillas, "Viscasillas, por parte de madre", cuentan que apostillaba siempre que alguien le llamaba por el nombre con el que se abrazó al fútbol: Primo.


Nacido en Lascellas (Huesca) en 1913, fue un ‘11’ de academia, un extremo zurdo, "cerradamente zurdo", del Zaragoza de los Alifantes, del primer Zaragoza de la historia, en el periodo anterior y posterior a la Guerra Civil. Lo llamaban también el Zagal en aquel vestuario y se le recuerda como un atacante empecinado, áspero y experto en la "suerte del tabique": sin mucho regate, eludía a los defensores pegándoles un balonazo y recogiendo apuradamente los rechaces. Entonces, encendía la mecha y salía corriendo en velocidad. "Juanito Ruiz, el extremo de la otra banda, el derecho, me contaba que era algo tosco jugando, pero que tenía una habilidad que lo hacía distinto", explica Ángel Áznar, expresidente e historiador del Zaragoza.


"Primo era un especialista del golpeo", relata. "Se hizo famoso en el campo de Torrero por sus lanzamientos de esquina directos a gol, solía intentarlo casi siempre en lugar de buscar el centro, como sí hacía Juanito Ruiz", añade. Era su sello de artista. Su día célebre fue en la temporada del estreno del Zaragoza en Primera, el 17 de diciembre de 1939: el partido de la nieve. Sobre un manto blanco, Primo le marcó dos goles olímpicos al Atlético Aviación, el mejor club del momento, entrenado por Ricardo Zamora. "Es un día muy conocido en la historia del Zaragoza, por cómo se jugó, por la remontada, por la victoria y por los dos goles de Primo", cuenta Aznar. El Zaragoza se puso líder gracias a ese triunfo 4-3 en el que la hazaña de Primo pervivió durante años, hasta que en 1986, en un homenaje al equipo de los Alifantes, uno de aquellos fornidos futbolistas, Pelayo, reconoció que el segundo lo rozó él en boca de gol de la portería de Tabales con... ¡la nariz! Ese fue el gol del empate a tres. En su tiempo, fue el segundo de Primo. Una proeza. Un unicornio.


No ha habido muchos goles olímpicos más en la historia del Zaragoza (el último cien por cien directo, de Arrúa en 1978). Se les conoce así porque Onzari, un argentino, le facturó un córner directo en un amistoso a la selección uruguaya, campeona olímpica y se tituló "el gol a los olímpicos". Era 1924, y solo cinco meses antes se había quitado la norma que los anulaba. Pero Onzari no fue el primero: semanas antes Billy Alston había anotado uno así en la segunda división escocesa. Ellos inauguraron el arte que abrillantó Primo en el Zaragoza y ahora convierte todos los domingos en una bomba de relojería Manu Lanzarote.

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