Las incongruencias del fútbol profesional y sus damnificados

Que la LFP organice la liga y a los árbitros los tutele la Federación genera graves chirridos y chispazos que sufren los clubes.

Alguien puede imaginarse un juez de la Audiencia de 24 años? ¿Y a un catedrático de medicina ejerciendo en la facultad y operando en un quirófano a corazón abierto cuya fecha de nacimiento sea un día de 1992? ¿Cabe en cabeza alguna que se nombre algún día a un ministro de Hacienda de 24 años? ¿Se entendería que se depositase la responsabilidad de regir la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) a un joven de esa edad? ¿Sería creíble un responsable del Banco Mundial que no haya cumplido los 25? ¿Cómo se entendería que la Iglesia eligiera un día un papa o un arzobispo de 24 años?


Oliver de la Fuente Ramos, el joven árbitro vallisoletano que ayer perjudicó seriamente al Real Zaragoza –le tocaba el turno dentro de una rueda que a estas alturas es ya demasiado grande vistos los partidos de la temporada– es un claro ejemplo de las incongruencias que presenta el día a día del fútbol profesional en España. A sus 24 años, significa un claro ejemplo de falsa modernidad. De atrevido esnobismo en un mundo que viene envuelto hace años por auténticas millonadas de euros y dólares.


Un sector, el del fútbol de alto ‘standing’, que mueve la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible dentro del ámbito comercial internacional. Y que, en ese escenario donde cualquier decisión, propia o ajena, es capaz de voltear valoraciones, de mutar cotizaciones, de modificar tendencias financieras de entidades o personas físicas (jugadores, técnicos, dirigentes), un muchacho –chaval, cabría decir–, estudiante de trabajo social cuando hace dos años empezó a pitar en Segunda División, en el balompié de verdad con solo 22 años, tenga en sus manos este tipo de cuestiones, chirría por puro sentido común.


Anda la Liga de Fútbol Profesional metida en su loable cruzada por limpiar el fútbol de viejas y enormes deudas con Hacienda, con la Seguridad Social. Por controlar cualquier gasto de los clubes y SAD. Por conducir el multimillonario negocio del fútbol por los cauces de la limpieza, el rigor y la seriedad. Algo necesario si se admite, como así es, que este sector económico mundial –el fútbol– reúne en su hábitat medioambiental a personas, empresas, grupos de inversión, ‘lobbys’, clubes, sociedades anónimas, federaciones, patronales (aquí, la LFP, en otros lugares la Premier, el Calcio...) y un amplio listado de vectores que han de moverse por líneas rectas, sin libres albedríos, sin caprichos personales de nada ni nadie.


Por esto, no es normal, lógico o admisible que se ponga el devenir de los partidos, de los resultados, del día a día de los equipos de fútbol, en las manos de figuras que no están a la altura de las demás circunstancias. Igual que se analiza como una barbaridad el caso del andaluz López Amaya, el del perjuicio en Soria de la semana pasada, que accedió al mundo profesional el año pasado con casi 40 años (muy tarde, fuera de plazo cabal si se tiene en cuenta que a los árbitros se les obliga a jubilarse con 45, cuestión que habría que discutir, y que este hombre tiene casi nulo recorrido en Primera en el caso de que ascendiera algún día), asoma como llamativo el caso contrario, el de De la Fuente Ramos.


‘El Mozart del arbitraje’, como se le conoce en Valladolid, su ciudad, está fuera de sitio por propia naturaleza de las cosas. Igual cuando fue ascendido al ámbito profesional, con 22 años, que hoy con 24. Ayer, en el campo, el 90 por ciento de los jugadores eran mayores que él. Algunos, bien metidos en la mitad de la treintena (Emana, Manu Herrera, Reina, Dorca), con más de diez años de diferencia. Este chico, aún por formar, titular y cualificar como persona física, es un juez anormal en un campo de fútbol donde, en un rol como el suyo, el sentido común pide otra cosa: experiencia, presencia, los galones que solo da la vida, el conocimiento del medio.


El Real Zaragoza está siendo el pagano puntual de uno de los aspectos incontrolados del fútbol español: los árbitros. Bien lo sabe Tebas, que lleva peleando con Villar (Federación) por su tutela hace un lustro. Sobre el campo suele haber siempre 23 protagonistas. De ellos, 22 pugnan por ser los mejores bajo parámetros futbolísticos-empresariales-financieros. El 23º va por libre. Y, además, viene a resultar que tiene toda la autoridad y el poder de decisión sobre todo lo que pasa dentro y, por extensión de las consecuencias de su conducta, fuera del campo. Esa figura debería estar más cuidada y cargada de responsabilidades de todo tipo. Si fuese así, ni López Amaya ni De la Fuente, entre otros muchos, estarían donde están. Por diferentes y evidentes motivos.

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