Victoria de Bono

Tres acciones soberbias del portero sujetan el triunfo del Zaragoza. Un gol de Ángel permitió a los aragoneses sobrevivir en el partido.

Los jugadores del Real Zaragoza celebran el gol que les dio la victoria en San Mamés.
Los jugadores del Real Zaragoza celebran el gol que les dio la victoria en San Mamés.
Ignacio Pérez/El Correo

El árbitro pitó el final y el suspiro cayó a plomo sobre las últimas aguas del Nervión, con el Zaragoza sin saber muy bien qué hacer, si llorar o reír. Si el equipo aragonés se miró anoche en los espejos –que los hay por todos lados- del nuevo estadio de San Mamés, observaría la agonía a la que le condujo un fútbol flaco y desanimado en varias fases del partido, pero también se giraría un poco de lado para ponerse del perfil amable: cumplió con la obligación. Ganó. Sacó la cabeza sobre el vagón cabecero de la promoción y se puso en posición de sitio de los puestos de ascenso. Es tercero, y aún está en condiciones de pegarse las Navidades más dulces en tiempos.


Todo esto contó con el patrocinio de un gol vital de Ángel Rodríguez y un par de manos de las de verdad, con piel de divinidad, de las que ganan los partidos, pero además los hacen grandes. Esas manos pertenecen a Bono y en la segunda mitad de ayer fue la tabla de salvación a la que se agarró el Zaragoza en la segunda mitad para sobrevivir bajo la borrasca que desataron los intrépidos adolescentes del Bilbao Athlétic durante media hora. Bono comenzó a fabricar proezas en una falta de Ibai, continuó con utópico paradón a cabezazo de Saborit con una estirada elástica y gatuna, y acabó con otra intervención decisiva en un remate a quemarropa de Yeray.


Ángel y Bono fueron lo mejor de un equipo, pero a ellos se unió con categoría de decisivo en el cuarto de hora final Sergio Gil: él le inyectó al Zaragoza todo lo que le falta en su plantilla y le faltó ayer en el partido. En el último cuarto de hora, la joya rubia le ofreció seguridad, intención, verticalidad, precisión, serenidad… todo aquello que en los nombres de Dorca o Abraham suena a milagro imperecedero. En estos dos futbolistas cabe ubicar muchos de los problemas del equipo en Bilbao para generar fútbol cuando gozó de la pelota, especialmente en la primera mitad.


Vaya por delante que el Bilbao Athletic tiene de colista lo que indican los números. Pero su fútbol es superior. Quizá, en términos de calidad, no hay un equipo así en la Segunda División. Nadie controla las pelotas como ellos, ni las circulan, ni las asean así. Les falta dominar esos intangibles de una categoría como esta: contundencia en las áreas, experiencia, toma de decisiones… Pero a fútbol les tosen pocos en Segunda. Le pena la candidez y la ingenuidad. Tiene un delantero, por ejemplo, Villalibre, que cuando afine el tiro, mostrará credenciales de ganarse una estatua en la mitomanía del Athletic.


A Vallejo le dio la noche, ya desde bien pronto. Al Zaragoza todo se le puso según el guión ideal en su primera pisada al área. Un saque de esquina lo remató Ángel de cabeza. En Bilbao, sitio de anatomías generosas, fue Ángel a conspirar contra la lógica de los centímetros y se escurrió por el área para poner una frente de oro, de tres puntos. Al Zaragoza no le faltó así el ingrediente principal de su plan: un gol a favor, tempranero, con aroma a serenidad.


Sin embargo, el equipo aragonés no derivó su juego hacia el camino perfecto. Ejerció un falso dominio, con un fútbol empapado de cloroformo que le sirvió para domesticar a los cachorros del Athletic, pero al que no se le apreciaron intenciones ambiciosas. El Zaragoza no subía metros. Removía el fútbol como una noria, abusando del pase atrás o de defectos de entrega.


Afloraban en su juego las grietas propias del centro de creación que se presentó en San Mamés. Dorca y Abraham se reunieron en la zona en la que habitualmente despliega sus dominios Pape Diamanka, pero entre ambos no llegaron ni a la mitad. Ni dinamizaron ni se apoderaron de las segundas jugadas.


Excesivamente preocupante fue el caso de Dorca. En su ámbito, al Zaragoza se le esfumaban todas sus jugadas, como un agujero negro inmisericorde. Al gerundense se le había evaluado en los últimos partidos un repunte de nivel, pero al lado de los vibrantes y ágiles chicos del Bilbao Athletic aún se volvió más traslucido su fútbol rígido, especialmente en acciones de balón dividido o en momentos con la pelota.


Abraham tampoco aprovechó su momento. Ni le dio el físico ni la lectura del fútbol. Aun con todo al Zaragoza le valía para elevarse sobre su rival, sin destellos, pero aposentado en ese lado del campo, explotando la debilidad del Bilbao Athletic cuando defiende cerca de su área.


Pedro pudo sentenciar antes del descanso y a la vuelta de vestuarios el Zaragoza salió con el traje de especulador que se le intuyó desde que marcó Ángel y perdió toda la profundidad en el juego. Se tornó gris, desabrido y riesgoso con su destino. Dorca no atinó delante de Remiro y desde ese punto del partido, el Zaragoza fue encogiéndose.


Ayudó la maniobra de Ciganda. Un triple cambio en el minuto 60, valiente, muy bilbaíno. No entró en otras consideraciones más allá de que su equipo arrinconara al Zaragoza. Y así fue. Ibai y Córdoba empezaron a escupir borbotones de fútbol de Primera División. Bono ya le había puesto su nombre al partido frenando a Ibai y Saborit, y comenzaron a lloverle saques de esquina, síntoma de cómo había cambiado el partido.


Morán no podía con toda la contención. Popovic contraatacó para aliviar al equipo metiendo a Jorge Díaz y centrando a Ángel en la doble punta con Ortuño. El objetivo era devolver al Athletic a sus posiciones iniciales, aposentarlo en su campo.


Pero el cambio que rescató al Zaragoza fue Gil. Villalibre avisó, pero el rubio de Garrapinillos sacó el manual de las cosas inteligentes y comenzó a aclarar el juego del Zaragoza. Lo metió en suavizante y de sus botas salieron las soluciones idóneas para los espacios abiertos.


Así Pedro pudo marcar en una volea. Luego, le sacaron otra ya con Remiro vencido. Aún forzó Yeray a Bono ya con el tiempo casi cumplido, pero su cabezazo se estrelló en las piernas del portero marroquí. Y ya al final, Cabrera se topó con la cruceta, en una conclusión de partido en la que el Zaragoza espantó el mal juego de una peligrosa fase de la primera mitad.


Con eso ha de quedarse. El equipo ganó en un estadio más complicado de lo que dicen los números del Bilbao Athlétic y conserva sus valores competitivos. Solo así se explica un mérito indudable: es tercero en la tabla de la clasificación.

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