La mejor respuesta

El Zaragoza sortea la crisis que venía con una victoria ante La Ponferradina. Pedro y Ortuño anotan los goles del equipo aragonés, que mejora su juego.

Alfredo Ortuño celebra la consecución del 2-0 al borde del descanso.
Alfredo Ortuño celebra la consecución del 2-0 al borde del descanso.
oliver duch/aránzazu navarro

A la crisis que se avecinaba, el Real Zaragoza respondió ayer de la mejor manera posible: con una victoria imprescindible y un fútbol bastante solvente, sobre todo en la primera mitad, mientras Pape Diamanka aguantó sobre el terreno de juego. A día de hoy, el centrocampista senegalés es la pieza diferencial en la zona de creación. Resulta la clave. Defiende y construye. Da oxígeno y se convierte en puente de unión con la vanguardia. Con Pape Diamanka sobre el césped, el conjunto de Ranko Popovic dio, posiblemente, la versión más depurada que se ha visto en casa a lo largo de la campaña. El bloque aragonés dominó a La Ponferradina en casi todos los aspectos. Por momentos, pareció pasarle por encima, con una superioridad manifiesta, tan evidente a ojos de cualquier observador que los dos goles a cero semejaron una expresión breve de lo acaecido.


La escuadra aragonesa asumió el compromiso de la tarde con serenidad, con templanza. Usó bien el balón y los espacios. Sin precipitarse, tomó la iniciativa y fue creando ocasiones a un ritmo considerable. En una buena combinación de ataque culminada por Ortuño, éste buscó la escuadra de la portería defendida por Santamaría, que a duras penas vio por dónde le llegaba la pelota. La esperaba baja y se la enviaron por lo alto. El cuero, sin embargo, no encontró el objetivo fijado. A Ortuño le faltó precisión, en un disparo que no era sencillo, por ser muy cerrado el ángulo. Poco después, un remate de cabeza de Pape Dimanka confirmó las pretensiones del Real Zaragoza, que quería y también podía con las circunstancias ambientales de la tarde, pesadas en cierto sentido. Santamaría, bien colocado bajo sus palos, detuvo con seguridad.


Las aproximaciones del Real Zaragoza tuvieron su traducción efectiva en el minuto 23, cuando el balón cayó a pies de Pedro dentro del área y éste quiso demostrar que estaba implicado en la causa. Hizo el gesto propio de un tiro al palo largo y sacó algo muy diferente: una bola pegada a la base del poste del lado corto. A nadie de la defensa de La Ponferradina se le hizo posible alcanzar el balón. La ventaja obtenida en el marcador no modificó los planes del Real Zaragoza, que siguió empleándose del mismo modo, asumiendo el peso del partido y el manejo de los tiempos. Dorca se introdujo en el área contraria y trazó una asistencia medida a Diamanka, que entraba en carrera un poco por detrás. El disparo franco del senegalés no halló el hueco por el que conducirse a puerta. El cuerpo de un defensa se interpuso en el último instante. Todavía fue más clara la ocasión que tuvo Ortuño como solución de continuidad. El delantero centro zaragocista tomó un balón cerca del punto de penalti, lo controló, se giró bien y exigió por bajo a Santamaría con un disparo fuerte. Una magnífica mano salvífica del guardameta leonés evitó que el Real Zaragoza aumentara su renta en ese lance.


Mientras tanto, de La Ponferradina, que se presentaba en La Romareda con una hoja de servicios sobresaliente, de siete encuentros sin perder, apenas podían contarse algunas noticias sueltas. Un disparo efectuado a larga distancia por Álvaro Antón constituyó su ocasión más peligrosa. Bono estuvo perfecto, desviando ese balón, para darle salida por encima del travesaño.


Por lo general, cuando el Real Zaragoza perdía la posesión, tenía la capacidad de replegarse rápido y con orden. En esa

corrección táctica murió la mayoría de las veces la pretensión de los futbolistas de Manolo Díaz de hacer algún daño. Jesús Vallejo, que cada día que pasa muestra más aplomo y saber estar, dejó seco al siempre peligroso Yuri, al mismo tiempo que asentó la estructura defensiva aragonesa. Sólo algunos fallos de bulto de Leandro Cabrera motivaron cierta zozobra en las gradas del estadio.


Cuando la primera mitad se aproximaba a su conclusión, volvió a aparecer la figura de Diamanka, que esta vez se coló por la banda derecha. Superó con facilidad a su defensor en carrera, se metió en zona peligrosa y cedió la pelota a Dorca, que a su vez asistió a Ortuño, para que el ligero toque de éste se convirtiera en un gol por la escuadra. Con el dos a cero en el marcador, ya no quedó más tiempo para los jugadores que encaminarse hacia el paréntesis del descanso.


Visto el resultado de la apuesta y del planteamiento, Ranko Poovic, que afrontaba una especie de juicio sumario, decidió mantener las cosas como estaban en su escuadra. La mala fortuna, sin embargo, le movió la foto enseguida. En una jugada sin relevancia en el centro del campo, Pape Diamanka cayó lesionado, fulminado. Paró en seco. Su musculatura acaba de resentirse. El senegalés había decidido asumir el riesgo de jugar y el destino le entregó la moneda del castigo.


En su lugar apareció en escena Sergio Gil, cambio que La Ponferradina entendió como una señal de que el partido era otro a partir de ese momento. La escuadra leonesa vio la luz. Entonces creyó que era posible hacer algo más que una visita de cortesía a la capital aragonesa.


Subió el ritmo e intentó someter al Real Zaragoza, situación que logró en determinados momentos. La posesión del balón ya no era una cuestión del cuadro aragonés, sino un tema discutido. Manolo Díaz incluso se atrevió a dar un perfil de mayor mordiente a su equipo, introduciendo a Luka Djordjevic en lugar de Berrocal. Al poco de estar metido en harina, Djordjevic se marchó entre Vallejo y Cabrera como un velocista. Se quedó solo ante Bono, que de alguna manera le taponó las vías del gol. El remate franco del delantero chocó en la pierna extendida del guardameta marroquí.


La persistencia de La Ponferradina en volcarse sobre la puerta de Bono acabó produciendo lo más previsible: espacios amplios a espalda de sus centrales. En una salida al contragolpe de Ángel, el Real Zaragoza pudo liquidar la contienda. Después de cubrir bien la transición, el delantero zaragocista únicamente debía ceder el balón a Dorca, ubicado a su izquierda; pero erró en esa suerte. El pase de cesión se quedó corto, por blando. Ya en los minutos postreros, Ortuño estuvo muy cerca de anotar el tercer gol del Real Zaragoza. Su balón lo sacó Adán sobre la línea de portería, cuando estaba Santamaría superado.

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