Bienvenido, señor Katic

Pese a que solo había completado tres entrenamientos con sus nuevos compañeros, el pívot serbio causó una grata impresión en su estreno con el CAI. A su impactante e intimidatorio poderío físico, añadió una actitud admirable. Fue una de las pocas luces del equipo

Rasko Katic se enfrenta al desafío de Tariq Kirksay.
Bienvenido, señor Katic
Aránzazu Navarro

El CAI compareció en el arranque del curso con la lección poco aprendida. Faltó fluidez y sobraron errores. La precipitación y las desconexiones ejercieron de pésimos compañeros de pupitre. Los siete nuevos de la clase, el forzado relevo en el banquillo y alguna bofetada arbitral fueron ingredientes que cocinaron un partido irregular y decepcionante. Habrá que aguardar a que el tiempo y el trabajo conjunten el engranaje para que la colección de jugadores se transforme en un verdadero equipo. 


En espera de que este proceso de maduración culmine, ayer comenzaron a adivinarse en el Príncipe Felipe líneas argumentales por las que puede discurrir la temporada. Una de las más prometedoras comparte pasaporte serbio y está protagonizada por Rasko Katic y Stevan Jelovac. Les resulta imposible esconder el gen ultracompetitivo adosado a su país de procedencia. El primero, pura roca balcánica, se antoja un acierto más en la hoja de servicios de Willy Villar. El segundo, menos contundente en lo físico pero más dinámico en el apartado ofensivo, oposita a erigirse en uno de los líderes de la manada. Ambos proporcionaron luz y cordura en sus apariciones, con especial influencia en el segundo cuarto. 


Katic no acusó los nervios del debut ni de su puesta de largo en la liga ACB. Las presentaciones ya no hacen cosquillas a esta mole granítica con demasiadas cicatrices como para dejarse arredrar. Ni siquiera pagó el hecho de haber completado apenas tres entrenamientos en su nuevo destino, tras desembarcar apresuradamente en Zaragoza el pasado miércoles. A dos meses de cumplir los 34 años, el pívot recientemente proclamado subcampeón del mundo derramó sobre la pista intimidación e intensidad a raudales. Sus 208 centímetros de altura y sus más de 110 kilos de peso se le atragantaron a un Albert Miralles que había encontrado escasa resistencia en Henk Norel. Eso sí, el serbio sufrió con la movilidad de Goran Suton. 


Un dato estadístico corrobora su beneficiosa intervención. Durante los 18 minutos y seis segundos que permaneció en la cancha, el CAI superó al Joventut por una diferencia de doce puntos. Anotó diez puntos, exhibió su correctísima muñeca desde la línea de tiros libres (anotó seis de siete) y capturó cuatro rebotes, uno de ellos en el aro catalán. Por encima de esta valoración numérica, prevalece el despliegue de facultades que acometió y su ejercicio de honestidad profesional. No escatimó ni una gota de sudor en cada una de sus acciones, como cuando no dudó en tirarse al suelo para frenar un vertiginoso contraataque que comandaba el base badalonés. Cumplió escrupulosamente la promesa que lanzó en su primera comparecencia ante los medios aragoneses: "Soy un ganador, un guerrero. Hago cualquier cosa para lograr el triunfo". 


Su lenguaje corporal también fue alentador. Se mostró comunicativo con sus compañeros, a los que consoló en las equivocaciones y felicitó efusivamente en los aciertos. Batalló y discutió hasta el límite del reglamento con Miralles y Suton, con los que se intercambió reproches pero a los que despidió caballerosamente dándose la mano. 


Y hasta tuvo tiempo de frustrarse con los árbitros españoles, en especial con José Ramón García Ortiz, que le señaló una discutidísima falta antideportiva que le confinó en el banquillo hasta el final del duelo. 

El CAI cuenta por fin con un tipo duro, con un gigante fajador y tozudo. Bienvenido, señor Rastic.