Un desafío mundial

La selección española, anfitriona de la Copa del Mundo, sueña con el oro y con derrotar en la final a Estados Unidos, el actual campeón. La plantilla cree posible la gesta

Parte de la plantilla española.
Un desafío mundial

"El futuro tiene muchos nombres. Para el débil, es lo inalcanzable. Para el miedoso, lo desconocido. Para el valiente, es la oportunidad", decía Victor Hugo. Las palabras del extraordinario escritor romántico francés bien podían ser la declaración de principios de Juan Antonio Orenga antes de la Copa del Mundo de baloncesto que comienza mañana y en la que España ejercerá de anfitriona. El seleccionador podía haber sentenciado que su equipo está repleto de valientes que siempre han afrontado los grandes retos como ocasiones propicias para seguir ampliando la larga lista de hitos alcanzados durante la carrera de muchos de sus componentes. Porque el mérito de la Roja, que persigue su segundo título planetario tras el obtenido en Japón en 2006, no es la acumulación máxima de talento en un grupo tan reducido; tampoco el trabajo realizado para desarrollar esas privilegiadas condiciones; ni siquiera el compromiso con el equipo nacional de unos hombres obligados a jugar temporadas cargadas de partidos y exigidos al límite físicamente. 


La auténtica virtud de estos jugadores es que nunca se han arrugado ante la responsabilidad. En cada torneo importante han correspondido a las ilusiones de los aficionados con éxitos deportivos, acompañados siempre de una imagen y un comportamiento que les ha convertido en esos personajes públicos que la sociedad busca y defiende como ejemplos a los que imitar y en los que reflejarse.


La ya veterana generación del 80 ha liderado a esta España que ha marcado una época en el baloncesto y que ha sido capaz de discutir el dominio absoluto de las sucesivas versiones del Dream Team con las que se ha tenido que cruzar por el camino. Incluso en los peores momentos, la lectura popular de la actuación de la selección se ha acercado más a lo positivo que a la crítica destructiva y poco razonada. Como hace cuatro años. Entonces, un triple mágico del serbio Teodosic, cuando el partido se dirigía hacia la prórroga, destronó de forma amarga a España en los cuartos de final del Mundial. 


La naturalidad con la que han asimilado el cartel de favoritos que se les ha colgado en los últimos campeonatos ha aumentado el valor de los logros obtenidos. Pero las expectativas han crecido tanto que la medida ya se ha desequilibrado hasta el punto de crear unas esperanzas a veces desproporcionadas. La final más esperada

Es lo que puede pasar en el Mundial que comienza. España ha completado una prometedora preparación, con ocho victorias en otros tantos amistosos. Y el deseo de batir por fin a Estados Unidos en una hipotética final que todos anhelan –para la Federación Española de Baloncesto, organizadora del evento, un último partido entre el campeón y el anfitrión pondría el broche mágico al torneo–, ha hecho que se le cuelgue un favoritismo que más parece un castigo heredado de las circunstancias que han rodeado al campeonato que la consecuencia lógica a la trayectoria previa de los de Orenga. A pesar de que todos los miembros de la Roja confían ciegamente en sus posibilidades y no descartan repetir el oro de Japón, no hay que olvidar que son los estadounidenses los que se han colgado el oro en los dos últimos Juegos Olímpicos y en el pasado Mundial. Pese a las más que recordadas bajas de estrellas como Lebron James, Carmelo Anthony, Kobe Bryant, Kevin Love, Blake Griffin y la más reciente de Kevin Durant, la NBA presenta una plantilla de una calidad inigualable en su línea exterior, en la que destacan Derrick Rose, Kyrie Irving, Stephen Curry y James Harden. 


Y, aunque no se discute que el juego interior de la selección española (con los Gasol, Ibaka y Felipe Reyes) es el mejor de los presentes en la Copa del Mundo, a los Anthony Davis, Kenneth Faried, Andre Drummond o Rudy Gay tampoco les falta clase, en algunos casos, ni músculo en otros. En cualquier caso, es hablar por hablar;aún restan más de dos semanas hasta que llegue el partido decisivo.