Muerte de Whitney Houston

La princesa negra del pop

La voz de Whitney Houston se ha apagado a los 48 años en una bañera del hotel Beverly Hilton cuando medio mundo esperaba que volviese del infierno de las drogas y del mal amor.

Whitney Houston
Muere Whitney Houston
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Whitney Houston había sido la princesa del pop con una voz negra. Una voz, ‘La voz’, exuberante y matizada, capaz de adornarse, fresca y torrencial, con una energía espectacular. Una voz que se ha apagado a los 48 años en una bañera del hotel Beverly Hilton cuando medio mundo esperaba que volviese del infierno de las drogas y del mal amor. Whitney Houston (1963-2012) nació para triunfar: siendo muy joven apareció en un disco de su madre Cissy Houston, ‘Think it over’ y aprendió a modular sus cuerdas vocales, al arribo de las canciones evangélicas baptistas y de las enseñanzas de su prima Dionne Warwick y de su madrina Aretha Franklin.


Le costó llegar, pero en cuanto la vio Clive Davis, el productor de Arista Records (que no la abandonaría en ningún instante: serán muy interesantes sus confesiones), se convirtió en un ciclón de la música: ‘Withney Houston’ (1985), su primer álbum, fue una auténtica conmoción popular: poseía variedad, tesitura de soprano, una amplia paleta de colores y sonidos, poseía ángel y frescura, y en cierto modo, quizá sin saberlo del todo, la cantante traía un nuevo modelo de diva: ligada a sus raíces, al góspel y al soul, pero también a las nuevas formas del pop.


Ahí nacía, o se expandía, una nueva puesta en escena: Whithey Houston era cándida, angelical y a la par era una cantante moderna con una virtud especial: llegaba. Conmovía. Seducía con sus temas. Y volvió a hacerlo dos años después con ‘Whitney’, su nuevo álbum. Y repetiría, henchida de éxito y seguida por multitud de fans, con una película ‘El guardaespaldas’, donde tuvo como partenaire a Kevin Costner. Era casi un anticipo de su propia vida hasta entonces, con una premonición. Costner, antes de enamorarse, le decía que “nada de drogas”. El éxito continuó con otros álbumes como ‘I’m your baby tonight’ (1990) y ‘My love is your love’, aunque en realidad no le abandonaría jamás: fue probablemente la cantante más galardonada de la tierra, obtuvo seis Grammy’s, grabó siete álbumes en estudio y vendió 170 millones, que se dice así a la ligera como si no fuera nada.


Su vida idílica empezó a quebrarse cuando se casó con Bobby Brown. A la chica buena, limpia, elegante y hermosa, a la hija que habría soñado cualquier madre, con una fundación que amparaba a los niños pobres y a los niños con cáncer, le gustó un chico malo malísimo. Un hombre turbio. Y con él, y con la lasitud de Whitney, empezó a gestarse el tormento: las espantadas, el viaje hacia el abismo de las drogas, el alcohol y otras desmesuras. Perdió parte de la voz, cedió en la inspiración, envejeció de súbito y se acomodó en el vacío y el desorden, pero la gente recordaba sus éxitos: ‘I will always love you’ (que era de Dolly Parton), ‘I’m wanna dance with somebody’, y tantos y tantos otros.


Era tan querida que se le perdonaron algunos penosos conciertos y directos. Siempre se esperó que pudiera rehabilitarse, que recobrase el asombroso poderío de su voz, pero su fin ya estaba escrito en la carrera de otras artistas: Edith Piaff, Dinah Washington, Billie Holiday, Janis Joplin, Lucha Reyes o Amy Winehouse, entre otras. El éxito tiene su reverso, sus soledades inescrutables, y Whitney se ha ido temblando de miedo por el desagüe. Desde hacía demasiado tiempo necesitaba oír una voz sincera que le dijera: “Te querré siempre”.