VIDEOJUEGOS

Los últimos 'ciber', para los jugones

Los establecimientos que 'venden' internet destinado al ocio, que proliferaban hace unos años, luchan por sobrevivir.

Daniel Valdivia y Héctor González son dos de los tres jóvenes socios que hace mes y medio abrieron un 'ciber' en Zaragoza.
Los últimos 'ciber', para los jugones
ARáNZAZU NAVARRO

Alrededor del 90% de los cibercafés y cibersalas de España destinados no solo a la comunicación sino también al ocio y al juego en red, han cerrado sus puertas en los últimos años. En Zaragoza se pueden contar con los dedos de las manos esos últimos reductos a los que los aficionados a los videojuegos todavía pueden acudir a verse las caras con sus compañeros de equipo y sus contricantes, con ordenador de por medio, por supuesto.


¿Las causas de la caída de este negocio? La proliferación de las conexiones a internet en los hogares y servicios de wi-fi gratuitos, la saturación de locales en tiempos de bonanza, las prácticas ilegales, el elevado precio de las licencias y la omnipresente crisis que hace cada vez más difícil hacer frente a las altas inversiones necesarias para modernizar su tecnología. Según el último estudio del Observatorio Aragonés de la Sociedad de la Información, realizado a mediados de 2010, el 54,45% del total de los hogares de la comunidad cuenta con acceso a internet.


Allá por 2001 y 2002, los años del 'boom', solo en Zaragoza funcionaban una treintena de estas salas, que hoy se han visto reducidas a apenas media docena. La pionera abrió sus puertas en 1995. Lo sabe bien, porque casi puede considerarse un superviviente del sector, Daniel Alonso, que desde 1998 está al frente del ya clásico Battle, en la calle de Baltasar Gracián.


«Hay mucha gente que se equivocó al montar el negocio. En los años de su explosión se abrieron muchos locales en la periferia y cerca de colegios e institutos que luego no supieron adaptarse a los nuevos tiempos», asegura este veterano del mundillo. En su establecimiento dispone de 28 puestos híbridos, en los que se puede por igual hacer uso de internet y jugar 'on line'.


Cuando a las 16.30 levanta la persiana hay esperándole cuatro clientes, a los que saluda por su nombre. Unanimidad. Adquieren un bono hasta la noche y le solicitan entre cachondeos teclados y ratones.


«Casi el cien por cien de los que vienen tienen ordenador y conexión en casa. La gente que acude a jugar lo hace con los amigos y el ordenador es un vehículo, porque de lo que disfrutan es de la compañía. El mundo del juego 'on line' está bien para matar el tiempo, pero tiene un componente social importante que hay que cuidar», mantiene Daniel Alonso. Compara el papel que cumplen con el de un club social: «En un momento dado alquilas la sala para un grupo de compañeros que celebra una partida, y premias a la gente más fiel con una noche de cierre para celebrar algún evento especial con motivo del lanzamiento de un juego».


Otro que sabe de primera mano la evolución del sector es Héctor Millán, uno de los tres socios de Nostromo, otro 'ciber' de obligada referencia, que desde el año 2000 sigue al pie del cañón en la calle de Juan Pablo Bonet, con 24 ordenadores para jugar y 20 para internet.


«La progesiva desaparición de cibercafés, casi una especie abocada a la extinción, se debe un poco a todo. Hubo un momento en que existía muchísima demanda, pero ahora cada vez se requiere más especialización y tener unos conocimientos técnicos», reflexiona.


También achaca en parte esta tendencia a la progresiva regularización del sector. Cree que 2004 marcó un antes y un después en Aragón, cuando entró en vigor el reglamento autonómico de juegos recreativos sin premio a través de sistemas e instalaciones en locales abiertos al público de carácter informático, telemático o de comunicación a distancia. Es el que regula este tipo de establecimientos.


A su rincón para jugones acude un público sobre todo joven, de 15 a 24 años. También hay «gente que ronda los 30 y 40 y sigue con la afición», explica Héctor. Sobre el futuro, piensa que dependerá de la capacidad de renovación: «En alguna ocasión ya hemos pensado que acabaríamos tirando la toalla, pero nos mantenemos. Es una alternativa de ocio más que se va transformando de acuerdo con las necesidades del cliente en cada momento. Dependerá de nuestra capacidad de adaptación».