'Los naturales', de Félix Romeo

'Interés'

De todas las transformaciones que ha vivido Zaragoza en los últimos años, y han sido muchas, la mejor, sin duda, ha sido la del Ebro, que se ha convertido, por fin, en un maravilloso río urbano, lleno de vida. Lo recorro casi todos los días, a menudo en bicicleta, y soy feliz, como si al fin habitara parte de la ciudad que sueño.


Me gusta el curso del agua, siempre cambiante. Me gustan los árboles: la sombra, el movimiento, el color, el volumen. Me gustan las vistas: desde la orilla izquierda se ven los palacios, las iglesias, las torres. Me gusta ver a los pescadores con sus cañas, y preguntarme qué pescan y si se comen lo que pescan. Me gustan los amigos que hacen picnics en la hierba. Me gustan los pájaros y los patos. Me gustan las parejas que se besan entre los setos. Me gustan las patinadoras. Me gusta la desembocadura del Huerva. Me gustan los puentes y las pasarelas. Me gusta encontrarme con las esculturas secretas. Me gustan también los barcos, aunque la gestión podría mejorarse. Y me gustan mucho las terrazas.


Mi terraza preferida es Le Pastis, que está junto al Puente de Hierro. Es diferente a todas las demás, que tienen arquitecturas sólidas: es ligera, con cierto aire provisional, como de circo ambulante, que le da mucho encanto, está iluminada con luces de colores, suena buena música y tiene mucha personalidad. El lugar que suelen recomendar las guías en otras ciudades.

Pero lo que en otras ciudades puede ser una maravilla, para Zaragoza puede ser una maldición. Así que el ayuntamiento ha decidido no prorrogar la concesión de la terraza a Le Pastis, aunque haya prorrogado la concesión a otras terrazas del río, porque entiende que no tiene «interés público». Y a mí, al enterarme, me entra una rabia brutal.


El ayuntamiento, que es incapaz de dar uso a muchos edificios fantásticos de su titularidad (Palacio Fuenclara, Imprenta Blasco, Harinera San José, el cuartel de Madre Rafols...), que permite que cientos de solares se llenen de basura y de ratas, se atreve a cerrar un espacio que funciona perfectamente, y que tiene un indudable «interés público», porque las cosas bien hechas, las que son diferentes, y Le Pastis es una de ellas, siempre tienen «interés público». Zaragoza , sin Le Pastis, es una ciudad mucho peor.

El ayuntamiento anda empeñado, y ojalá tenga suerte en su intento, en conseguir la capitalidad cultural europea para 2016. Cerrar Le Pastis, y espero que esta columna mínima sirva para que, al menos, medite sobre la barbaridad de la decisión, significa cerrar un espacio que se empeña en que la cultura no sea adormidera oficial sino pura vida.

'Inspiración'


Se coló en mi correo electrónico hace más de un año, y no ha dejado de enviarme emails desde entonces, que vienen firmados con el nombre de 'Marta Brigida'. Nunca entran en el 'correo no deseado', como sucede con los herederos de exóticas monarquías africanas que regalan sus fortunas a desconocidos, sino en la 'bandeja de entrada'. No sé si 'Marta Brigida' es una persona real o es la pantalla de una secta destructiva que está esperando captarme... aunque todavía no ha dado el primer paso en el contacto.

Pero sí sé que casi todos los envíos son citas de escritores, que algunos de ellos tienen un aire religioso 'new age' y con un tono evidente de autoayuda. Al principio, tomé los correos con precaución, pero he acabado leyéndolos con curiosidad, como leía de niño las notas del 'Selecciones del Reader´s Digest', y porque me gustan algunas de esas citas, tan alejadas de lo que manda en la actualidad y seguramente cursis, pero yo no tengo miedo a la cursilería.


La dirección del correo desde el que me llegan es 'will.inspiration', y hoy, que el calor me derretía los sesos y el entendimiento y me impedía escribir una columna de arriba abajo, he buscado en esos emails de 'Marta Brigida' algunas citas que me han gustado. Y he encontrado unas cuantas.


Como esta de Leibniz: «Amar es encontrar en la felicidad de otro tu propia felicidad».


Como esta de Calderón de la Barca: «No le des nunca consejos a quien te pida dinero».


Como esta de George Sand: «La inteligencia busca, pero quien encuentra es el corazón".


Como esta de Shakespeare: «El tiempo es muy lento para los que esperan. Muy rápido para los que tienen miedo. Muy largo para los que se lamentan. Muy corto para los que disfrutan».


Como esta de Mark Twain: «Es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda».


Como esta de Séneca: «La ira es un ácido que puede hacer más daño al recipiente en la que se almacena que en cualquier cosa sobre la que se vierte».


Como estas de Oscar Wilde: «Experiencia es el nombre que damos a nuestras equivocaciones»; «Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mejores placeres. A menudo tengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo»; «Adoro los placeres sencillos: son el último refugio de los hombres complicados»; «Resulta de todo punto monstruosa la forma en que la gente va por ahí, criticándote a tus espaldas por cosas que son absoluta y completamente ciertas». O esta, también de Wilde: «Felizmente, creo que no soy normal».

'Simios'

Dos películas me impresionaron mucho de niño: 'La invasión de los ladrones de cuerpos' y 'El planeta de los simios'. La primera la vi en la tele, como complemento a una de las tertulias brasas de 'La clave', y me pregunto qué asunto de aquella actualidad tardofranquista ilustraría una película sobre extraterrestres que clonan humanos. La segunda la vi en un cine de reestreno, que entonces, en los años 70, abundaban en Zaragoza .


'El planeta de los simios' se estrenó en 1968, el año que nací, pero su impacto fue enorme y provocó una serie de secuelas y precuelas, que mandaron en la fantasía cinematográfica hasta 'La guerra de las galaxias'. Concebida en plena guerra fría, en un clima que anunciaba 'la tercera guerra mundial', evidenciaba que el bienestar de las democracias occidentales podía desplomarse en cualquier momento. Se podía venir abajo en Vietnam, donde EE. UU. sufría su primera gran derrota militar y una seria crisis de estado. Se podía venir abajo por la extensión de la política de igualdad racial, que soliviantaba los ánimos de los negreros enquistados en el siglo XX, y se podía venir abajo si la URSS conseguía vencer en una carrera espacial propagandística.


Todos esos temores se reflejan en 'El planeta de los simios': crispación por un cataclismo nuclear; nuevo escenario racial, y la conquista del espacio, que en su misterio insondable era capaz de albergar simultáneamente el pasado, el presente y el futuro. El rostro de Charlton Heston, encarnación del ideal de la clase media, reflejaba esos temores que se traducían en unas cuantas preguntas esenciales: ¿qué está pasando? ¿cómo demonios estos monos han conseguido el poder? ¿por qué los humanos no hablan en este maldito lugar? ¿por qué el hombre blanco no es el amo y señor del universo? Otra película de 1968, '2001: Odisea del espacio', también con monos en lugar destacado, reflejaba muchos de esos miedos, e incorporaba, a su vez, el temor a una tecnología descontrolada.


Pero debajo de la trama existencial de 'El planeta de los simios', había una colorista aportación pop. Es evidente la huella de las pelis de romanos en la estética imperial simia, y el look de casacas de los Beatles de 1967, un año antes del rodaje, con el que aparecían en 'Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band'.


'El planeta de los simios' dejó en mi cabeza una imagen imborrable: la estatua de la libertad descabalada; la certeza de estar en un laberinto sin salida. Por eso me parece muy normal que una precuela 'high tech' de los simios llegue ahora a los cines, cuando el mundo, no solo las democracias, están en convulsión.