LETRAS

La Academia de la Lengua Aragonesa elige a sus miembros

La lista es discutida por la ausencia de algunas figuras y por el reparto de influencia entre las distintas corrientes.

La Academia de la Lengua Aragonesa empieza a tomar cuerpo con la elección de sus miembros
La Academia de la Lengua Aragonesa elige a sus miembros

La Academia de la Lengua Aragonesa empieza a tener cara y ojos. El Consejo Superior de las Lenguas de Aragón, institución integrada por 15 especialistas (cinco elegidos por la DGA, cinco por las Cortes y otros tantos por la Universidad de Zaragoza), ya ha elegido a los nueve miembros que la formarán. Todos han aceptado su designación y la lista ha sido remitida al Gobierno aragonés para su aprobación. Aunque la DGA tiene la facultad de ampliar o retocar la lista, no parece lógico que lo haga, enmendando así la plana al Consejo en una de sus primera decisiones. Así pues, la Academia de la Lengua Aragonesa echará a andar formada por María Pilar Benítez Marco, Marta Marín Bráviz, María Luisa Arnal Purroy, Manuel Castán Espot, Joaquín Villa Bruned, Francho Nagore Laín, Chabier Lozano Sierra, Juan José Segura Malagón y Jesús Vázquez Obrador.


La lista, que se filtró hace unos días, aun antes de que se supiera si los interesados iban a aceptar la designación o no, ha empezado ya a suscitar críticas en los foros del aragonés porque se echan a faltar algunos nombres clave, tanto por conocimientos como por su carácter 'histórico'. No están, por citar algunos, ni Ánchel Conte ni Chusé Inazio Nabarro ni José Antonio Saura.


Pocos y representativos


Al parecer, el Consejo buscaba que la Academia tuviera un número reducido de miembros, 7, 9 o 11, y que en ella estuvieran representadas el mayor número posible de variantes del aragonés. Cinco miembros responden a esta premisa: Marta Marín (cheso), Chabier Lozano (belsetán), Quino Villa (chistabín), Manuel Castán (benasqués) y Marisa Arnal (ribagorzano). Los otros cuatro, María Luisa Arnal, Francho Nagore, María Pilar Benítez y Jesús Vázquez, son filólogos de carrera, que han realizado el doctorado y que dan clases, o las han dado, en la Universidad de Zaragoza.


En la lista se advierte un afán por conseguir equilibrio en un mar -el de la lengua aragonesa- azotado por tormentas y ciclones de distinta condición. Tanto es el equilibrio que -aunque quizá sea coincidencia- tres de los miembros de la Academia forman parte también del Consejo, y cada uno ha llegado a este llevado por cada una de las instituciones que lo han formado: Marta Marín, por las Cortes de Aragón; Francho Nagore, por la Universidad de Zaragoza, y Manuel Castán, por el Gobierno de Aragón.


En cualquier caso, el equilibrio parece precario. Según algunas fuentes, ha habido académicos que se han pensado hasta última hora si aceptaban o no el nombramiento; y otros incluso podrían haber señalado que algunos de sus compañeros no cumplen los requisitos que pide la ley para el cargo. Examinando la lista de miembros, se advierte también una tensión interna entre dos posibles facciones: por un lado, los cercanos al Consello d'a Fabla, con Francho Nagore como cabeza visible, partidarios de la ortografía consensuada en el 87; por otro, los cercanos a la corriente aperturista y la ortografía de la preexistente L'Academia de l'Aragonés (su nombre crea confusión: en realidad es una asociación cultural, que acoge en su seno a muchas de las corrientes que han trabajado en defensa del aragonés pero no a todas). Cuatro de los nueve miembros de la Academia de la Lengua Aragonesa han sido también de L'Academia de l'Aragonés, por lo que cabe suponer que sus planteamientos acabarán ganando todas las votaciones. La otra corriente está, de momento, en minoría.


En este contexto nace la Academia de la Lengua Aragonesa, cuyo objetivo fundamental es detener el proceso de deterioro de las distintas variantes del aragonés. El primer instrumento, el más urgente, será la adopción de una ortografía. Pero, ¿cuál? ¿Una nueva o la del 87, la de la Sociedad de Lingüística Aragonesa o la que acaba de presentar L'Academia? Teniendo en cuenta la distribución del poder en el nuevo organismo, todo apunta a que esta última podría ser elegida, y así, además, no se perdía un tiempo precioso en elaborar una nueva. Pero esa ortografía también está cuestionada, y su designación como oficial podría generar tensiones. En cualquier caso, previamente los académicos tendrán que dotarse de un reglamento de organización interna y, sobre todo, nombrar a un director, lo que podría constituir otro foco de tensiones.


Posible ampliación


Y aún existe una posibilidad más, que quizá sea la que marque el futuro inmediato de la institución. Los académicos pueden nombrar a más miembros (hasta una veintena), y lo pueden hacer nada más constituirse la Academia. Ello cambiaría la distribución de poder en el seno de la entidad, pero se ganaría en variedad, consenso y representatividad. Y se evitaría que algunos 'históricos' del aragonés acaben dando la espalda a una institución creada para defender lo mismo que ellos han defendido en los últimos años: una lengua que agoniza en sus variantes históricas. Será una decisión que deberán tomar los nueve académicos fundacionales.