VIVIENDA

Cavernícolas del siglo XXI
 

Vivir en una cueva es una opción barata, ecológica y respetuosa con el medio ambiente. En la provincia de Zaragoza existen muchos pueblos con estas excavaciones en el monte, que, lejos de ser inhóspitas, cuentan con todo tipo de comodidades

Tenía una puerta redonda, perfecta como un ojo de buey, pintada de verde, con una manilla de bronce dorada y brillante, justo en el medio. La puerta se abría a un vestíbulo cilíndrico, como un túnel: un túnel muy cómodo, sin humos, con paredes revestidas de madera y suelos enlosados y alfombrados, provistos de sillas barnizadas, y montones y montones de perchas para sombreros y abrigos...". Por la descripción, parece confortable, y seguramente lo fuera. Al fin y al cabo, era un agujero-hobbit, "y eso significa comodidad".


Las primeras líneas de la novela 'El hobbit', de Tolkien, se refieren a una casa cueva, profundamente horadada en la tierra, en la que Bilbo Bolsón veía transcurrir plácidamente sus días hasta que se metió en jaleos que no vienen a cuento. Pero no hay que remitirse a la literatura fantástica para vivir debajo de una montaña.


En Aragón hay bastantes pueblos que cuentan con casas cueva que fueron, o son, viviendas perfectamente acondicionadas, especialmente en la provincia de Zaragoza. La especial orografía del terreno y la composición de la roca, fácil de excavar, propiciaron su existencia. Muchos de sus actuales moradores las habitan desde hace décadas, otros las abandonaron a causa de la edad o el éxodo hacia la capital aragonesa u otros lugares. Pero esta forma de vida, lejos de desaparecer, se mantiene e incluso resurge en algunos puntos, y no solo debido a la crisis.


"Mi hermana vio un anuncio de venta de una casa cueva y nos llamó", cuenta María Figols, quien estaba dándole vueltas a la idea de comprar una vivienda semejante con su novio, Sergio Díaz de Garay. Ellos preferían Juslibol, donde hay toda una red de casas cueva en perfecto uso. Pero la oferta les llevó a Bardallur, en pleno valle del Jalón. "Vimos dos cuevas, y enseguida nos decantamos por una de ellas por su orientación al sur, lo que la hacía más cálida y luminosa -prosigue María-, pero hasta que nos decidimos a comprarla pasó algún tiempo". Durante ese periodo iban de vez en cuando al monte de enfrente con un bocadillo para sentarse tranquilamente a contemplar su todavía hipotética inversión y decidir qué hacer al respecto. Ya hace un año que son sus propietarios.


El caso es que estos dos jóvenes, muy concienciados con la ecología, están adecuando su nuevo hogar atendiendo a criterios medioambientales, con lo que las peculiaridades de su vivienda (50 metros cuadrados, dos habitaciones, salón, cocina, baño y corral) van más allá que su obvia característica subterránea.


Es fácil ver a María, de 27 años, y a Sergio, de 33, mezclando materiales en una hormigonera, cubiertos de pintura o brocha en mano. Las reformas las están acometiendo ellos mismos, "con la ayuda de amigos y familiares", puntualizan. Para la construcción tratan de ser lo más respetuosos posible con el medio ambiente. Usan cal en vez de cemento para aislar la roca, prefieren el polipropileno al PVC porque contamina menos en su fabricación y es más sencillo de colocar, e incluso la pintura de las paredes y el barniz de las ventanas es más natural. "La pintura la hacemos también nosotros, a base de cal y de experimentar, por lo que la mezcla no siempre queda bien a la primera", reconoce María.


Pero, poco a poco, su futuro hogar va perfilándose. No tienen demasiada prisa, porque viven de alquiler en Zaragoza y el precio de la cueva, alrededor de 25.000 euros, les permite, "de momento", no tener que pedirle dinero al banco. "Nuestra idea es poder mudarnos hacia Semana Santa, aunque ya veremos", duda Sergio, encaramado a la plataforma que han colocado a la puerta de su casa cueva. Allí, muestra orgulloso el sistema de depuración de aguas que están instalando. "Todo el agua procedente de la fregadera, la bañera, el lavabo y la lavadora irá a parar a una serie de depósitos llenos de grava, unidos entre sí, en los que habrá plantas", explica Sergio. La técnica se llama fitodepuración y cuenta con la ayuda de las raíces de las propias plantas, que van limpiando el agua de cubículo en cubículo. El último de ellos recogerá un agua libre de residuos que será reutilizada para el riego.


Recuerdos de infancia


Sus vecinos Ana Alcay y Joaquín Garzón también hacen reformas en su cueva, pero en su caso se trata de paliar el paso del tiempo para disfrutar de ella los fines de semana y en vacaciones. "Era de mis abuelos -cuenta Ana-, y yo recuerdo a mi abuela de rodillas en el hogar haciendo la comida. Ahora, la cueva tiene todas las comodidades, pero las obras nunca acaban. "Pones cemento en el suelo porque, cuando es de tierra, con las lluvias es horrible", explica. El cambio climático también ha influido en el confort de la casa cueva, al menos a su juicio. "Antes, dormías con manta siempre porque dentro de la cueva hacía mucho frío. Ahora llueve menos, con lo que el monte está más seco y el interior de las cuevas, menos helador", explica.


David, el hijo de la pareja, nunca se ha parado a pensar que sea raro vivir en una cueva, y eso que probablemente la heredará. "En los pueblos en los que hay cuevas se considera normal habitarlas, e incluso jóvenes que han nacido en una se mudan a otra cuando se casan", explica Miguel Ángel Velilla, alcalde de Juslibol. En este barrio zaragozano hay más de 250 casas cueva, la mayoría de ellas habitadas. Esta tendencia no se da en otros lugares de la provincia de Zaragoza, donde son muchas las que van quedando vacías porque sus dueños son demasiado mayores para seguir allí. Épila, por ejemplo, tiene más de 600, pero muchas se están vaciando o se usan como bodega, según fuentes del Ayuntamiento de la localidad.


El problema con el que se encuentran muchos posibles compradores de casas cueva es que no se pueden hipotecar. "El banco solo tasa las dependencias que estén en el exterior de la montaña, si las hay. Todo lo que está dentro es para ellos susceptible de derrumbarse y no lo consideran", explica Eva Suárez, propietaria de la inmobiliaria Fincas Ebro, en Alagón. De ese modo, o se tiene el dinero en efectivo o se pide un crédito personal, más caro a todos los efectos. "En Remolinos tenemos una casa cueva en venta. Piden 60.000 euros negociables y hubo un chico que se interesó por ella, convencido de sus ventajas en temas como el ahorro energético, pero no podía pagarla", prosigue.


El colmo de la bioclimática


María y Sergio conocen bien estas ventajas, saben que la temperatura dentro de una cueva es siempre constante y eso la hace agradable todo el año. "Es el colmo de la bioclimática", explican. Pero para disponer de agua caliente y de un plus de calor en los días más fríos del invierno tienen pensado colocar una caldera de biomasa y un panel solar. "También usaremos la cueva para hacer experimentos", comenta Sergio, mientras enseña una cocina solar. Ingeniero industrial, da clases en la Universidad y quiere comprobar por sí mismo que la teoría que enseña tiene (o no) aplicación práctica.


María, por su parte, es arquitecta técnica y planea techar el corral con madera recubierta con la vegetación de la zona para hacer en él un despacho, comunicado con la cueva a través de un agujero que apenas están empezando a excavar y en el que instalarán unas escaleras. "Pondremos teléfono y una línea de ADSL rural, pero ni pensamos en un amplificador de señal para el móvil", asegura esta zaragozana, sabedora de que, con esta decisión, tanto ella como su novio se aseguran de que la paz y el silencio que reinan en la zona se mantendrán inalterables.


La única "pega" que tiene la cueva de María y Sergio es, a su juicio, que está a casi media hora de Zaragoza. "Es una contradición vivir en una cueva porque es más ecológico y luego desplazarte todos los días en coche a tu lugar de trabajo", reconoce Sergio. Pero confían en que la red de trenes de Cercanías llegue pronto a Alagón, población cercana a Bardallur hasta la que es factible ir en bicicleta. De momento, siguen mezclando materiales en la hormigonera, cubiertos de pintura o brocha en mano. "Los vecinos creen que las obras que estamos haciendo son raras, pero nosotros no queremos darle lecciones a nadie", concluyen.