Río abajo

Aragón en el adiós de Borau

 Dijo José Luis Borau: «El aragonés ha perdido el respeto a su propia tierra o está enamorado de aspectos demasiado menores, poco ambiciosos o trascendentes, de ella». Aragón es un territorio desconcertante: las autoridades sabían que José Antonio Labordeta se despedía del mundo, que era objeto de homenajes nacionales y recibió la Medalla de Oro de Aragón con carácter póstumo. Vivir para ver. ¡Qué valor!, habría dicho Goya.


Estos días se ha producido algo que también chirría: el Gobierno de Aragón no ha estado a la altura de las circunstancias en la despedida de uno de los aragoneses más ilustres: el citado Borau. Lo era casi todo aquí: Premio Aragón, Premio de Las Letras Aragonesas, Hijo Predilecto de Zaragoza, etc. Y lo era casi todo en España también: un cineasta reconocido y admirado que fue director de la Academia de Cine, y que era académico de la RAE, presidente de la SGAE, un espléndido escritor y algunas cosas más. Con todo ese bagaje, ni la presidenta de Aragón ni la consejera de Educación, Cultura y Deporte (al parecer, dicho sea sin ironía alguna, estaba pendiente de un posoperatorio de su madre), ni ningún otro consejero, pudieron, o quisieron, desplazarse a Madrid. Sí estuvo el ministro Wert, que también acudió tras el óbito de Tony Leblanc. El que se desplazó al tanatorio fue un director general, Humberto Vadillo, que lo habrá hecho lo mejor posible «en los minutos que estuvo allí». Tampoco viajó Juan Alberto Belloch ni ningún representante de la Diputación de Zaragoza. Esas ausencias llamaron la atención a los asistentes. José Manuel Blecua, director de la RAE, ejerció de familiar cercano, con su continua afabilidad.


Cuando José Luis Borau ingresó en la Academia de la Lengua asistió el presidente de Aragón, Marcelino Iglesias; cuando estrenó 'Niño Nadie' en los Renoir estuvo la misma Rudi, entonces alcaldesa; y en su último viaje le dijo adiós una autoridad más bien menor. Si uno no cuida las formas y los detalles, si no valora a los suyos, si no sabe ajustarse al momento y asumir la grandeza de los gestos, mal vamos. Y en este caso, en un acto tan protocolario como afectuoso y simbólico, el Gobierno de Aragón no ha estado como debiera. Y lo mismo cabe decir de sus instituciones hermanas, tan vinculadas al cineasta.


Hemos oído estos días el tono casi arrogante o displicente de Luisa Fernanda Rudi en los debates, se defendía con uñas y dientes como si el mundo fuera suyo o no tuviera que avergonzarse por haber claudicado ante las exigencias insolidarias de su socio José Ángel Biel. Pero aquí, en el último adiós al autor de 'Furtivos', a ella y a su equipo (y a otros cargos públicos) les han faltado generosidad, reciprocidad, ejemplaridad y sentido histórico. Y les ha faltado la contundencia de la que aparentaban estar tan sobrados en la Aljafería días atrás. Se ha ido uno de los mejores de Aragón: un aragonés universal, un hombre culto que amaba su tierra. Y tampoco hay tantos.