GRAN BRETAÑA

Sexo, mentiras y periódicos

Desde Jack el Destripador hasta los Beckham, la prensa sensacionalista ha agitado durante siglo y medio a la sociedad británica, que ahora ve cómo los propios tabloides se convierten en centro del escándalo.

Protestas contra el magnate de la prensa Rupert Murdoch ante el parlamento británico.
Sexo, mentiras y periódicos
F. ARRIZABALAGA/EFE

¿Cómo es posible que un periódico como 'News of the World', que solo publicaba sexo, cotilleos y mentiras, haya podido sobrevivir siglo y medio? Quizá la pregunta que hay que hacerse, dirían los cínicos, es cómo es posible que periódicos que no publican (apenas) sexo, cotilleos y mentiras hayan sobrevivido el mismo tiempo. Una de las cuestiones que el escándalo de las escuchas ha puesto sobre la mesa tiene que ver con qué lugar debe ocupar la prensa sensacionalista en una sociedad moderna y culta como la británica. ¿Por qué millones de personas se acercan cada mañana a una tienda de periódicos en Londres o en Liverpool para comprar 'The Sun' o 'The Daily Mirror'? ¿Cómo es posible que diarios que llevan en su página 3 a una chica desnuda, y en las demás, a chicas casi desnudas, puedan ser la única lectura diaria de tanta gente?


Los británicos son gente de tradiciones, y la existencia de la prensa sensacionalista tiene tanto arraigo en las islas como el té de las cinco. Desde hace casi dos siglos, la clase trabajadora británica se levanta cada mañana con esa tacita de sexo, cotilleos y mentiras en papel; comida rápida que sirve de consuelo a las almas menos exigentes. «Mi vida es una mierda, sí» -piensan el mecánico alcohólico, el ama de casa de rulos en el pelo, la adolescente embarazada a los 15 años y el niño esnifador de pegamento- «pero Beckham le puso los cuernos a Victoria con su niñera. Son tan miserables como yo. Lo dice el periódico».


La prensa sensacionalista nació al abrigo de la revolución industrial. A finales del siglo XIX, miles de obreros acudían cada mañana a puestos de trabajo en fábricas inmundas. A cambio de horas y horas en condiciones miserables, recibían un pequeño salario que intentaban invertir lo mejor posible. A estos obreros que ya sabían leer siempre les sobraba un penique para comprar unas hojas de papel con historias tan apasionantes como los asesinatos de un tipo llamado Jack el Destripador. La mejor manera de hacer menos aburrido el trayecto entre la fábrica y la casa, una forma estupenda de desconectar de un mundo triste para entrar en otro escabroso.


El «investigador» investigado


Década a década, los periódicos sensacionalistas se marcaron en el ADN de la mayoría silenciosa británica, esa de la que nunca saldrá un primer ministro, pero que sí elige a los primeros ministros, lectores poco exigentes que solo quieren deporte, sexo, escándalos y cerveza, y si es posible, todo junto. Descubrieron a ministros que hacían el amor con prostitutas enfundados en las camisetas de sus equipos de fútbol. Publicaron informaciones de pederastas que no lo eran, pero que tuvieron que abandonar sus casas tras ser agredidos por sus vecinos. Una «investigación» cada día. Por eso, políticos, deportistas, cualquiera que fuera algo en Reino Unido, les tenía pánico. ¿Quién no tiene un cadáver en su armario?


Hasta que llegó el escándalo de las escuchas. Porque ahora, muchos británicos comienzan a darse cuenta de que vivían en un estado de excepción en el que un grupo de 'periodistas' (con comillas, porque ahí se mezclaban los mejores profesionales con camellos, porteros de discoteca y criminales de informantes) podía pinchar teléfonos y espiar correos electrónicos impunemente. Y a nadie le gusta vivir en una dictadura, aunque sea la de la prensa sensacionalista.


En España no existen periódicos amarillos. Cuando los ingleses empezaron a trabajar en las fábricas, los españoles continuaban rindiendo pleitesía al cacique del pueblo. Muy pocos sabían leer. Pero, con los años, hemos mejorado el original: tenemos 'telebasura', que es aún peor. Porque el que compra un periódico, aunque sea el 'News of the World', tiene que levantarse del sofá, salir a la calle y gastarse alrededor de una libra. Al español le basta con encender el televisor.