Así se fraguó la muerte de Woodstock

Un documental de Netflix repasa los tres días de drogas, sexo, rock y destrucción que dieron al traste con la marca del festival.

Varios de los asistentes, subidos en una de las estructuras del festival que el público destrozó
Varios de los asistentes, subidos en una de las estructuras del festival que el público destrozó
H. A.

Woodstock permanece en el imaginario colectivo como aquellos tres días de paz y rock en los que una generación harta de las guerras mostraba su rechazo al sistema. Celebrado en agosto de 1969, al gran evento de la contracultura acudieron alrededor de 400.000 personas que no solo asistieron a conciertos de artistas y bandas como Jimi Hendrix o The Who, sino que disfrutaron de largas noches de sexo y drogas.

¿Por qué entonces la marca no ha perdurado? Desde luego no fue por falta de intentos. Un documental de Netflix recoge la desastrosa edición de 1999 que dio la puntilla al festival, tras una entrega en 1994 excelente a nivel musical, pero desastrosa en términos de recaudación -las lluvias echaron abajo las vallas y miles de personas lo disfrutaron por la cara-.

Estructurado en tres episodios de unos 45 minutos cada uno, ‘Fiasco total: Woodstock 99’ repasa los tres últimos días de un evento que congregó a cerca de 400.000 personas y acabó con agresiones sexuales y decenas de altercados violentos. Al día siguiente la antigua base aérea que había acogido el festival parecía el escenario de una guerra, con vehículos calcinados y toneladas de basura.

Precisamente, por estas desoladoras imágenes comienza una serie documental con abundante material de archivo -MTV realizó una amplísima cobertura del festival- e interesantes entrevistas a responsables del festival, a los artistas que participaron en el mismo, a los periodistas que lo cubrieron y a sus asistentes. Cuenta Michael Lang, cofundador del Woodstock original y artífice de las ediciones posteriores, que durante mucho tiempo había sido reacio a seguir con la marca, pero la masacre en el instituto Columbine le hizo cambiar de idea. Las nuevas generaciones «necesitaban días de paz, amor y música».

El inicio del desastre

Para ahorrar en gastos, escogieron la desmantelada base. ¿El problema? Las altas temperaturas que se vivieron aquellos días no hicieron más que incrementarse debido al asfalto. La falta de agua, la permisividad con las drogas, el personal de seguridad poco cualificado y los abultados precios de la comida y la bebida hicieron el resto.

La primera noche, el equipo de seguridad temió lo peor pero Bush y su líder, Gavin Rossdale, lograron templar los ánimos después de una actuación apabullante de Korn. Al día siguiente, Fred Durst, vocalista de Limp Bizkit, hizo todo lo contrario y calentó el ambiente hasta que la chavalada comenzó a desmantelar las planchas de la torre de sonido y a surfear encima de ellas -el propio Durst se subió a una de ellas-. Aquella noche, Fatboy Slim tuvo que suspender su sesión: un tipo «ido» había robado una camioneta y había irrumpido con ella en la pista de baile. «Al terminar, vi a una joven de 16 años inconsciente, con las bragas bajadas, y un tío a su lado subiéndose los calzoncillos», cuenta el responsable del hangar donde el festival cerraba las noches con música electrónica. Posteriormente, se sabría que varias jóvenes habían denunciado abusos sexuales durante el festival.

Agotado, resacoso y deshidratado, el malestar entre el público aumentaba cada día. El gentío acabó destrozando las fuentes y el agua potable acabó mezclándose con las aguas fecales, pero eso no fue lo peor. El domingo, tras el concierto de Red Hot Chilli Peppers, a Lang se le ocurrió repartir velas para protestar contra la masacre del instituto. No fue la mejor idea. Quizá Lang tenía razón cuando pensaba que era imposible recuperar el espíritu ‘flower power’, pero hubiese sido buena idea no tratar al público como ganado, aunque muchos fueran animales.

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