comunicación

Muere el periodista Luis Muñoz Lacasta

Enfermo de Parkinson, trabajó en 'Diario del Altoaragón' HERALDO y 'El Periódico de Aragón' tanto en las secciones de Cultura como de Deportes 

En la muerte de Luis Muñoz.
Retrato de Luis Muñoz Lacasta, en un reportaje que se publicó en Heraldo sobre los pacientes de Parkinson.
Juan Carlos Arcos/Heraldo.

Ha fallecido el periodista Luis Muñoz Lacasta (Jaca, 1963-Zaragoza, 2020). Padecía Parkinson desde hace más de un veintena de años, lo que le llevó a dejar su oficio, aunque no sus grandes pasiones: el deporte, el flamenco, los toros y la música clásica, casi toda en general, pero, tal como recuerda uno de sus grandes amigos, “sentía a la vez una auténtica veneración por Johan Sebastián Bach y por Camarón de la Isla”.

Luis Muñoz cursó Periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde coincidió con un grupo de futuros periodistas como Mariano Gállego, Rosa Pellicero, Enrique Naya, José Ángel García ‘Chimi’, Concha Lardiés, Lourdes Buisán, Juan Carlos Garza... Mariano Gállego, responsable de Cierre de HERALDO, recuerda aquellas reuniones y el ingenio y el sentido del humor de Luis. "Lo que yo destacaría de él era su gran humanidad, Era más grande aún que su inmenso cuerpo. Jamás se enfadaba y siempre te daba ánimos", dice

Garza, Jefe de Cultura de ‘El Periódico de Aragón’, tiene recuerdos muy nítidos: “Luis Muñoz era un compañero muy especial. Manejaba el humor negro mejor que nadie y tenía una gran somardería, que asomaba cuando menos te lo esperabas. Uno de los mejores recuerdos de aquellos años en Barcelona fue aquel triunfo de la Copa del Rey del Zaragoza de Luis Costa ante el Barcelona en 1986: vimos el partido en su casa. ¡No se me olvidará jamás!”.

Luis Muñoz se inició en la prensa en el ‘Diario del Altoaragón’. Y más tarde ingresó en HERALDO, en la sección de Cultura, con Juan Domínguez Lasierra, Mariano García, Carmen Puyó o Matías Uribe, entre otros. Aquí demostró su vastedad de intereses, su curiosidad y sus gustos refinados. Hizo de todo. Con el paso del tiempo, se convertiría en un auténtico especialista en el flamenco, en ópera; también le gustaban muchos los toros -acabaría haciendo crónicas taurinas- y era un gran seguidor del Real Madrid. Y un entendido de boxeo.

“Cuando llegué a HERALDO, fue de los que mejor me acogieron y pronto nos hicimos grandes amigos. Acabamos haciendo una especie de trío trabajo, amistad y farra con Juan Pablo Burgueño”, recuerda Enrique Mored, ahora director de Radio Huesca. Y matiza de inmediato: “Luis era grande en todos los aspectos. Sufrió mucho, sobre todo en los últimos años. Mucho. Pero hay una cosa muy clara: tenía un gran sentido de la amistad y ha dejado decenas de amigos por todas partes. De hecho, Antonio Belío le espera en el cielo”.

Cuando ‘El Periódico de Aragón’ inició su andadura en octubre de 1990, allí se fue Luis con su viejo amigo y paisano Juancho Dumall, que era el director. Trabajó en la sección de deportes, sobre todo en la sección de baloncesto, y fue un cronista entusiasta del CAI. Y ya de paso, del fulgor de Mike Tyson y Evander Holyfield y el retorno de Georges Foreman. Siempre compatibilizó el deporte con la cultura.

Con poco más de 30 años, se reveló que padecía Parkinson, como le sucedió a su madre. Y ahí empezó un largo peregrinaje en busca de soluciones a todo tipo de quebrantos. Por la enfermedad, cada vez más devastadora, tuvo que dejar el periodismo, y en la medida en que podía se transformó en el paseante y observador de Zaragoza. Le gustaba recorrer la plaza del Pilar y las callejas angostas, llenas de sabor y de evocación. Fue objeto de numerosas pruebas clínicas y de experimentos científicos.

En 2005, como contó otro de sus grandes amigos, Mariano Gistaín, en un hospital de Asturias, le insertaron un chip en el cerebro conectado a una pila que llevaba en la cadera, “un avance prodigioso para paliar o curar el Parkinson”. Entonces vivió uno de los momentos épicos o entrañables de su vida, que también recuerda otro compañero como Ramón J. Campo: le tocó al lado de Enrique Castro González ‘Quini’, “y le iban a ver sus compañeros exfutbolistas, Ablanedo...”, dice Gistaín, “con esa amistad única de los hospitales”. Algo más adelante, Mariano Gistaín decía: “Luis Muñoz está curado, aunque a veces se siente raro de llevar un chip, pronto no quedará nadie sin su implante, su nanomáquina”. Por desgracia, no estaba curado.

Sus amigos nunca le perdieron la pista. Luis Muñoz Lacasta llevaba ya años en la residencia Sanitas, al otro lado del Ebro, “donde fue mimado y muy bien tratado. Lo llamaban Luisito -recuerda uno de sus amigos-. Su situación se fue agravando y solo podía salir a la calle ya en silla de ruedas”. Nunca perdió su sentido del humor ni la ironía: por el barrio de la Magdalena siempre hallaba sonrisas o alguien dispuesto a sonreír ante su agudeza o su ingenio. Desde su silencio de gigante invencible y ya melancólico se atrevía a desafiar al propio sol.

Que descanse en paz.

[El viernes, en la sala 15 del cementerio de Torrero, se le podrá despedir entre las 10.00 y las 13.00. A las 13.30 será incinerado.]

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