Límites que los hijos jamás deberían traspasar

Ante las primeras faltas de respeto o 'salidas de tono' hay que poner freno. Existen muncha formas de expresar el desacuerdo sin recurrir al insulto o a la agresión física.

El insulto no puede ser permisible bajo ningún concepto.
El insulto no puede ser permisible bajo ningún concepto.
Jack Morhe

Nadie dijo que fuera fácil lograr que los hijos cumplan los límites; pero es imprescindible cuando se rebelan faltando al respeto de padres y maestros, lo que suele ocurrir, principalmente, durante la adolescencia. "La adolescencia es un período de transición, de cambio y, lo más importante, de aceptación", explica la pedagoga e investigadora en educación y adolescencia Lucía Aparicio Moreno. Pero… ¿hasta cuándo dura este momento de transición, en ocasiones, tan difícil de superar? "Cada persona es un mundo y, en ocasiones, esta etapa puede durar hasta pasados los 20 años”, responde la especialista. "Muchas veces -continúa-, los cambios que se producen no tienen nada que ver con el niño que teníamos 'antes de' y, para nuestra sorpresa, la convivencia se convierte en un calvario tal, que acabamos por ceder a sus exigencias. Tenemos la sensación de estar ante un tirano”. Llegado este punto, Lucía Aparicio insiste en que "la imposición de normas o el diálogo habrá llegado demasiado tarde" y que "ante las primeras faltas de respeto o 'salidas de tono', hay que poner freno". Por eso, como padres, debemos tener muy claros los límites que un hijo nunca debería traspasar. “Existen muchas formas de manifestar el desacuerdo, como también las hay para llegar al consenso”, apunta la pedagoga, dispuesta a enseñarnos a reconocer una serie de situaciones para poder entender lo que sucede en ciertas etapas del crecimiento de los hijos. La adquisición de límites, un aspecto importante a desarrollar. A menudo, los adolescentes confunden la libertad con el hecho de tomarse la justicia por su mano, una situación muy repetida y difícil de sobrellevar. Es muy importante trabajar la convivencia y el día a día. Hay que hacerles entender que la libertad también es fruto de la no permisividad de los padres y de que estos no les den todas las facilidades que demandan. Para ello, es necesaria mucha paciencia e implicación por parte de los progenitores, es difícil, sí, pero beneficiará a su hijo en el futuro. Bajo ningún concepto es permisible el insulto. Es uno de los hechos más preocupantes y cada día más frecuente, por no hablar ya de las agresiones físicas. Ante estas situaciones, tenemos que preguntarnos qué ha ocurrido hasta ahora para que nuestros hijos nos insulten; cómo hemos actuado con ellos; cómo ha sido nuestra relación hasta llegar a estos niveles de pérdida de respeto y qué grado de permisividad hemos ejercido los padres para llegar a un punto sin retorno. A un menor que comienza a insultar nunca se le debe dar oportunidad de réplica. Desde que se produce el primer insulto, hay que tomar una actitud tajante y cortante, por mucho que los hijos recurran al chantaje emocional. Debemos recordar que el adolescente no es el adulto y que los roles deben estar siempre bien definidos para evitar situaciones confusas. Además, el conflicto no siempre es algo negativo. A veces, una buena discusión puede sentar las bases de una convivencia posterior que mejore con el tiempo. Organización y normas de convivencia, desde el principio. Un menor de 11 o 12 años, e incluso más pequeño, jamás debe creerse con la autoridad y la verdad absolutas. Como tampoco puede ocurrir que un padre y su hijo sean aliados, colegas, que se 'ríen las gracias'. Si esto ocurre, los roles se confunden. No se debe crear una relación de igual a igual, pues padres e hijos nunca estarán al mismo nivel. Con una buena organización y unas normas bien definidas y cumplidas con seriedad, la convivencia se resuelve más fácilmente y, si hay faltas de respeto, estas puede que se aplaquen y vayan desapareciendo. Lo que muchos adolescentes necesitan es un cambio que les ayude a centrarse. Una contestación que los descoloque o que sea cortante, por supuesto sin abusar, puede acabar con muchos 'humos subidos'. Buscar la conversación, pero nunca forzarla o tensarla. Cuando los insultos se han convertido en la tónica general, nos encontramos ante un 'gigante' que puede generar problemas. En ocasiones, la situación puede solventarse intentando buscar el diálogo de forma distendida, pero sin forzarlo, cuando la situación comienza a complicarse con gritos o intento de agresión. No se trata de obtener una larga conversación, sino de encontrar la pregunta concreta que haga que el adolescente quiera terminar la conversación. Esa es la que le hará reflexionar. Reforzar lo positivo, no solo lo negativo. Este aspecto es fundamental para que poco a poco el adolescente mejore su autoestima y tenga más autonomía, ya que lo necesita para su evolución y desarrollo como persona, al tiempo que sus hormonas se van ‘relajando’.

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