Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

en recuerdo de un prolífico músico

El Vangelis de Aphrodite’s Child

El recién fallecido músico griego fue un compositor fecundísimo, muy conocido por sus bandas sonoras y sus discos electrónicos en solitario, pero antes entregó maravillosas perlas románticas en los inolvidables y, sin embargo, desconocidos en las últimas décadas, Hijos de Afrodita

Los tres componentes del grupo griego Aphrodite's Child
Los tres componentes del grupo griego Aphrodite's Child
Archivo de Matías Uribe

Estaba muy bien aquella banda sonora de Carros de fuego, una llamarada sonora con la que Vangelis calentaba perfectamente la ambientación y el desarrollo deportivo de aquella gran película de 1981 en la que varios atletas de principio del siglo XX “llevaban esperanza en sus corazones y alas en sus pies”. Mi amiga y colega Carmen Puyó la eligió muy atinadamente como sintonía para su programa cinematográfico de Radio Heraldo y con ella compartí durante semanas una de las bandas sonoras más populares de la historia: ella, al micrófono y yo en la mesa de sonido haciendo de intruso “técnico” (¡qué atrevimiento el mío!). Cada vez que oigo los compases de aquella estimulante banda sonora, la mente retrocede a aquellos ochenta en los que la radio era algo más que la indigesta invasión futbolera de hoy día. Momentos muy agradables. Otro de los muchos ataques míos de sana nostalgia.

Vangelis había compuesto ya numerosas bandas sonoras y discos a nombre propio y después de Carros de fuego vendrían 1492, Conquest Of Paradise, Blade Runner y un montón más. Los teclados, con el piano y los sintetizadores a la cabeza, eran su reino. El apocalipsis de los animales (1973) sigue siendo uno de los álbumes más bellos y catárticos de la historia, fantástica alfombra para acompasar el relax y la lenta gimnasia del yoga. Spiral (1977) sirvió de sintonía en un famoso programa de radio (informativo, creo), cuyo nombre no recuerdo ahora mientras que Sex Power (1970) ambientaba una película erótica, Earth (1973) las convulsiones del planeta, Mariangela (1975) recogía las canciones pop a lo Abba de la dulce y jovencísima cantante greco-italiana Mariangela Celeste o el indigesto (una 'mierda' para el propio compositor griego) Beaubourg (1978), tocado íntegramente con el revolucionario y difícil sintetizador Yamaha CS80, apostaba por el ruido, mostrando así su elástica capacidad para componer en todas direcciones, apuntando tanto a la Antártida como a El Greco, China, el universo, los océanos, el sol, la piedra de Rosetta, la ‘ópera salvaje’, Alejandro Magno, Júpiter...

El Vangelis, sin embargo, que a mí me fascinaba, y me sigue fascinando, como ya dejé constancia en este blog en 2015, tras la muerte de Demis Roussos, es el de Aphrodite’s Child, el segundo grupo suyo, digamos, de éxito en Grecia, como fue Forminx. ¡Qué talentazo y sensibilidad a la hora de alumbrar canciones romanticonas! Rain & Tears, End Of The World, It’s Five O’Clock, Spring, Summer, Winter & Fall y Marie Jolie: su 'big four', que calentó las sinfonolas y reservados de la España de finales de los sesenta, y supongo que otros espacios de aquí y de fuera. Todas las componía él, en colaboración con el letrista francés Boris Bergman, y tendía el colchón de teclados, mientras que Lucas Sideras marcaba el ritmo a la batería y Demis Roussos, dotado con el agudo más estremecedoramente melódico del pop de todos los tiempos, las lanzaba al aire de forma inédita y sedosa. Las cuatro piezas, aunque en 1968 y 1969 se editaron en España los dos LP’s que las contenían (The End Of The World y It’s Five O’clock), respectivamente, con el sello Mercury), se difundieron a través del formato single, arrasando en las listas europeas.

Los dos álbumes estaban invadidos por el romanticismo del 'big four', pero con no pocos injertos psicodélicos y progresivo-sinfónico, el espacio que realmente buscaba y en el que se sentía mejor Vangelis, siguiendo la estela de Genesis, King Crimson, Emerson, Lake & Palmer o Yes. Fue al tiempo, aquel 'big four', la puntilla que acabó con el trío. Ni Lucas Sideras y menos aún Demis Roussos, sus compinches, estaban de acuerdo con las ideas de Vangelis, llegando a un punto de discordancia en el que el dúo discrepante negó la palabra al teclista. Aun cuando los tres iniciaron la grabación del tercer y último álbum, sin dirigirse la palabra y en medio de una tensión tremenda, la ruptura fue inmediata.

Para entonces, por estos lares, pasados un par de años hasta que se publicó aquel tercer álbum en formato doble, 666, nos habíamos olvidado de los Hijos de Afrodita, nombre que les puso un A&R de Philips, impresionado por las maquetas iniciales de Vangelis. No quedaba vestigio alguno ni en sinfonolas, ni en discotecas ni en reservados, de aquellos sorprendentes griegos entregados a las canciones amorosas y psicodélicas. Pero sí el recuerdo inmarcesible, que ahora ha hollado mi memoria, una vez más, tras la muerte, el pasado día 17 de este mes de mayo, de Vangelis.

Maldita racha, por cierto, con los teclistas del llamado rock sinfónico o progresivo: se fue en 2015 Edgar Froese de Tangerine Dream; le siguió, en 2016, Keith Emerson; recientemente, en febrero de este año, Gary Brooker; luego, en marzo pasado, Klaus Schulze, y ahora Vangelis. Esperemos que no anden excesivamente sueltos los malos hados, quedan todavía grandes del género como Rick Wakeman, Peter Baumann, Tony Banks, Mike Pinder, Alan Parsons, Jean-Michel Jarre, Mike Oldfield… Uy, uy… 

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